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SINÉCDOQUE

La familia inventada

SORA SANS

Jueves, 2 de octubre 2014, 11:46

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Hace unos meses, cuando todo era distinto, Inés escribió en la pizarra de la cocina una frase, que como muchas otras, parecía que iba a tener la misma vida media que una caja de pizza. Pero esa frase se quedó allí, semana tras semana, resistiendo a cualquier tormenta de motas de polvo, a los cambios climáticos de la lista de la compra y a los caprichosos dibujos de mis sobrinos. Fueron ellos quienes preguntaron: «Tete, ¿qué significa la familia inventada?». María y Samuel, que aún viven en un mundo donde la estantería de los vasos es inalcanzable, no entendían que una familia se pudiese inventar. Nosotros, que vivimos en un mundo donde las hipotecas son inalcanzables, no sabíamos aún que la familia inventada era una realidad, incluso hace unos meses, cuando todo era distinto. Hoy la frase de Inés es ya una de las pocas verdades que conocemos. No somos críos, hace mucho que cambiamos la Facultad por la Declaración de la Renta, que coleccionamos facturas que puedan desgravar, que pagamos los recibos de las lavadoras que ponemos mientras cocinamos el almuerzo de tupper del día siguiente. Hace tiempo que tenemos nuestro propio seguro médico, que registramos nuestra marca o negociamos nuestro primer contrato de confidencialidad. Cualquiera diría que ya somos adultos y, sin embargo, no tenemos casa, ni anillo, ni hijos. La familia inventada consiste en varios jóvenes que viven y trabajan juntos, que comparten alegrías y constipados. Cualquiera diría que seguimos viviendo como estudiantes, pero nada más lejos de la realidad. Sencillamente, hemos encontrado una nueva fórmula para poder crecer sin sentirnos atrapados por una hipoteca que heredarán nuestros hijos, o engañados por un matrimonio que no concibe más de una orientación sexual, o explotados por una empresa que sobrevive a base de becarios con más experiencia en algunos ámbitos que los supuestos directivos. Cualquiera diría que somos progresistas, pero tan solo huimos de lo retrógrado. El problema es que algunos ya se han percatado de que no somos tontos y ahora nos ofrecen créditos para startups a modo de hipotecas, parejas de hecho a modo de votos sagrados y programas electorales a modo de retweets. Mientras yo miro la pizarra de la cocina y esa frase de Inés me dice que si podemos inventarnos, también podemos reinventarnos hasta que entiendan que ya nada era como hace algunos años.

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