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LA TRIBUNA

La herencia Gallardón

La dimisión es un acto honroso que no le puedo negar, pero no borra el desastre en la cacharrería que provocó al entrar como un elefante que no creo torpe sino cegado por su ambición

MANUEL HUERTAS ABOGADO Y MILITANTE DE UPYD

Miércoles, 1 de octubre 2014, 13:00

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Se ha ido, Sr. Gallardón, y no le echaremos de menos. Se lo digo con sinceridad. Y no es ensañamiento. La dimisión es un acto honroso que no le puedo negar, pero no borra el desastre en la cacharrería que provocó al entrar como un elefante que no creo torpe sino cegado por su ambición.

Siempre quiso ser ministro (me imagino que algo más) y nunca lo ocultó.

Debo confesar que siempre despertó mi simpatía pues como tantos otros le identificaba con eso que ya no sé si existe que se llamó un tiempo «el ala progresista del PP».

Ya muchos vaticinaban; aun cuando yo, gratamente sorprendido le veía celebrando bodas de parejas del mismo sexo; que era 'un lobo con piel de cordero'.

Confiado, miraba con simpatía esa mesura, ese centrismo alejado del radical extremo, del que hacía gala. Yo me lo creí.

Fue sentarse en el banco azul del Gobierno, ¿Y qué le pasó don Alberto?. ¿Venía así de fábrica y tales guiños a la progresía acertadamente calculados y cuidadosamente dosificados, eran sólo una pose?, ¿O sabiéndose malquerido en su partido -la sombra de Aguirre es alargada- se echó en manos de aquéllos que encarnan lo más reaccionario del mismo para contar con su apoyo para futuras quinielas?

Son dudas que ahora me planteo; que irresolubles de momento adivino pero que, seguro estoy, la Historia política responderá cuando medie un prudente tiempo.

Lo cierto es, señor, que oscura será la estela que dejará en los anales del parlamentarismo en este país. Lamento decírselo porque nunca me gustó hacer leña del árbol caído. No sé si talado a la fuerza por los suyos viendo éstos como les llevaba al abismo de las encuestas con propuestas y leyes de las que no había necesidad, nadie había pedido, y menos han solucionado.

Las Leyes de Demarcación y Planta Judicial y la de Seguridad Ciudadana han quedado inconclusas. ¿Tirará su partido con ellas hacia delante; o disimuladamente las esconderá en el cajón del olvido en la esperanza de que en breve tiempo nadie se acuerde de semejantes engendros?

Se inventó las 'tasas judiciales': ¿Sabe qué consiguió, Sr. exministro?, que los procedimientos judiciales antes gratuitos para el justiciable, dejaran de serlo. Seguramente para usted, lo de la gratuidad de la Justicia consagrada en la Constitución debía ser una mera entelequia. Pues no, nos la dimos todos los españoles para que cualquier hijo de vecino pudiera acudir a un Juzgado a defender sus intereses. ¿Sabe cuánto se cobra por un procedimiento civil o uno contencioso-administrativo? Quien tiene que pagarlo sí, y créame que no es pecata minuta.

¿Sabe cuántos compañeros míos, abogados y procuradores, han renunciado a gran parte de sus honorarios para no repercutir en el ciudadano tales cantidades?. ¿Cuántos ciudadanos de escasos recursos no han podido pleitear sus derechos atropellados por falta de medios para ello?; ¿Lo que por Derecho les correspondía?. ¿Se hace a la idea de en qué forma ello ha beneficiado a la parte litigante más fuerte que sí estaba en condiciones de abonar la tasa; entiéndase: grandes compañías, bancos,. los de siempre?

Me gustaría preguntarle, tomándome un sombra en el Café Central una tarde con serenidad, y mirándole a los ojos, si es consciente del número de despachos de abogados y procuradores que han debido cerrar ante el inacabable socavón que en el número de procedimientos judiciales acabó la Jurisdicción Civil entre otras.

¿Sabe a cuántas familias daban de comer?, ¿Sabe cuántos puestos de trabajo se eliminaron?:

¿Acabar con una excesiva litigiosidad?: Hagan mejores leyes; no expulse a los menos pudientes de las Salas de Vistas.

¿Sobrecarga en los Juzgados?: Les hubiera dotado de mayores y mejores medios.

¿Acabar con el retraso judicial?: Una falacia constatada por los hechos. Todos tenemos aún juicios y recursos señalados a más de un año vista.

Piense en ello desde su exilio político y haga acto de contrición. Es sano.

¿Qué se le pasó por la cabeza para acometer esa impensable, hoy día, reforma de la ley del aborto? Como el que corta cebolla apresuradamente y sin ton ni son, se le fue el cuchillo y se cortó un dedo. Tuvo el mérito, eso sí, de hacer despertar a la sociedad civil que se echó a la calle para decirle no y al menos eso debemos agradecerle.

Con su penalización y reintroducción en el Código Penal, contestada desde todos los ámbitos, un partido que ya advertía que los desvaríos de uno de sus Ministros les abocaba al abismo, decidió poner fin a la sangría del cocinero (sí, ese que cortaba la cebolla). Era cuestión de supervivencia, política.

Sacó por último la eliminación de los aforamientos, como un conejo de la chistera, sin darse cuenta otra vez, que el conejo era de color magenta y que Rosa Díez, ya llevaba dándole de comer hacía más de un año.

Las hemerotecas y las redes sociales están ahí mal que le pesen y le dejaron, otra vez, en evidencia cuando en 2013 atacaba a la líder de UPyD por atreverse a proponer semejante barbaridad.

La credibilidad, don Alberto, es capital imprescindible y necesario en política. Por eso usted, ya olía a cadáver (políticamente, entiéndame) aún antes de morir, o que 'le mataran'.

Se va. No sé si al consejo de administración de una gran compañía. Insisto: No le echaremos de menos.

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