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El caballo de Cartón

El caballo de Cartón

Este artículo servirá para despedirme, como manda la cortesía, y para hacer algún balance final que, me temo, no interesará a nadie

PEDRO APARICIO

Jueves, 25 de septiembre 2014, 18:31

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Primero las buenas noticias: éste es mi último artículo. Y aclaro: quizá sea una buena noticia para los lectores de este periódico; no para mí, pues he disfrutado mucho escribiendo esta columna. Pero estamos en un buen momento el final de un año para poner fin a algo que ha durado más de ocho. Un buen momento para irme antes de que me lo digan. Para dejar de mirar una realidad que no me gusta ni puedo cambiar. Para pasar más tiempo con viejos amigos música, literatura, fútbol, ciudades... que no decepcionan.

Este artículo servirá para despedirme, como manda la cortesía, y para hacer algún balance final que, me temo, no interesará a nadie. Pero a mí sí, y algo debo salir ganando. He vivido diferentes oficios, y ello me ha exigido decir adiós -también varias veces- a labores muy queridas. La de escribir ha sido la última. Trabajé siempre en el ámbito del interés general: hospitales públicos, universidad pública y actividad política. Fui médico y estuve en la política. Lo que ésta me quitó en relación con mi profesión médica sosiego y peculio lo compensó regalándome vivencias irrepetibles. Mis funciones políticas estuvieron al servicio de objetivos históricos: transición a la democracia, ciudad de Málaga, municipalismo e identificación de España con el destino de Europa. Si he podido cumplir alguna de esas tareas, fue porque muchas personas me regalaron su confianza y su ayuda. Entre esas personas están los lectores de estos artículos.

SUR ha sido mi última casa. Cada sábado, durante ocho años y dos meses, muchos de sus trabajadores me acogieron como si fuera uno de ellos; les doy las gracias. Además, algunos escritores ligados a este periódico son mis amigos; nos une a todos el maestro Alcántara. Haber recibido alguna vez su aprobación literaria, es el premio único pero estupendo- que me ha dado el oficio de escribir. Los desconocidos ciudadanos que me han abordado para comentar mis artículos me han permitido sentirme escritor. No soy tan necio como para creer que mi opinión haya influido en la suya, pero yo no he escrito para convencer sino para contar emociones. Y también para buscar ese placer supremo que consiste en domeñar las palabras hasta encerrar en ellas, plenamente, lo que se piensa.

Sé, como Luis Rosales, «que no me he equivocado en nada / sino en las cosas que yo más quería». No han variado, a lo largo de mi vida, mis principios morales. Sí lo han hecho otras ideas menores, como mi fe en la sociedad española y en sus partidos políticos. Intenté actuar en cada momento según la razón y el honor. Como la mayoría de los médicos, profesores y políticos que conocí, no tuve otro interés en estos oficios que cumplir con eficacia mi deber. Creo haberlo logrado, aun a costa de más horas de trabajo de las que hubieran necesitado otros, mejores que yo.

He aquí mi radiografía sentimental al despedirme. Gratitud a los malagueños por aquellos tiempos en que, soñando juntos, hicimos avanzar a la ciudad como nunca lo había hecho en su historia. De mis diez años en el Parlamento Europeo, sólo diré que fueron los más felices de mi vida. Y en cuanto a estos latidos semanales que hoy acaban, publicados bajo el título Sur de Europa, los he escrito intensa y arrebatadamente. Tuvieron como argumento mis tres últimas creencias políticas: libertad de pensamiento, igualdad de oportunidades y unidad europea, y mis tres últimas abominaciones: fanatismo, localismo y populismo.

Mil gracias a quienes alguna vez los leyeron, y que el año nuevo les sea propicio.

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