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JOSÉ ANDRÉS TORRES MORA

Domingo, 21 de septiembre 2014, 11:45

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Un día de finales de 1978 conocí a David Shields Campbell, mi compañero de habitación en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid. Hoy inexplicablemente cerrado. Con el tiempo pude comprobar que él era el más asustado de los dos en aquel encuentro, pues si bien él tenía la extraña pinta de un beatle tardío, yo parecía un yihadista islámico avant la lettre. David sabía cinco idiomas y un día le expresé mi admiración y hasta mi sana envidia. No dijo nada, pero unos días más tarde dejó en mi mesa una nota que decía: «sé cinco idiomas pero no tengo nada que decir en ninguno de ellos». No era verdad, tenía muchas cosas que decir. Él me descubrió a Albert Camus y también el nacionalismo escocés. Así que estos días me he acordado bastante de David. Recuerdo bien, como si fuera ahora, cuando me hizo ver que él no era inglés, y que no le daba igual, porque no es lo mismo ser inglés que ser escocés. En todo caso, me explicó, podía llamarlo británico si me quería referir al conjunto de escoceses, ingleses y galeses. Después de unos años de escribirnos le perdí la pista y ya no supe nada de él, así que no sé cómo habrá vivido la aventura del referéndum sobre la independencia de su querida Escocia.

Gracias a David aprendí a ser muy cuidadoso con las identidades nacionales de la gente, si bien no he tenido nunca la tentación de convertirme en un nacionalista. Por eso, aunque no creo en la doctrina nacionalista, todo lo más que hago para zaherir a mis compañeros nacionalistas en el parlamento es bromear con sus supuestos rasgos de carácter nacional: «hola, noble vasco», «hasta luego, laborioso catalán», «adiós, gallego de lluvia y calma». A lo que alguno responde «adiós, gracioso andaluz», y eso es lo que gano en la reyerta.

Bernard Crick, el autor de 'En defensa de la política' uno de los mejores libros de política que he leído, y que, por cierto, emigró en los ochenta a Escocia «por una mujer y . por el clima» (obviamente, el clima antithatcherista), escribió: «el nacionalismo ha llegado para quedarse y el problema no es encontrar la manera más elegante de deplorar su existencia, sino la manera de colaborar con él para que acepte las condiciones de la política». La política trata de hacer convivir lo diverso, mientras que el nacionalismo se propone separar, o aplastar, lo diverso para construir sociedades homogéneas. Para lo cual, dice Crick, el nacionalismo usa, a veces, la democracia contra la política. El primer ministro Cameron tuvo fácil establecer «las condiciones de la política», pero no supo verlo, pues la política es exactamente lo que representaba la tercera pregunta que él se negó a aceptar cuando se planteó el referéndum: la posibilidad de una mejora en el autogobierno de Escocia. Ahora Cameron deberá negociar esa mejora del autogobierno que, al final, se ha visto obligado a prometer para ganar el referéndum. Un largo y angustioso rodeo para llegar, de nuevo, a la política. Hoy la derecha nacionalista española critica a Cameron, con razón, sin ver, con cerrazón, la viga en el ojo del presidente Rajoy.

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