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CRUCE DE VÍAS

Apuntes de agosto

El presente es tan fugaz que hay que disfrutarlo al instante sin pararse a pensar en él

JOSÉ ANTONIO GARRIGA VELA

Sábado, 30 de agosto 2014, 00:03

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El calor me empuja hacia el interior del refugio. Hojeo libros, con h y sin h. Ojeo que soy feliz en mi pequeño mundo con sus pequeños goces sencillos: los baños, el sol y el mar, el descanso después de la fatiga, la satisfacción del deseo... La vida habría de quedarse ahí, no ir más lejos, no complicarnos la existencia. «Los hombres mueren y no son dichosos -dice Calígula-. Es una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar». Pero los hombres quieren vivir y ser dichosos. Punto y aparte del primer apunte de agosto.

Hay quien vive en el pasado, quien sólo piensa en el futuro y quien habita la ficción. Yo pertenezco a este último grupo. Siempre está el presente, lo único que en realidad vivimos, pero es tan fugaz que hay que disfrutarlo al instante sin pararse a pensar en él. Mi mente está siempre fuera de sí y a la vez ensimismada. La vida transcurre en una sala de cine desde la cual el maquinista que todos tenemos dentro de la cabeza proyecta en la pantalla imágenes asombrosas. No hace falta abrir los ojos para verlas, a oscuras, en el interior del refugio.

El olvido inventa la memoria. Va apuntando la vida a su antojo precisamente para no olvidarla. Me dedico a observar los sentimientos invisibles que marcan la vida de aquellos que me rodean. Los expreso por escrito antes de que se derritan con el calor de agosto. Me refiero a los sentimientos invisibles que provocan el placer, el dolor, la felicidad, la tristeza, el amor, e incluso la muerte.

A veces tengo la sensación de vivir la biografía que alguien escribió de mí. Entonces pienso que soy un personaje de papel. ¿Acaso será cierto que todo está escrito? Me invade una inquietante duda que no acabo de resolver. Me entran deseos de preguntar a las personas que me rodean: «¿Estoy realmente aquí entre vosotros?».

Último apunte de agosto: El día que fui por primera vez al colegio me regalaron un disfraz de cowboy. Iba por el pasillo de casa pegando tiros a todo el que se cruzaba por mi camino. Disparaba no sólo a mis padres y a mis hermanas sino también a las visitas. Las víctimas se llevaban las manos al corazón y caían abatidas en el sofá. Al cabo de unos segundos se incorporaban de nuevo y proseguían la conversación que habían tenido que interrumpir para morirse. La vida es un juego que algunas personas se toman demasiado en serio y otras hacen trampas mortales. En ocasiones, me entran ganas de regresar a la niñez y disparar a medio mundo, aunque sólo sea para que se callen un rato las terribles voces, los sonidos amenazantes; y oír el silencio en paz.

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