Los octogenarios de Gijón acordaron su muerte para evitar mayor sufrimiento

Maruja Álvarez, de 83 años, padecía depresión y su marido, Daniel Suárez, de 87, tenía principio de demencia

OLAYA SUÁREZ

GIJÓN.

Sábado, 23 de junio 2018, 00:04

La historia de Maruja y Daniel es la de dos personas que decidieron compartir su vida y también su muerte. La de un anciano de 87 años que se aferraba a una vida que se le escapaba a su esposa de 83 y que el jueves, en la mayor prueba de amor de sus más de seis décadas juntos, optó por ayudarla y dejarse ir con ella. Era la tercera vez en un mes que Maruja se enfrentaba de forma voluntaria a la muerte. En las otras dos fue el propio Daniel el que salvó a su esposa al pedir auxilio a los vecinos. Anteayer, ambos pactaron su suicidio para evitar mayor sufrimiento. Los cadáveres de los dos octogenarios fueron hallados uno junto al otro en el comedor de su casa de la calle Felicidad, en Gijón. A ellos se les había terminado hace tiempo, cuando la salud y los ánimos les empezaron a flaquear. El hombre padecía principios de demencia y la mujer arrastraba una depresión que ya hace veinte años le llevó a protagonizar otro episodio autolesivo. La vida siguió su curso hasta que la situación se volvió para ellos insostenible.

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Maruja Álvarez Rodríguez y Daniel Suárez Fernández se conocieron en su Mieres natal y fue a principios de la década de los 70 cuando, como cientos de sus vecinos de las Cuencas, llegaron a Gijón al calor de la expansión industrial. Daniel era tornero y encontró empleo en Ensidesa. Allí trabajó hasta su jubilación. «Era un manitas», dicen sus vecinos. Prueba de ello es que hace años fabricó de forma artesanal la pistola con la que el jueves acabaría con su vida y con la de su mujer. Un arma confeccionada con tubos de acero y una empuñadura de madera que utilizaba munición real y que está tan bien hecha que podría acabar en el Museo de la Policía Nacional, en Madrid. La autopsia practicada en la mañana de ayer en el Instituto Anatómico Legal, en Oviedo, confirmó los primeros pasos de la investigación policial llevada a cabo por la Unidad de Familia y Mujer (UFAM) de la Comisaría de Gijón: el anciano había disparado a su esposa en la sien derecha para, momentos después, hacer lo propio, en el mismo punto de su cabeza. El cadáver de Maruja fue hallado sentado en una butaca, con las piernas tapadas con una manta. El de Daniel yacía en el suelo, junto a los pies de ella. Lo dejaron todo organizado. Incluso pusieron la estufa para morir.

El miércoles habían pedido el alta voluntaria en la residencia geriátrica de Oviedo a la que habían llegado apenas una semana antes. No llegaron ni siquiera a agotar el mes que pagaron por adelantado. Querían regresar a su casa, con un objetivo claro. No tenían hijos y fueron sus sobrinas las que tramitaron su traslado al centro de mayores en el que ya llevaba tiempo otro familiar. Lo hicieron después de que una vecina que tenía una estrecha relación con el matrimonio las avisase de que se iba unos días de vacaciones y era aconsejable que los ancianos tuvieran supervisión, dado que Maruja había protagonizado un intento de suicidio hace apenas unas semanas. En esa ocasión, se tomó una gran cantidad de pastillas. Fue llevada rápidamente al hospital y consiguieron sacarla adelante tras hacerle un lavado de estómago.

Daniel la ayudaba y la atendía en todo. Sus vecinos solo tienen buenas palabras para el matrimonio. «Eran muy buenas personas, se querían muchísimo y siempre estaban juntos. No es un caso de violencia machista ni mucho menos porque él se desvivía por Maruja, estaba todo el día pendiente y atento, si pasó lo que pasó fue porque ella ya lo había intentado varias veces y él al final quiso ayudarla y evitar ese sufrimiento». En ese mismo sentido se pronuncian sus sobrinas, quienes encontraron los restos mortales de los ancianos la noche del jueves. «Entre ellos solo había amor, se han querido ir juntos», lamentaron, destrozadas.

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