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DOS SON LA MULTITUD

DOS SON LA MULTITUD

PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA

Miércoles, 6 de diciembre 2017, 00:51

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Que el español medio sea hoy capaz de identificar cuál de los dos Jordis es Cuixart y cuál es Sànchez constituye uno de los efectos colaterales más asombrosos del 'procés'. Dos años después, no hay equívocos posibles. Y eso que los Jordis están unidos por una simetría que sobrepasa lo nominal. Ambos son de una altura aproximada, llevan barba, comparten canas y color de pelo, muestran unos modales extremadamente amables y tienden a situarse en el lado eficaz de los megáfonos.

Aun así, cualquier cerebro sometido a la insistencia del 'procés' ha llegado a distinguir a los Jordis al instante. Cuixart es el líder de Òmnium Cultural, el más joven y afilado, el que lleva un pendiente y luce fulares y chupas de cuero, como si fuese familia de Leiva por la parte mediterránea. Sànchez es el líder de la Asamblea Nacional Catalana y tiene un 'look' más anodino, como de profesor de Pretecnología. También una forma de mirar, cuando habla de «demofobia», que da ganas de cogerlo en brazos, decirle «Shhhh» y reconfortarlo.

Toda simetría implica una inversión y el Jordi rockero es en realidad un empresario. Lidera la entidad más burguesa y tradicional. Entre los cinco industriales catalanistas que en 1961 fundaron Òmnium estaban los dueños de 'Gallina Blanca' o 'Floïd'. ANC fue creada en 2011 sin tanta poesía: el independentismo necesitaba un músculo socialque sobrepasase a los partidos. Pese a su aspecto profesoral, Jordi Sànchez acumula trienios de activismo. En los ochenta lideraba la Crida, un movimiento capaz de combinar la acción directa en las calles con la indirecta en los despachos en los que se otorgan subvenciones.

«El verdadero éxito del 'procés' no tiene que ver con la liberación nacional, sino con la logística»

Otra coincidencia: los Jordis llegaron a la presidencia de sus organizaciones con unos meses de diferencia, en la segunda mitad de 2015. Sànchez, que sustituyó a Carme Forcadell en la ANC, lo hizo de un modo llamativo. Los miembros de la asamblea con derecho a voto (unos 8.000) apoyaron mayoritariamente a otra candidata, la traductora Liz Castro, pero el «secretariado nacional» de la organización (77 personas) terminó eligiéndole a él. Un año después sucedió lo mismo: Castro ganó la consulta y el secretariado reeligió a Sànchez. Ya se ve que es relativo lo del «mandato popular».

Durante dos años, los Jordis han hecho malabares con las masas. 'Diadas', cadenas humanas, concentraciones, conciertos, caceroladas. Todo multitudinario y coreografiado. Todo explotando la sentimentalidad colectiva. Y todo pacífico, siempre que no consideremos violento que, gravitando de la autosatisfacción a la furia, una muchedumbre te impida salir de un edificio o se plante ante ti para gritarte que te vayas. El verdadero éxito del 'procés' no tiene que ver con la liberación nacional, sino con la logística. La ANC y Òmnium se han mostrado capaces de llenar una y otra vez las calles, otorgándole al independentismo su mayor baza: la movilización social permanente.

Ese poder de movilización explica la escandalosa horizontalidad con la que los Jordis se relacionaban con los políticos. A veces parecía que los acompañaban, a veces que los vigilaban. Los periodistas cuentan que se movían por el Palau de la Generalitat como por su casa. Su actitud en el palco del Parlament cuando se aprobaron las leyes de Transitoriedad fue la del apoderado que jalea desde la barrera para que a su torero no se le escape el triunfo. Solo les faltó pegar olés mientras Forcadell y los miembros del Govern iban formalizando las decisiones que los llevarían a la cárcel.

A los Jordis han sido las movilizaciones del 20 de septiembre las que los pusieron frente a un juez. El auto que los condujo a prisión establece que «movían para sus fines» a los manifestantes que rodeaban la Conselleria de Economia mientras la Guardia Civil la registraba. Su imagen dirigiéndose a las masas subidos al techo de un Patrol quedará para la historia. Nunca fueron más indistinguibles que aquella noche en la que, como unos Von Karajan siameses, se encaramaron a un podio vanguardista para dirigir la sinfonía incierta de la revolución.

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