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Dos jóvenes encaramadas en un macetero participan en la concentración de ayer ante la sede del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. :: ignacio pérez
A dos 'manis' por día

A dos 'manis' por día

Mientras una multitud se concentra frente al Palacio de Justicia, la vida continúa un poco más allá sin sobresaltos

CARLOS BENITO

BARCELONA.

Viernes, 22 de septiembre 2017, 01:25

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Ayer por la mañana, tocaban ensayos en el paseo barcelonés de Lluís Companys: los artistas seleccionados dentro del programa de danza 'Tants talents' practicaban sus rutinas sobre el escenario montado para las fiestas de La Mercè, entre dos reproducciones gigantescas del cartel que ha diseñado Mariscal. A eso de las doce y media era el turno del bailaor badalonés El Tete, un gitano de 17 años que va para figura. «Viste qué hermosura», le entonaba su cantaor, y El Tete se movía como si le hirviese la sangre. Mientras tanto, justo detrás del escenario, miles de manifestantes protagonizaban la gran concentración del día, convocada por la Asamblea Nacional Catalana y Òmnium Cultural delante del Palacio de Justicia. La convivencia, un poco chocante, entre el baile flamenco y la protesta independentista sirve para ilustrar un detalle que puede pasar desapercibido en estas jornadas tan revueltas: las fotografías nos muestran decenas de miles de personas apretadas en algún punto de la ciudad, pero un poco más allá, a una o dos calles, la vida continúa su marcha habitual sin sobresaltos.

La movilización de ayer ha nacido con vocación de convertirse en cita diaria hasta que los detenidos sean puestos en libertad. Ese es otro rasgo curioso de estos días: las manifestaciones tienen algo de trabajo rutinario que se desempeña con suma profesionalidad. En el paseo ya estaba instalada la carpa de la ANC, con sus botellines de agua y sus huchas, y entre los voluntarios que organizaban los cordones frente al Palacio de Justicia se podía reconocer a muchos de la víspera, cuando el edificio de fondo era la Consejería de Economía. Lo único que logra romper esa sensación de guión previsible son los que van por libre: el señor del megáfono portátil, que llamaba en castellano a la autodeterminación, o los espíritus creativos que se fabrican pancartas con lemas poco ortodoxos.

Carles Guàrdia, por ejemplo, había aprovechado las dos caras de un cartón: por un lado, llevaba escrito 'fiscales fascistas'; por el otro, 'justicia colonial'. «Yo estoy cabreado y esperanzado -explicaba-. Entiendo que ya no hay vuelta atrás. Se han dado un tiro un poco más arriba del pie. En las partes nobles, podríamos decir». Carles, que es periodista, se define como «independentista reciente», porque hasta hace unos años la separación de España le parecía «una aspiración remota, irrealizable». Ahora, en cambio, la ve como un desenlace «irreversible». ¿Cuál es su plan de protestas para el día? «Ayer me chupé dos 'manis': por la mañana estuve en la de la 'conselleria' y por la tarde, en la sede de la CUP. Vamos, la de las señoritas de collar de perlas y la de los punkis. Hoy, además de esta, iré a la del Colegio de Periodistas».

LA CLAVE «Sentimos frustración al ver que no nos dejan expresarnos, impotencia, cansancio», dice un joven

Delante del Palacio de Justicia llamaba la atención la abundancia de jóvenes: un par de miles de universitarios habían llegado de una tacada en una marcha de protesta. Una profesora los contemplaba con una sombra de desconfianza: «La verdad es que me dan un poco de miedo, es importante que todo sea pacífico y tranquilo», admitía la docente, que prefería no dar su nombre. ¿No había clase hoy? «Hemos dicho que no hacíamos clase hasta que las fuerzas de ocupación desaparezcan». También había alumnos de Bachillerato, como el grupo de Marçal, siete chavales que portaban otra de esas pancartas que dan al ojo: 'Doce jueces de un juzgado me la comen de lado', venía a decir, en torpe traducción al castellano. «Sentimos frustración al ver que no nos dejan expresarnos, impotencia: son muchos años intentándolo», argumentaba Marçal, que tiene 17 años y es el autor del pareado.

«Se echaba a llorar»

En el otro extremo generacional estaba María Rosa Ramoneda, nacida en el 33, a quien su hija Betlem Barrachina llevaba en silla de ruedas. Son un ejemplo del componente sentimental del independentismo, otro rasgo que a menudo se pierde cuando se contemplan estas escenas desde lejos. Betlem («muy decepcionada por la respuesta de Europa») se emocionaba al acordarse de su padre, un catalán «hasta la médula», y María Rosa llevaba la evocación aún más allá: «Cuando yo era pequeña, mi madre me cantaba una sardana que se llama 'La Santa Espina', no sé si usted la conocerá. Me la cantaba y le fallaba la voz, y se echaba a llorar». Los dos primeros versos de la canción, que estuvo prohibida en el franquismo y también en la dictadura de Primo de Rivera por sus «odiosas ideas y criminales aspiraciones», dicen así: «Somos y seremos gente catalana / tanto si se quiere como si no».

En el paseo de Lluís Companys la multitud gritaba («manos arriba, esto es un atraco»), algunos conductores tocaban el claxon y una familia gitana que salía del Palacio de Justicia saludaba con besos y puños en alto a esos miles de personas que parecían darles la bienvenida con esteladas.

Resonaba el 'votarem, votarem', lema que vertebra estas protestas. Y justo al lado, en el escenario de la Mercè, seguían los ensayos para las fiestas que empiezan hoy: Alexandra Urcía y David García, bailarines clásicos, protagonizaban un serenísimo 'Carnaval de Venecia' con fondo de manifestación.

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