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El dueño del tiempo: Mariano Rajoy

El dueño del tiempo: Mariano Rajoy

El reelegido presidente del Gobierno controla el reloj que determinará la duración de una legislatura que depende de su voluntad de pactar

RAMÓN GORRIARÁN

Domingo, 30 de octubre 2016, 01:48

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«Lo que hay que ver, uno de Alianza Popular, como yo, suprimiendo los gobernadores civiles». Mariano Rajoy, a la sazón ministro de Administraciones Públicas en 1997, comentaba así, con una sonrisa y puro en mano (ya no fuma), sus negociaciones con CiU para liquidar una figura política del siglo XIX muy querida por la derecha por aquello de que mandaba sobre las fuerzas de seguridad en su territorio.

Así es el reelegido presidente del Gobierno, un pragmático en los acuerdos al que no le tiembla el pulso aunque suponga sacrificar principios. Un posibilista, que no peca de generoso, pero que se adapta a las circunstancias y puede parecerlo. Lo hizo en 1992, entonces un jacobino confeso como él selló con el socialista Txiki Benegas un trabajado pacto autonómico que elevó el autogobierno de las comunidades cenicientas al techo de las históricas. O cuando estuvo en el meollo de la cesión del 30% del IRPF a la Cataluña de Jordi Pujol después de haber puesto de vuelta y media a Felipe González por haberse desprendido del 15%.

Esa trayectoria quedó sepultada por los rodillos de la mayoría absoluta con el segundo Gobierno de Aznar, en el que oficiaba de vicepresidente, y en el que presidió de 2011 a 2015 y en los que el PP no pactó ni con su sombra. Falso; hubo un acuerdo, el antiterrorista que propuso el socialista Zapatero en el 2000, y él lo descalificó como «un conejo en la chistera». Palabras que luego se tuvo que tragar; «no fue mi mejor día», aceptó contrito años después.

Ahora tendrá que desempolvar aquellas habilidades. Parte con la ventaja no menor del que tiene el reloj de la legislatura, controla el metrónomo político con los formidables resortes del cuarto de máquinas de la Moncloa. Solo él podrá decir qué, cuándo y cómo se pacta, y la oposición tendrá que acomodarse a la voluntad del dueño del tiempo. Es el depositario de los vetos a las iniciativas legislativas y tiene la mayoría absoluta en el Senado. Con esa coraza solo encajará los goles que no tenga más remedio que aceptar para dar cuartelillo a los grupos opositores y que de vez en cuando saquen pecho. Serán pocos. Y si el partido va camino de la goleada, cuenta con el padre de los remedios, el BOE, que pone los puntos finales a las legislaturas y convoca elecciones, como no se cansa de avisar diciendo como que no quiere hacerlo aunque le convendría.

Mañana dejará de ser presidente en funciones después de 315 días, un tiempo en el que ha hecho lo que más le gusta. Estar ahí como el que no está; siendo «lo que uno es porque no se puede ser lo que uno no es», como apuntaba nada más aceptar ser por segunda vez candidato a la investidura. El rey de la obviedad vestida de discurso no iba a cambiar a estas alturas. Dicen en el PP y confirman en la Moncloa que la misma noche de las elecciones del 20 de diciembre tenía en la cabeza la película de lo que venía, y ya entonces pronosticó que habría segundas elecciones y que conseguiría la investidura.

Un alivio

Solo erró, según su entorno, en que el PSOE le apoyaría tras los comicios de junio. Pedro Sánchez no entraba en su cuadrícula mental, nunca le entendió porque no encajaba en su definición de sentido común, la que se recoge en el código mariano. No se sabe quién respiró más aliviado tras la dimisión del socialista, si Susana Díaz o Mariano Rajoy. Él desde luego resopló.

Ha alcanzado su objetivo sin dar un palo al agua. Puso unas condiciones para pactar el 21 de diciembre y las ha mantenido hasta el final. Se reunió y dialogó con los demás líderes lo justo para que no se diga que no ha hecho nada, pero es su estilo. No es de «teatrillos», como llamó al carrusel de idas y venidas de Sánchez en su investidura. La grisura es su territorio y no le va mal. Recuerda con una sonrisa que con motivo del sonado divorcio y segunda boda de Francisco Álvarez Cascos se organizó un debate en el Gobierno. Él no fue al convite, pero como no había dicho ni mu nadie reparó en su ausencia. Otros que habían hablado por los codos y tampoco fueron tuvieron que aguantar las iras del novio.

Así es un personaje al que le gusta animar a su adversario a «decir lo que crea oportuno y conveniente», que él hará también lo que estime oportuno y conveniente. Pero con una diferencia, él tiene el reloj de la legislatura. Es el dueño del tiempo.

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