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CHAPU APAOLAZA
Jueves, 27 de octubre 2016, 00:56
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Hay gente que tiene el don de aparecerse. Pedro Sánchez se apareció ayer en el Congreso de los Diputados hasta tres veces. La primera en Twitter, en espíritu. La segunda, en coche por el garaje y la tercera, en persona, como un galán de novela. En la práctica no dijo esta boca es mía, pero se robó el show de la primera jornada de la segunda investidura de Rajoy. Nunca un diputado raso acaparó tanto interés. Como si la guerra dependiera de un soldado, el mundo lo miró solo a él, desde las 3.500 cámaras de televisión hasta José María, un socialista canario que se había apostado en la Carrera de San Jerónimo para ser testigo de «la bajada de pantalones histórica del PSOE».
La primera aparición la hizo en Twitter. «Camino del Congreso», dijo, como si hubiera vuelto a aquella vida de sosiego y rutina que contaba en las redes cuando aún no era nadie, a las noches de pizza y peli en casa que hace mucho frío, toda esa narrativa de su pasado que hizo del retuit de los mensajes de Sánchez un género periodístico en sí mismo. Aquellos días en que las palizas se las daban solo al parchís. También contaba que mañana votaría 'No' junto a sus compañeros, aunque eso tenía poca miga, pues mañana todos los socialistas votarán 'no'. La cuestión está en lo que se votará el sábado y cuando se lo preguntó el batallón de micrófonos -Errejón bautizó el canutazo con ese ligero humor de trinchera como 'Rodea el Diputado'-, dijo que el sábado sería otro día. En realidad, el sábado será otro día de hace meses.
Mariano Rajoy, que tiene esa manera tan suya de permanecer en lo imperturbable como se mantienen los montes de Galicia, subió a la tribuna y su bancada le dio una ovación de tenor, sostenida en el tiempo. Después le aplaudieron con menos brío cuatro veces, una de ellas por decir que «nadie puede presumir de in-fa-li-bi-li-dad», que sin duda fue un aplauso a la dicción, y otra cuando pensaron que el discurso se había terminado, y no, probable fruto de la prisa por acabar. El Parlamento sin duda está preso de un cansancio acumulado, una neblina, una pesadísima sensación de 'déja vu' que entorna los párpados de Paloma, la ujier más veterana, una mujer de un pelo negro y decidido, y de un natural tan brioso habitualmente. Se diría que el tiempo apacigua también la emoción de Elvira Fernández, de nuevo en la tribuna de invitados, esta vez junto a Cristina Cifuentes y vestida de negro.
Rajoy, que viste el mallot a la regularidad, dijo dos cosas que no se le suelen escuchar a un político: «No ha cambiado nada» y «Sigo pensando lo mismo». El presidente en funciones y candidato fue tan el mismo de siempre que en lugar de sobrevolar su programa, remitió a sus señorías al diario de sesiones. Usó ese tiempo para conciliar con su nueva familia parlamentaria.
Hubiera parecido que estábamos en el mismo sitio y a la misma hora que hace unos meses si no fuera por el aspecto de Pedro Sánchez. Entró en el pasillo de la Cámara rejuvenecido, sonriente, decidido y moreno, casi mocito, como un vigilante de la playa de aquella serie. A Sánchez, que viene de pasar un tiempo en California y se le nota, la muerte política le sienta tan bien. O tal vez solo esté tomando fuerzas para volver a vida. Quizás lo sepa el presidente y portavoz del grupo parlamentario socialista Antonio Hernando. El escurridizo diputado, que antes fue la mano derecha de Sánchez y ayer advertía en una carta a los defensores del 'no' que no tenían libertad de voto, es un tipo con un sónar más fino que el del 'Nautilus' y por eso nadie se cree que no supiera que llegaba Sánchez a su escaño y le diera francamente la espalda. ¿Sería Hernando el único de todo el Congreso que no estaba pendiente de Pedro? El ex secretario general le tuvo que tocar el brazo para advertirle de su llegada. 'Hey, hola'. Se dio la vuelta y se dieron la mano con la frialdad y la desesperanza de una pareja de divorciados, como un desgarro. Cuando salía, se le preguntó que qué opinión le había merecido el discurso de Rajoy. Sánchez no dejó de andar con ese paso largo y aparentemente calmado. Sonrió y dejó caer la frase con la cara dealivio que se les quedan a los presidentes de las comunidades de vecinos cuando abandonan el cargo: «A mí ya no me corresponde». Tampoco vestía ya camisa blanca. Esta vez, tocaba ser uno más, el tipo de la cuarta fila de americana azul y camisa de cuadros.
El juego de la silla
A Rajoy, en cambio, ahora le corresponde todo y quizás por eso le quisieron tanto los suyos. A unos días de que se forme el nuevo gobierno de España, al presidente en funciones lo esperó al bajarse del coche la cúpula entera del Partido Popular y lo siguieron en tromba, sonrientes y obsequiosos como las mejores amigas que se afanan en colocar bien el velo a las novias en las iglesias. Nadie duda de que de esa pandilla saldrá el nombre de un ministro esta misma semana. Los corrillos con la prensa fueron pura quiniela de ministrables, con especial interés en el trío de charleta de Jorge Fernández Díaz, García-Margallo y Jorge Moragas. Si les hubieran puesto música, hubieran estado jugando a la silla. ¡Mas sillas! En la investidura se juntan en el Hemiciclo senadores y diputados, con lo que no hay sitio para todos y el que llega primero, se sienta. Los primeros acudieron con una hora y cuarto de adelanto sobre el horario de la sesión. «Vamos, no sea que nos quiten el sitio», comentó una de sus señorías. Ustedes me dirán si no es eso la política.
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