Borrar
Imagen del comercio chino que regentan los padres de la niña secuestrada en la calle Luis Ruiz. :: j. R. L.
La niña ya no juega sola

La niña ya no juega sola

CHAPU APAOLAZA

Miércoles, 19 de octubre 2016, 00:26

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

A veces, parece que todo ha pasado y de pronto, como pequeños signos aparentemente indescifrables, aparecen los rastros del horror. En la manera en la que una madre grita el nombre de su hija Marta cuando la pierde de vista en el parque. También en la manera en que el dependiente del chino de la calle Luis Ruiz escucha que el reportero viene preguntando por su hija y dice que no y sacude la cabeza con espanto. De esa puerta de esa tienda, en esa misma acera ancha sembrada de árboles escorados, Antonio Ortiz se llevó a su hija de seis años, menuda, alegre, simpática, para expandir los límites del mal en un piso de Hortaleza. Ayer, Antonio Ortiz estaba sentado en el banquillo de la Audiencia Provincial de Madrid por los crímenes contra cuatro pequeñas, pero el «hombre malo» sigue suelto en el recuerdo.

El 17 de julio de 2014, ella tenía seis años y una pistola de agua. Una hora antes de desaparecer, entró a la tienda de Carmen, un espacio abigarrado de nombre La Española, un sitio donde lo mismo te venden una laca, que un bote de pintura o una batilla, un lugar de esos en los que Madrid baja al suelo el balón de lo cotidiano. Lo último que hizo la cría antes de que le quebraran la vida fue perseguir un pajarillo que se había colado en esa tienda. «Estaba muy contenta, la nena», recuerda. Después, a media tarde, Ortiz se la llevó. Cuentan que la engatusó con unas gomas para unas pulseras que hacía la pequeña. Llevaba un par de días merodeando por la zona. Es un tipo meticuloso que evitaba, por ejemplo, las zonas con cámaras. Ese día engañó a la niña, la metió en un coche y la llevó a su guarida en el 3 de la calle Santa Virgilia, cerca de la M-40. Allí la Policía encontraría vómito y ADN de las pequeñas.

«Dios sabe lo que le pudo hacer a esa criatura... Tenemos que vivir con esa imagen, pero es muy duro», dice Carmen. Los padres fueron a buscarla a La Española, donde jugaba casi a diario con ella, y no estaba. Entonces comenzaron a perder los nervios. Los vecinos se tiraron a la calle y comenzaron a pegar carteles. Ortiz la abandonó a las once de la noche en la calle Jazmín, junto al barrio de Sanchinarro, a siete kilómetros de allí, duchada, somnolienta y llorando. La pequeña se abrazó a una mujer que pasó por allí. Se la había llevado «un amigo de su madre» -ahí el engaño- y le había dado una pastilla de color blanco. Cuando le enseñaron una foto de Ortiz meses después, confirmó: «Es el hombre malo».

Algo terrible se había roto. Pasó dos semanas ingresada y después, cuando volvió al barrio, la criatura ya no era la misma. Durante meses, no salía de la tienda y los vecinos la veían en brazos o, como mucho, de la mano de sus padres, que no han charlado con los vecinos de lo sucedido.

En las últimas semanas, dos años después de aquel quebranto, la niña ha comenzado a sonreír a Carmen, pero el barrio no ha vuelto a ser lo que era. «Sabemos que ese hombre está en la cárcel, pero ese día aprendimos de lo que es capaz el ser humano. Él no va a volver, pero puede haber más», dice una madre en el parque desierto de la zona. Su hija y la cría secuestrada fueron compañeras de colegio, pero el padre ya no la deja que vaya a jugar sin alguien de su familia. Nadie lo hace. La niña ya no juega sola. Nadie lo hace. El barrio, condenado a recordar y a desconfiar, perdió la inocencia con ella.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios