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Cristina Cifuentes, con el expresidente de La Rioja Pedro Sanz. :: JUANJO MARTÍn / EFE
Una España con huevina

Una España con huevina

Pastor avisó al corral de que todavía no había llamado la atención a nadie en particular pero que conocía esas voces

ROSA BELMONTE

Sábado, 3 de septiembre 2016, 00:02

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El Congreso fue ayer como 'Titanic'. El desenlace se sabía. Nos lo habían destripado y a nadie le importó. Pero en 'Titanic' no actuaba Gabriel Rufián porque en el barco había orquesta, no cómicos que hablaran dentro de una tinaja. Pese a que ya no es una sorpresa, Rufián fue el gran aliciente de una tarde con la escaleta cumplida a rajatabla (más Colombia como invitada). Rufián es aliciente aguantable porque habla poco, aunque despacio. En fin, otra investidura de gesticulación. En seis meses llevamos dos sin elección. Una tortilla sin huevos. Un país sin presidente. Una España con huevina. Podemos había montado temprano una concentración junto a los leones por los refugiados. Allí estaban Iglesias, Cañamero. Se unió Girauta. Parecía Felipe II con unos que le hubieran ocupado El Escorial.

Rajoy cantó las 40 de siempre a Sánchez y a sus «manoseados pretextos habituales». Sánchez, sin papeles y de negro, como un enterrador, hizo algo distinto. Llamó a Ana Pastor señora presidenta (la llamaba sólo presidenta). Por lo demás, volvió a quemar la camiseta de Alcácer/Rajoy. Durante un lío, Pastor avisó al corral de que todavía no había llamado la atención a nadie en particular pero que conocía perfectamente esas voces aisladas. Dio mucho miedo. Iglesias, antes de sacar el megáfono y empezar a elevar la voz como si estuviera entonando el 'Bolero' de Ravel, le dijo a Rajoy que a lo que ellos tenían miedo era a que el PSOE y Podemos gobernaran juntos. Breaking news. «¡Claro!», se oyó. Y lo dijeron tanto Rafael Hernando como Soraya Sáenz de Santamaría. La madre de Pablo Iglesias volvió a estar en la tribuna de invitados un día con poca expectación y muchos huecos. También volvió Cristina Cifuentes, que no tendría nada mejor que hacer.

Tormenta y calma

Cuando llegó Rivera soltó un «gracias presidenta» pedrosanchiano. Y un «después de la tormenta llega la calma». Si hubiera recitado un poema dadaísta con las instrucciones de Tristan Tzara se habría agradecido igual sólo por dejar de oír los gritos y el soniquete de Iglesias. Rivera pidió perdón a los españoles por no haber convencido a los otros partidos.

A las 19:39 le tocó a Rufián. De negro total, sin la libreta pintarrajeada de marzo, saludó a todos y al «señor Ibex». Hizo preguntas. Como Mourinho. Y dijo esperar que la caverna no lo comparara con todos los dictadores europeos. Hombre, yo pienso más en los cómicos nacionales. Ejemplo de pregunta: ¿por qué se cabrean tanto con un Visca Catalunya Lliure y no con un «Esto la fiscalía lo afina»? Llamó a Ciudadanos el Frente Nacional Naranja. Y a Rivera señor Smithers. Al Rey, «un señor desde un palacio al que no ha votado nadie». Preguntó a Sánchez cuánto más va a renunciar a la gobernabilidad de su país por no dar voz al suyo (de Rufián). Y a Iglesias: «¿Os imagináis un país con un PP residual? Ya existe y se llama Cataluña». La sesión volvió a ser eso que la novia de Alberto Garzón llamó el otro día «una peleíta de nabos». Incluido el inigualable Rafael Hernando, que puso verde ¡a Rivera! Rufián y Hernando, Abott y Costello. Ahora queda ver si Rajoy, como el capitán Jones, grita aquello de «¡No rindan el barco!».

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