Borrar
Los padres de Asunta, durante el juicio.
La madrina de Asunta tiene la clave

La madrina de Asunta tiene la clave

Las acusaciones creen que la declaración de este martes de María Isabel Véliz, con quien pasó su último verano la niña, aclarará muchos interrogantes

Mateo Balín

Lunes, 5 de octubre 2015, 11:37

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

«Érase una vez una familia feliz; una mujer, un hombre y un hijo. Un día la mujer fue asesinada. El hombre quiso tomar represalias de la persona que mató a su mujer (Anna) pero él también murió, porque intentó tomar represalias pero el hombre malo mató a John, el marido. Su cuerpo está en el parque de la Alameda y su espíritu también». Este relato lleva la firma de Asunta Basterra, lo publicó en un blog que creó meses antes de ser asesinada.

La investigación, tras hallar el cadáver de la niña de 12 años, trató de leer entre líneas. La Alameda era el parque preferido de Francisco Porto, el padre de Rosario y abuelo por tanto de Asunta. Apareció muerto en su casa en julio de 2012. Hacía un año que había enviudado. Su relación con la pequeña de origen chino era la de un abuelo que sentía devoción por una niña -todos coinciden- sobresaliente. La llevaba todos los días al instituto Rosalía de Castro y raro era la vez que no daba un par de vueltas a la Alameda. Evidentemente, la detención de Rosario Porto acusada del homicidio -la imputación pasó a ser luego por asesinato- de su hija y la forma en que fallecieron sus padres despertaron suspicacias. Pero la cosa quedó ahí. No hubo hilo del que tirar.

La muerte de los abuelos maternos supuso un mazazo para la pequeña, más después de la separación de sus padres. Rosario inició una nueva relación, con un hombre casado; la ruptura le provocó un brote de ansiedad. Alfonso seguía empecinado en recuperar a su mujer. Asunta parecía quedarse sin referentes sólidos. Solo dos figuras seguían ahí, inalterables: su madrina y su cuidadora. María Isabel Véliz y Carmen Amarelle son dos de los testigos que esta semana prestarán declaración. Ellas ayudarán a dibujar un relato de cómo fueron los últimos meses de la vida de Asunta Basterra Porto. Son dos de los 84 testigos, a los que se sumarán 60 peritos, que están llamados a la vista oral, entre los que también se encuentran las profesoras de música y ballet que vieron cómo Asunta llegaba drogada a clase las semanas previas a aparecer muerte en una pista forestal, el 22 de septiembre de 2013, tras ser asesinada el día anterior, se cree, por asfixia en la casa familiar de Teo (A Coruña).

La defensa de Rosario Porto aportará 16 testigos, entre ellos su examante; la abogada de Alfonso Basterra propone a otros diez... Por el juzgado de Santiago pasarán en las próximas semanas hasta 144 voces autorizadas, que, en mayor o menor medida, sumadas a las de Rosario Porto y Alfonso Basterra, aportarán las claves al jurado encargado de señalar a los padres de la niña como culpables o no del asesinato de Asunta . Se enfrentan a 20 años de cárcel. Pero será el entorno de Asunta el que pueda cerrar el interrogante que se abrió cuando apareció el cadáver de la niña y aclare, quizás, el porqué.

La madrina de Asunta es una figura clave para el juez Vázquez Taín. Con María Isabel Véliz la niña pasó parte del que fue su último verano, dado que Rosario, por su cuadro de ansiedad y estrés, permaneció varios días ingresada en el Clínico de Santiago y otros tantos de recuperación en su casa. El 30 de julio Asunta llegó a Vilanova de Arousa, a casa de su madrina . La amistad entre ambas familias venía de lejos, de los abuelos de Asunta . En la declaración que hizo ante el juez tras la muerte de la pequeña, reconoció que Rosario nunca le había contado haber estado en tratamiento psiquiátrico y aportó un dato clave: la niña no padecía ninguna enfermedad de la que tenía que medicarse. El 22 de agosto se despidieron. No volvieron a verse.

Comidas en familia

Asunta estuvo en Santiago, con sus padres, que en esos días parecían dejar atrás las rencillas de su separación, apenas una semana. El 28 de agosto, la niña volvió a hacer la maleta. Pasó dos semanas con la señora que la cuidaba desde que fuera adoptada, en 2002. La conocía tan bien como sus padres, la quería. Asunta permaneció hasta el 10 de septiembre en Val do Doubra, junto al marido y la hija de Carmen Amarelle. Ella, su cuidadora, ya dijo en su día al juez que «nunca vi que (la niña) tomara ninguna medicación ni que estuviera enferma. Desde que Charo estuvo enferma (a finales de julio) comían los tres juntos todos los días». Algo había cambiado ese verano. Hasta ese momento, Alfonso Basterra parecía tener prohibida la entrada en casa de Rosario. El 21 de septiembre tuvo lugar la última comida, albóndigas con champiñones y algo más: Orfidal. O, dicho de otro modo, esos «polvos blancos» que, según le contó Asunta a su profesora de música, le mantuvieron dos días dormida.

Las declaraciones de las madres de algunas de las compañeras de colegio de Asunta , a quienes la niña parece ser que contó que un hombre de negro intentó asfixiarla una noche, también tratarán de dar luz a un caso con una única línea argumental: los padres se deshicieron de su hija porque, según el fiscal, les molestaba. No hubo ningún otro sospechoso. Nadie preguntó jamás por ese hombre de negro del que Rosario solo habló el día que fue a denunciar la desaparición de «la niña», como se refirió Rosario a Asunta durante su largo interrogatorio del pasado jueves. Tampoco la madrina ni su cuidadora escucharon oír hablar nunca de él. Esta semana, María Isabel Véliz el martes y Carmen Amarelle el miércoles, quizás puedan aclarar por qué unos padres decidieron acabar con la vida de su hija.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios