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Félix Rodríguez, David Bardón y David Costa en la comisaría de la Policía Nacional en Estepona.
«Salvasteis la vida a mi pareja, ahora tenemos una segunda oportunidad»

«Salvasteis la vida a mi pareja, ahora tenemos una segunda oportunidad»

Tres agentes de la Comisaría de Estepona auxilian a una mujer que había intentado suicidarse, reanimándola durante más de diez minutos

Alvaro Frías

Domingo, 30 de abril 2017, 01:13

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Diego entra en la cafetería apresurado mientras la lluvia no deja de caer con fuerza en la calle. El día está gris y hace frío. Se sacude las pocas gotas de agua que aún no han calado la empapada chaqueta que lleva y se la quita. Pide un café para sentarse en una mesa que comparte con tres agentes de la Policía Nacional a los que apenas reconoce. «Me suena tu cara», le dice a uno de ellos. Los tres compañeros sonríen. Su mente no deja de trabajar, está abstraído, en otro lugar del que no tarda en regresar: «Ya sé quienes sois, estuvisteis en mi casa y le salvasteis la vida a mi pareja».

Fue en la noche del pasado Viernes Santo en Estepona. Aquella madrugada las procesiones desfilaban por las calles de la localidad acompañadas por el sonido de las bandas de música, pero también por el de las sirenas de los coches patrulla del Cuerpo Nacional de Policía. Las llamadas no dejaban descansar el teléfono de la sala.

Tampoco a los agentes de la Brigada de Seguridad Ciudadana, que apenas podían parar unos minutos entre un servicio y otro. David Costa y Félix Rodríguez trabajaron aquella noche, junto al oficial que estaba al mando, David Bardón, que se afanaba en coordinar a sus compañeros para poder cubrir todos los avisos.

La noche ya les había dado un palo nada más comenzar el turno. Uno de los primeros servicios al que tuvieron que acudir fue un intento de suicidio, pero cuando llegaron y asistieron a la víctima, ya era demasiado tarde. Los sanitarios les explicaron que la mujer se encontraba en estado de muerte cerebral y que poco se podía hacer por ella.

El sabor amargo de la mala noticia les acompañó durante la madrugada, las horas se hacían más largas. Los tres compañeros lo comentaron cerca de las cinco de la mañana del sábado, cuando se encontraban en comisaría para comparecer después de haber detenido a un hombre en un caso de malos tratos.

No les dio mucho tiempo a pensar cuando Diego cortó su conversación al irrumpir en las dependencias policiales abriendo de golpe la puerta. Tenía la respiración agitada y el estado de nerviosismo en el que se encontraba apenas le dejaban expresarse. «Se ha cortado las venas, ayudadme por favor», era lo poco que alcanzaba a decir.

Mientras otros compañeros pidieron una ambulancia, los tres policías nacionales comenzaron a correr tras él. «Pensé que si llamaba al 112 y tenía que ponerme a dar explicaciones perdería más tiempo que si iba a comisaría a pedir ayuda, porque la casa está justo al lado», explica Diego.

No tardaron en llegar. En el baño de la casa una mujer colgada del cuello, el suelo lleno de sangre y un cúter ensangrentado en el lavabo formaban parte de una macabra imagen que a ellos no les dio tiempo a ver.

«En ese momento no te das cuenta de nada, solo actúas. Descolgamos a la mujer y la llevamos al salón del piso, que era más amplio, para empezar a practicarle maniobras de reanimación», relata Félix Rodríguez.

Pasaron más de diez minutos «eternos», en los que los tres se iban turnando para asistir a la víctima de los síntomas de asfixia que presentaba. Los cortes, no eran muy profundos.

Mientras dos de ellos se ocupaban de la mujer, un tercero se encerraba en el cuarto en el que estaban las dos hijas pequeñas de la pareja. «Jugábamos con un peluche e intentábamos calmarlas, pero estaban muy nerviosas, no dejaban de llorar», señala David Bardón.

Los tres compañeros luchaban por la vida de la mujer, pero también «para que las niñas no se quedaran sin madre». Ese pensamiento les daba fuerzas para seguir con unas maniobras de reanimación que no tardaron en dar sus frutos.

El cuerpo hasta entonces inerte de la mujer empezaba a reaccionar. El aire comenzaba a llenar sus pulmones y el pulso a dejarse notar en sus muñecas. A los tres compañeros, la adrenalina les hacía seguir incombustibles en su labor hasta que llegaron los sanitarios, quienes no dieron muchos rodeos para explicarles la importancia de su actuación: «Si no es por vosotros no sale de esta».

Diego no recuerda mucho de todo aquello. Fue una película que pasaba a cámara lenta ante sus ojos, de la que «era plenamente consciente». Pero su cuerpo permanecía «bloqueado, no sabía qué hacer».

Los días siguientes la mujer permaneció ingresada en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Costa del Sol. Pero aquello ya es pasado. Ella está ya totalmente recuperada y descansando en casa. Además, la relación de la pareja, que atravesaba un momento difícil, sigue adelante.

Para los tres agentes aquel servicio fue el último de su turno. Cuentan que llegaron a casa sobre las diez de la mañana, acompañados por los rayos de sol que les templaban el cuerpo cortado de una noche eterna de trabajo.

La crudeza de la primera intervención amargaba una mañana de sentimientos encontrados. La noche empezó dándoles un palo, pero el alba les había recordado el motivo que cada día les hace enfundarse el uniforme. «Lo mejor de esta profesión es poder ayudar a otras personas, por eso nos hicimos policías», sentencia David Costa.

Los tres compañeros vuelven a sonreír. Diego apura el café que queda en la taza e insiste en su agradecimiento por lo que hicieron aquella madrugada. En la calle todo sigue igual. La lluvia no deja de caer mientras el día continúa gris y frío. Se enfunda la chaqueta empapada. Algo sí ha cambiado. «Tenemos una segunda oportunidad. Ahora nunca os olvidaré».

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