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Lanza con la que atacó a los agentes en Estepona.
El padre del joven tiroteado tras apuñalar a un policía llevaba años pidiendo que lo internaran

El padre del joven tiroteado tras apuñalar a un policía llevaba años pidiendo que lo internaran

El herido, que está en coma inducido, sufre una esquizofrenia paranoide con manías persecutorias que le llevaron a vivir en una cueva en la montaña

Juan Cano

Sábado, 18 de marzo 2017, 01:07

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Leandro huyó al monte para escapar de la esquizofrenia paranoide que sufre. Vivía como un ermitaño. Dormía en una cueva de una montaña de la zona de La Joya, en Estepona, en una de las riberas del río Guadalmansa. Se alimentaba de lo que cazaba y pescaba con una lanza de metro y pico fabricada con un arpón. La misma con la que el jueves atacó a un policía, al que le salvó el chaleco de una puñalada justo debajo del corazón. El compañero del agente, tras muchos avisos y varios disparos intimidatorios, lo redujo a tiros.

Cuando no se medica, a Leandro no le gusta la gente. Y menos aún los policías, de los que huye nada más verlos, según su familia. «Le dices hola y piensa que le vas a agredir», afirma su padre, que lleva «años» pidiendo que internen a su hijo para que siga un tratamiento y no represente un peligro para los demás y para sí mismo por su enfermedad. «He ido mil veces a la comisaría, a los juzgados... Pero siempre me decían que hasta que no cometiera un delito de sangre no podían hacer nada, porque no hay centros donde ingresarlo. Y mira ahora. Lo han matado», se lamenta.

El joven, que tiene 28 años, está en coma inducido en la unidad de cuidados intensivos (UCI) del Hospital Costa del Sol desde el jueves por la tarde. El agente, al ver en peligro a su compañero, que sufrió un corte en la cara y la puñalada que detuvo el chaleco, le acertó tres de los seis disparos que realizó para reducirlo. Uno le alcanzó encima de una muñeca y los otros dos, que le dieron en un costado y en el abdomen, le han dañado el hígado, el bazo y el estómago.

Los policías, adscritos a los «zetas» (radiopatrullas) de la Brigada de Seguridad Ciudadana de la comisaría esteponera, estaban de ronda por la zona de La Joya. Rutina. Hasta que pasaron junto a un hombre y lo vieron dando lanzadas hacia un árbol. Lo extraño de la escena y la apariencia del individuo, greñudo, desaliñado y con la ropa sucia, les llevó a pararse y dar marcha atrás para identificarlo.

El policía que conducía el radiopatrulla le pidió que se acercara, pero Leandro salió corriendo. Lo rodearon con el coche y le cortaron el paso. El agente que iba de copiloto abrió la puerta para bajarse, pero el joven hizo ademán de atacarlo con la lanza y el funcionario volvió a cerrarla.

Leandro huyó hacia el río. Los policías se bajaron del coche y lo siguieron. Uno empuñaba su defensa y el otro, que iba detrás, el arma reglamentaria. El joven empezó a cruzar el cauce. El agua le llegaba por las rodillas. El primero de los agentes, al meterse en el río, perdió pie y el agua le cubrió hasta el cuello. Según la reconstrucción policial del suceso, Leandro aprovechó ese momento para atacarlo con la lanza. Supuestamente, estuvo a punto de alcanzarlo en el cuello y en la cara, por lo que su compañero hizo un disparo intimidatorio al aire.

Al escucharlo, el joven volvió a huir y llegó a la otra ribera. Los policías siguieron tras él. El que iba delante desenfudó también su arma y trató de rodearlo. En ese momento, siempre según la investigación, Leandro acometió al segundo policía. La primera lanzada le señaló la cara, justo debajo de la oreja, y la segunda se clavó en su chaleco. Entonces, el otro compañero empezó a disparar. Un tiro al aire y dos a las piernas, según la reconstrucción. El funcionario efectuó otro disparo a un brazo y, al ver que el ataque no cesaba, hizo dos más al cuerpo. Leandro cayó desplomado.

En busca y captura

En la base de datos policial, el joven tenía un control específico por una agresión a su madre donde se indica que es esquizofrénico. Sin embargo, los agentes aseguraron que no lo conocían (por eso fueron a identificarlo) y que no sabían de su enfermedad. Fue al filiarlo cuando lo descubrieron y cuando supieron también que estaba en busca y captura por un juzgado de Málaga por delito contra la salud pública. En su mochila llevaba, además, un cuchillo de 15 centímetros de hoja y una flecha artesanal.

En este sentido, el padre de Leandro se queja de que no actuasen de acuerdo al protocolo que tienen para los esquizofrénicos «lo primero que tendrían que haber hecho es pedir una ambulancia», insiste y critica que le dispararan al cuerpo para reducirlo. «¿Por qué no apuntaron a las piernas?», se lamenta el hombre, que tampoco comparte que lo esposaran después de haberle herido.

Pero sobre todo denuncia la falta de respuesta de la Administración ante un caso como el suyo. «Estuvo ingresado unos días, pero cuando lo estabilizaron le dieron el alta y nos lo llevamos a casa. Mientras se medicó, estuvo fenomenal, pero luego no se da cuenta, cree que está bien y deja de tomarse las pastillas. Su paranoia es que hay alguien que quiere hacerle un mal (manías persecutorias). Tiene que estar en un sitio donde lo controlen. A una persona con una esquizofrenia aguda como la suya no se la puede dejar en la calle», sentencia.

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