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La iglesia estuvo abarrotada y fueron muchos los vecinos que siguieron la ceremonia desde el exterior.
«Yo no sé enterrar a Pablo»

«Yo no sé enterrar a Pablo»

El párroco que fue padrino de Pablo Ráez oficia un multitudinario y emotivo funeral en Marbella por el joven

Héctor Barbotta

Lunes, 27 de febrero 2017, 00:32

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No cabía un alfiler y tampoco cabía más emoción. Una iglesia de La Encarnación abarrotada despidió ayer a Pablo Ráez en una ceremonia que concluyó con una cerrada ovación que saludó la salida del féretro.

Las más de mil personas que acudieron a la ceremonia la mayoría colmó la capacidad de la iglesia parroquial de Marbella, situada en el corazón del casco antiguo de la ciudad, aunque muchas otras tuvieron que permanecer en el exterior por falta de espacio suficiente constituyeron la mejor muestra del impacto que causó el fallecimiento del joven, hijo de una familia con gran arraigo en la ciudad. Pablo Ráez falleció el sábado antes de cumplir los 21 años tras haber convertido su enfermedad en una campaña de gran éxito que logró multiplicar las donaciones de médula ósea.

La familia había anunciado su intención de despedir a su hijo en la intimidad tras dos años de gran exposición pública desde que el muchacho decidiera compartir su tratamiento en las redes sociales y se convirtiera en un personaje público. Sin embargo, la iglesia quedó pequeña para la gran cantidad de vecinos que se acercaron a dar su adiós. Entre ellos se encontraba la corporación municipal de Marbella en pleno, encabezada por el alcalde, José Bernal. La senadora y exalcaldesa Ángeles Muñoz, también edil en Marbella, y los alcaldes de Málaga y Ojén, Francisco de la Torre y José Antonio Gómez, respectivamente, estuvieron presentes. En la iglesia destacaba una presencia mayoritaria de jóvenes.

La emoción estuvo latente desde el primer momento, cuando tras la llegada del féretro, llevado a hombros por seis amigos de Pablo Ráez y ante la presencia de su familia, el párroco, José López Solórzano, confesó la limitación a la que se enfrentaba. «Yo no sé enterrar a Pablo -dijo con la voz quebrada-, lo que quiero es llorar con vosotros».

Trayectoria vital

La mayoría de los presentes ignoraba que este sacerdote acompañó desde muy temprano la trayectoria vital de Pablo Ráez, quien cuando tenía 14 años se acercó a la iglesia de La Encarnación para compartir su intención de bautizarse. En esa ceremonia, López Solórzano actuó como padrino. Poco tiempo después, Pablo se convirtió en monaguillo.

Ayer, sus compañeros que cumplieron esa función durante la ceremonia portaron el cajón a la salida y el cura que lo acompañó en aquel proceso tuvo que oficiar la misa funeral. «No sé si podré hacerlo», dijo nada más comenzar.

El sacerdote elogió a la familia Ráez, aseguró que Pablo no podría haber nacido en un mejor entorno y destacó que el muchacho fue una criatura feliz. «Creció en un clima de sencillez; de esa sencillez brotan las grandezas», subrayó.

El párroco también se refirió a la campaña de concienciación por la donación de médula realizada por el joven durante todo el proceso de su tratamiento y dijo que Pablo era una persona que creía que el mundo puede cambiar. «Hizo lo que tenía que hacer, ha dejado su huella en este mundo», dijo antes de convocar a los presentes a continuar con esa tarea. «Pablo ha hecho lo que podía hacer, sigamos nosotros», propuso.

Tras el funeral, los restos del joven fueron incinerados en una ceremonia íntima en el cementerio Virgen del Carmen.

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