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Antes iban a la discoteca personajes como Jaime de Mora o Kashoggi, ahora recibe a ‘niños bien’.
Glamour con nombre y apellido

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Olivia Valere, reciente estrella televisiva, cumple 30 años como anfitriona del lujo marbellí

Juan Francisco Gutiérrez

Domingo, 24 de agosto 2014, 00:27

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Olivia Valere y Marbella: tanto monta, monta tanto. Quizá el nombre de esta mujer es una de las marcas más conocidas y ligadas a esta localidad de las últimas décadas. Casi todo el mundo la conoce; o la ha visto por la tele, o posar con grandes estrellas (desde Sean Connery a Paris Hilton; esta última el lunes pasado); o, como poco, ha oído hablar de ella (para bien, o para mal también, aunque menos), o de sus lujosos negocios para las noches de ocio de los residentes más montados en el dólar, el euro o los rublos de Marbella.

Olivia Valere (en adelante, a veces, O.V.) abrió en 1997 la discoteca que lleva su nombre, de la que se siente tan orgullosa como del Palacio de Babilonia, restaurante de su club, situado en la carretera de Istán. Una referencia para muchos afortunados (con fortuna, literalmente). Pero la presencia de O.V. en la Costa del Sol suma ya tres décadas: en 1984 regentó su primer local en Puerto Banús, luego otro en el Hotel Puente Romano, para acabar hace casi veinte en su templo actual, tras una fugaz pero faraónica obra.

Olivia Valere es una discoteca donde antes iban personajes como Jaime de Mora o Khashoggi, y que ahora recibe a niños bien (con apariencia de muy bien y cartera de mejor todavía; copas a 20 euros servidas en un entorno palaciego). Un local que dio fama a su dueña; o al revés, tanto monta: dueña que insufló fama a un sitio donde este verano cocina Fernando del Cerro (con estrella Michelin) y donde pinchan afamados DJ como Bob Sinclair. Y frente al que otros también parecen pinchar cuando quieren quitarle el cetro de la marcha marbellí.

Ni la discoteca ni el restaurante se entienden sin el arranque o la energía de su propietaria, que ha implicado a toda su prole (tres hijos) en la gestión diaria del negocio. Porque ella, por muy coqueta que siempre aparezca, tiene tendencia natural, casi indomesticable, a meterse en todos los fregados. Y, últimamente, no hay fregado televisivo en el que no se meta.

Queda uno para hablar con O.V. y sabe que no sólo encontrará a una emprendedora. También a una de las Mujeres ricas que mostró la tele en un reality show desternillante, donde aparecía sin prejuicios mostrando sus discos grabados, su modo de vida disfrutón, su joie de vivre (o sea, su alegría de vivir). Y también a una participante de Mira quién salta, de Telecinco, donde se tiró de algunos trampolines (aunque bajitos). Y ya tiene en mente tirarse pronto a otras piscinas televisivas, pues la reclaman. Quizá por su pizpireta manera de ser; o por su naturalidad escondida tras un rostro de sorpresa; o por la elegancia de su acento parisino, que no han conseguido limar ni los desayunos a base de pan con aceite. Una de las maravillas de Andalucía, región de la que se siente enamorada. Aunque dice que una vez trató de aprender a bailar sevillanas y sólo consiguió parecerse a una policía de tráfico británica.

Charla uno con O.V. y ve a una mujer simpática, de bronceado envidiable, con traje estampado turquesa, rubio brillante y edad indeterminada (que ni adiviné, ni osé en preguntar; hay que ser niño bien, al menos para estas cosas). Y fluye la conversación con esta empresaria («Este año julio ha sido regular, se notó menos gasto de lujo, aunque agosto ha remontado»); con este personaje peculiar de Marbella («Jamás me iré de aquí, he recorrido medio mundo y no hay maravilla igual»); con esta abuela que no lo parece («Tengo cinco nietos, cuatro chicos y una chica»). Y con una estrella de la tele que no para: esta semana la visita una cadena francesa para un documental sobre «lujo y tradición» en Marbella. Dicen que los programadores saben que tiene algo de imán para la audiencia. Y ya tiene otros proyectos: «Me divierte, aunque hay amigos que me dicen que para qué me meteré en eso. A mí me encanta que me pidan fotos, el cariño del público». Por meterse, O.V. se ha metido hasta en los fogones de Masterchef, y la propia TVE le ha dedicado este año un homenaje en el programa Vivan los bares.

Metidos en harina de servicio público, le pregunto en plan niño malo cómo fue lo de Paris Hilton: «Pues nos ha sorprendido mucho. Es lo contrario de lo que la gente cree: sabe que vive de la fama y se lo trabaja. Ha cumplido con todo, en plan americano». Dice que traer a estas figuras es costoso pero que redunda en la imagen de la ciudad: «Tenemos que competir con Ibiza, es el camino, aunque sea difícil». Y que, más allá de los trending topics (que ella no lee, pues dice no saber ni escribir un e-mail), gracias a estos eventos no sólo se expande su propio nombre, el de O.V., sino también el de Marbella.

Al marcharme, y en plan cronista sediento (literalmente), le agradezco el agua con regaliz que me ha ofrecido. «¿Le recuerda a las golosinas que tomábamos de pequeños?». En efecto: a mí me recordó a las Pastillas Juanola. Pero no era plan, me dije, de traer a colación aquella marca de tan poca monta delante de esta figura incombustible del glamour de la Costa. Una mujer que sabe que pronto aparecerá de nuevo en televisión, pero todavía dice no saber si algún día tendrá una calle con su nombre en Marbella.

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