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Andrés posa en el parque de atracciones de Estocolmo en el que trabaja.
«Marcharme me ha hecho ganar humildad y una nueva visión de la vida»

«Marcharme me ha hecho ganar humildad y una nueva visión de la vida»

Andrés Infantes, cocinero en parque de atracciones en Estocolmo, se fue porque la crisis le empujó a iniciar una nueva etapa. Compatibiliza cuatro trabajos. El sueldo, dice, compensa. La experiencia del cambio, más

Mónica Pérez

Lunes, 28 de septiembre 2015, 00:35

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ES una de las víctimas de la crisis económica, pero a la vez el ejemplo de que hay vida laboral más allá de las penurias de la economía española. El 9 de octubre de 2011 lo lleva aún grabado en la mente. Es el día en el que dio un portazo a Marbella y puso rumbo a una nueva atapa en Suecia. En el camino quedaron tres empresas de hostelería de éxito que se desplomaron en los años más duros de la crisis, y una casa y un coche embargados por las deudas. A sus 39 años, Andrés Infantes puede presumir de haber trabajado en casi todo. Tiene dos títulos: auxiliar de Clínica y auxiliar Administrativo. Pero ha ejercido de cocinero, poniendo copas, de seguridad en bares, de diseñador gráfico y encargado en una gran compañía italiana radicada en Marbella, en una copistería, y hasta en el economato del Hospital Costa del Sol. Tras cuatro años en Suecia, donde recaló de la mano de un primo que le abrió las puertas de sus casa y del país, ha vuelto a recuperar algunas de aquellas ocupaciones con las que comenzó su vida laboral. A día de hoy compatibiliza hasta cuatro trabajos. Cocinero y responsable en un parque de atracciones, mantenimiento en un edificio de oficinas, ayuda en caja en un club latino, y cocinero en un hotel de convenciones. «No es fácil conseguir un empleo fijo de jornada completa si no manejas a la perfección el idioma», afirma.

Pese a que su día a día se asemeja más al de aquel personaje encarnado por Alfredo Landa en la mítica Vente a Alemania Pepe que a la imagen de bonanza económica y coberturas sociales para todos del país sueco, no se arrepiente del paso dado. Es más, sostiene que ha ganado en calidad de vida «pese al frío», bromea. De hecho, cuando se le pregunta si tiene pensado volver algún día a España no se lo piensa dos veces antes de responder con contundencia: No. «Salí muy escarmentado. Lo perdí todo, me vi entre la espada y la pared. Y eso al Gobierno de ese país no le importó, ¿qué hago ahí?».

No le pesa el ritmo de trabajo al que se somete a diario en Estocolmo, donde reside compartiendo piso con otras cuatro personas. «Ya estoy mirando a ver si puedo comprarme algo porque aquí es prácticamente imposible encontrar vivienda en alquiler, no hay oferta, de ahí que haya mucha gente compartiendo casa». Actualmente gana para vivir, y de sobra. No es lo único que ha ganado. Ha mejorado su inglés y maneja con soltura el sueco (gracias a los cursos gratuitos financiados por el Gobierno del país), ha conocido una cultura a la que no le ha costado adaptarse y ha ganado, reconoce, «humildad y una nueva forma de ver la vida».

Cuando se le pregunta qué es lo que más le impactó del país cuando llegó apenas duda unos segundos: «los 25 grados bajo cero con los que me encontré nada más llegar. Estuve una semana que no pude salir de casa». También, el nivel de vida de los suecos, «pese a los altos impuestos que se pagan». No le importa aportar datos de su economía doméstica. Este mes pasado ha cobrado, sólo del parque de atracciones, 2.500 euros por trabajar 9 horas semanales (24 en un mes). A ello habría que unir otro tanto del resto de ocupaciones que tiene. «Al final, de todo lo ingresado tengo que pagar un 30% de impuestos», lamenta.

Si hay algo a lo que no termina de acostumbrarse del todo, afirma, es a la «frialdad» de la gente. Echa de menos el olor del mar de Marbella, algo que compensa con la riqueza natural del lugar en el que vive. «He llegado a cruzarme por la calle con ciervos, liebres, corzos... Es realmente bonito».

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