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Los miembros del grupo de Tres Cantos, con Pucho de color mostaza y Juanma abajo a la derecha.
Vetusta Morla: viajantes del rock

Vetusta Morla: viajantes del rock

El grupo más exitoso del ‘indie’ español reúne en un libro el «inventario de sensaciones» de su gira. Les llevó a nueve países y, gracias a su fan Letizia, a las páginas del ‘¡Hola!’

carlos benito

Miércoles, 6 de abril 2016, 00:01

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Las giras de los grupos de rock se suelen imaginar como un campeonato mundial del exceso. Ya se sabe, los músicos van de aquí para allá y dejan un rastro de residuos químicos, de embarazos de groupies, de habitaciones reducidas a astillas y anécdotas que compiten en insensatez. Es la herencia mitológica del rock and roll way of life, la huella que han dejado las aberraciones cotidianas de Keith Moon, Ozzy Osbourne y demás maestros en el arte de combatir el tedio por la vía de la demencia. Pero se equivocará quien busque en el nuevo libro de Vetusta Morla esa vistosidad de las vidas exageradas: Memoria instantánea aspira a ser un «inventario de sensaciones», centrado en su gira de casi dos años para presentar el álbum La deriva, y está dominado por los tiempos muertos. «La actividad más común durante una gira es esperar a que algo suceda», dicen los miembros del sexteto. Vamos, que lo único lejanamente parecido a la leyenda disoluta del rock es ese desconocido de sombrero vaquero al que se encontraron en un camerino, dispuesto a meterse las rayas que acababa de prepararse encima de la tortilla de patata del catering.

Más datos

  • El grupo

  • Vetusta Morla se formó en Tres Cantos (Madrid) en verano de 1998 y tomó su nombre de la tortuga de La historia interminable, la novela de Michael Ende. Pese a ganar varios concursos, no editaron su primer álbum (Un día en el mundo) hasta 2008. Le seguirían Mapas (2011) y La deriva (2014). Se han convertido en el grupo con mayor éxito popular del movimiento indie.

  • El libro

  • Memoria instantánea, publicado hoy mismo por la editorial Temas de Hoy, es un «diario de ruta» con fotografías instantáneas realizadas por el vocalista Pucho y textos firmados por los demás miembros del grupo. Su propósito es ofrecer una «crónica del desarraigo, el descubrimiento de sabores inéditos e historias insólitas, el goce o el dolor de la vida nómada». El volumen tiene 272 páginas y cuesta 21,90 euros.

«No somos de grandes excesos, la verdad. A lo mejor, en otras épocas, había artistas que vivían más al límite y gozaban de más lujos y más tiempo para los placeres, pero a nosotros lo que nos ha tocado ha sido currar a saco. Claro que ha habido borracheras, con sus cánticos y sus movidas en plan hooligan de más, pero el libro va a otro tipo de experiencia más personal, más íntima, más reflexiva», plantea Pucho, el vocalista y también el autor de la serie de polaroids que han servido como punto de partida para el proyecto. «Me regalaron una cámara instantánea hace tres años, empecé a hacer fotos y me gustó. Se fue convirtiendo en una especie de diario: me llevo unos miniálbumes y voy almacenando las fotos allí. Luego, en casa, hago un repaso: a veces me vuelvo loco para encontrar dónde las tomé, hasta acabo tirando de Google Maps para buscar el pueblo». El libro con textos que van del poema a la parodia e indagan especialmente en los estados de ánimo de cada músico brinda una idea del roquero muy distinta del estereotipo, emparentada cercanamente con el oficio de viajante: la rutina de Vetusta Morla se caracteriza por los tránsitos y las esperas, los reencuentros y las añoranzas, los largos periodos vacíos separados abruptamente por la sobrecarga sensorial de los conciertos.

La gira de La deriva duró veintidós meses y, además de recorrer las cuatro esquinas del país, les llevó a Francia, Alemania, Portugal, el Reino Unido, México, Colombia, Argentina y Chile. Su éxito ratificó a la banda de Tres Cantos como nombre esencial del indie español, casi inevitable en la letra grande de los carteles de festival. Pero la trayectoria de Vetusta Morla se caracterizó por un despegue lento, mucho más lento de lo habitual, y ellos no han olvidado aquellos diez años que precedieron a su disco de debut. También entonces daban tumbos por sucesivos «sucedáneos de hogar», pero con recompensas mucho más humildes: «¿El concierto en el que menos gente vino a vernos? ¡Claro que me acuerdo! se ríe Juanma Latorre, guitarrista y teclista. Fue en la sala Clavicémbalo, en Lugo, y aparecieron cinco personas. No los conocíamos y, de hecho, nos gustaría contactar con alguno de ellos. Pero la noche estuvo muy bien, porque vendimos siete cedés: ¡los dos camareros también compraron! Porcentualmente hablando, fue un éxito total: con esa proporción, en el Palacio de los Deportes habríamos vendido veinte mil».

Aquel entrenamiento de los tiempos duros los ha convertido en un equipo bien engrasado o, como dicen ellos, en «seis amigos cuidando el mismo nido». Desde que cada uno lleva su smartphone, ya ni siquiera discuten por el volumen de la música a bordo de La Diligencia, su furgoneta de las últimas tres giras, un vehículo al que, a juzgar por su descripción, también le cuadra el calificativo vetusto: su amortiguación de carromato es una tortura para los ocupantes de los asientos traseros, incluso una amenaza para sus cuellos, pero al vehículo también le han aplicado la lealtad básica que rige sus relaciones. A veces, hasta se permiten un atisbo de nostalgia por la época en la que todo era más manejable, más pequeño: «En América recuperamos algunas de esas cosas que echamos de menos de los tiempos en los que no nos iba tan bien: tienen que ver con la capacidad de contactar con el público de manera más sincera y abierta. Antes, la gente nos contaba su vida, que es lo que nos gusta, pero ahora parecen más interesados en que nosotros les contemos la nuestra», lamenta Juanma.

En esta gira, su grito de batalla justo antes de los conciertos era ¡gloria o mierda!. ¿A veces la cosa acaba en mierda?

Suele salir bien. Quizá no tanto como gloria, pero sí un estado intermedio: tenemos un equipo muy bueno que, si estamos en día mierda, empuja como loco hacia el lado de la gloria.

Rumba y miguelitos

El peculiar nomadismo de los músicos les lleva a veces hasta lugares extraños. ¿Cuál es, por ejemplo, el sitio más anómalo en el que han tocado? «Uno de los más absurdos fue el Bulldog, en Ciudad de México. El escenario es una especie de platillo volante que está por encima del bar, como sobrevolándolo, y la gente está totalmente borracha y no le importa en lo más mínimo la música, pero es una sala de conciertos muy reconocida y actuar allí es un honor. Hay una especie de competición para ver quién aguanta más tiempo sin que la gente le eche: nosotros llevamos un repertorio de noventa minutos y el dueño nos dijo que, si lo completábamos, hacíamos récord. Aguantamos setenta», relata Juanma. «El público añade Pucho eran adolescentes borachos que no querían ningún concierto: su único plan era enrollarse por los rincones».

Vetusta Morla también dominan, por ejemplo, los complejos códigos de las estaciones de servicio, donde sostienen que solo se debe pedir café si es de marca Segafredo. «Yo creo que deberíamos hacer un top 5 desarrolla Juanma. Hay una en la A-31, camino de Alicante, a la altura de La Roda, que tiene dos cosas muy buenas. Primero, una grandísima selección de cedés de rumba y tecnorrumba. Segundo, miguelitos de La Roda, unos hojaldres con crema que hacen allí mismo. Es una mezcla de selección musical exquisita y postre delicioso, y además los baños están limpios». Pucho todavía se relame al recordar los «donuts espectaculares» de una gasolinera que había cerca de Adanero, en Madrid: «Desapareció, pero siempre los recordaremos. Y en México no puede faltarnos una que hace tacos de barbacoa, con carne de cordero». Resulta evidente que el país norteamericano ha adquirido cierta dimensión mítica para los Vetusta: allí se aprovisionan de anécdotas de realismo mágico, como la del camarero que les sirvió dos cafés de la misma jarra y aseguró que uno era descafeinado y el otro, normal.

Claro que, de todos los sitios sorprendentes a los que les llevó la gira de La deriva, el más insólito fueron las páginas de la revista ¡Hola!. En septiembre de 2014 tocaron en el festival Dcode y resultó que, entre los doce mil espectadores, estaba la reina Letizia con «unas amigas molonas». La biblia del corazón publicó un reportaje de seis páginas (La reina Letizia en un divertido concierto de rock para celebrar su 42 cumpleaños) y Juanma y Guille Galván, el otro guitarrista-teclista, se acordaron muchísimo de sus difuntas abuelas. «La mía habría fardado en la peluquería lo que no está en los escritos. De todas las cosas que nos han pasado en estos años, es la que menos me esperaba».

Lo cierto es que no andan nada mal de seguidores ilustres. Pedro Sánchez o Patxi López también se cuentan entre sus fans.

En política confirma Juanma, menos en el Partido Popular, prácticamente hacemos todo el Parlamento. ¡Con nosotros ya habría investidura!

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