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The New Raemon durante su actuación.
De villa blanca a pueblo indie

De villa blanca a pueblo indie

Es un lugar tranquilo incluido por 'The Times' en la lista de los 50 mejores municipios para vivir. Pero dos días al año la música alternativa acelera el ritmo de Ojén y duplica su población. Así es Ojeando Festival

Regina Sotorrío

Domingo, 5 de julio 2015, 00:09

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Es un pueblo tranquilo. «Demasiado», dice Carmen, encargada del bar Diego, en pleno Paseo de Ojén. Con sus casitas blancas, su calles estrechas y empinadas y la sierra de las Nieves de fondo, es un lugar de retiro, de contacto con la naturaleza, alejado del ruido de los coches y del estrés de la ciudad. Por algo el prestigioso diario The Times lo incluyó hace unos meses en el listado de las 50 mejores ciudades del mundo para vivir. Pero dos días al año Ojén «es otro», apunta Juan Zumaquero, de 75 años, que asiste a la transformación desde la terraza de una cafetería. Enfrente han instalado un mercadillo donde venden productos artesanales, se encuentra bisutería en cáscaras de naranjas y se hacen trenzas de cuero. Las campanas de la iglesia se mezclan con la prueba de sonido de uno de los grupos que por la noche llenará la plaza. Y llegan los primeros «forasteros» que este fin de semana duplicarán el censo del municipio. Ojén, pueblo blanco empieza su mutación a Ojén, pueblo indie.

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El responsable es Ojeando, un festival que consolida su marca tras ocho años en cartel y que resiste con presupuesto municipal mientras otros gigantes «se han quedado en el camino», como resalta el acalde del municipio, José Antonio Gómez.

Anoche, cuando los Niños Mutantes tocaban en el patio del colegio y Denyse y Los Histéricos hacían lo propio en la plaza, era ya una evidencia, pero la conversión lleva días produciéndose poco a poco. Desde el miércoles Miguel Ángel Pérez, de Musibelios, y su equipo preparan la iluminación y el sonido del espacio principal. Nada menos que 40 cabezas móviles de luz y 40.000 vatios que convierten el patio de la escuela de Ojén en un escenario profesional (el único de pago de los tres que tiene el festival), con hasta una tarima móvil para agilizar las transiciones entre bandas.

Lo hacen mientras unos niños jugaban al balón, y utilizando como base de operaciones las aulas del cole. «Todo el mundo vuelve a ser niño en Ojeando Festival», resalta Karlos Díaz, jefe de producción de la Máquina de Escribir. Desde los técnicos que hacen un descanso sentados en los pupitres, hasta el público que baila sobre un suelo con las marcas de un campo deportivo y también los artistas. Sus camerinos son las propias clases. Aquí no hay grandes sofás ni excentricidades de ningún tipo. Aquí las sillas tienen formato mini, el catering se sirve en mesas del cole, las pizarras se prestan a las anotaciones de los grupos y no se ocultan los juguetes y los libros con los que aprenden los pequeños durante nueve meses al año.

Una «magia» que al final conquista a personas acostumbradas a poner en marcha macrofestivales y conciertos de estrellas como Sting, Elton John o Bob Dylan. «El encanto de Ojeando no lo tienen otros sitios. Trabajar aquí es precioso», concluye Díaz.

En todos los rincones

Ojeando ocupa todos los rincones del pueblo, se «mimetiza» con él, y esa es una de las claves de su éxito, como analiza Arturo García, responsable de MondoSonoro edición sur, y curtido en cientos de citas musicales. Lo comenta Juan Alberto Martínez, el cantante de Niños Mutantes: «Me encanta andar por las calles del pueblo, un pueblo que es ajeno a esto, y ver cómo se vuelca. Es súper acogedor, estamos súper a gusto». Y lo corrobora el guitarra de la banda, Andrés López: «Le hemos preguntado a una mujer en el estanco que si no le molestaba todo esto y nos contesta ¡Yo lo que quiero es que haya un festival cada fin de semana!».

Hasta 15.000 personas (dato de 2014, falta por conocer el resultado de esta edición) pasean durante los días de Ojeando por un municipio en el hay censadas 3.100 personas. Y eso lo consigue una música a la que muchos del pueblo no aciertan a poner nombre «¿Pero qué es indie?», preguntan, con seguidores que para algunos visten «raro» «Se nota que fan de Bisbal no son», comenta una vecina pero que crean un ambiente «sano». «Van a su rollo, a escuchar la música y no se meten con nadie», dice Mari Ángeles González. Un público que antes era «más una reunión de amigos», «cuatro gatos» que quizás por «moda» se han convertido en una legión, indica el líder de los Mutantes.

Detrás de todo está un Ayuntamiento que apuesta sin fisuras por el festival, consciente de los beneficios que reporta al pueblo. «Porque ni en la feria está esto así con tanta gente», apunta Ana Lorente. Y eso a los bares siempre les viene bien para «tapar agujerillos». Una comisión de una veintena de personas trabaja todo el año en la organización, y durante estos días se multiplican por diez: más de cien voluntarios se reparten por el municipio para que Ojeando funcione.

Pero además, el festival ha sabido cumplir una máxima: «No morir de éxito», indica Arturo García. No han querido ir a más, multiplicar las propuestas o ampliar aforo. Dos mil personas es a lo máximo que se puede llegar en el Escenario Patio, donde anoche actuaron Xoel López, Sr Chinarro, El Columpio Asesino, Airbag, Stone Pillow y Belako. La villa es aquí el límite. Así es Ojeando.

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