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Uno de los lodazales que aún permanecen entre Fuengirola y Mijas
Málaga a vista de pájaro, una semana después de la tromba

Málaga a vista de pájaro, una semana después de la tromba

SUR acompaña a la tripulación de la Policía Nacional que rescató a diez personas durante las inundaciones

Juan Cano

Domingo, 11 de diciembre 2016, 00:51

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Desde el aire, apenas queda rastro de ella. Solo algún lodazal y unas cuantas piscinas que han mutado el color azulado de las teselas y el agua transparente por el marrón del barrizal. Ángel 30, uno de los dos helicópteros del Cuerpo Nacional de Policía en Málaga, pone rumbo a papa whisky (en cristiano, Fuengirola) para un vuelo de reconocimiento sobre las zonas más afectadas por la tromba de hace una semana.

«Todo despejado», anuncian desde la torre de control del aeropuerto. El panorama, sólo unos días después de la tromba, es muy diferente. No hay viento, ni lluvia ni nubes. La visibilidad es perfecta. «Esto no tiene nada que ver», arranca el inspector jefe Pedro Luis Bardón, el comandante de la aeronave. Lo acompañan el oficial Luis Gómez, que es el segundo piloto, y el subinspector Rogelio Fernández, que es técnico de mantenimiento. La misma tripulación que el domingo rescató a 10 miembros de una familia, entre ellos un bebé de 11 meses.

«Cuando llegué a la base aérea, pensé que no íbamos a poder salir», confiesa Rogelio, un policía bregado en rescates. De hecho, tuvieron que usar un todoterreno para entrar, ya que el acceso estaba completamente anegado. Pero salieron. Lo hicieron en apoyo de la Guardia Civil, ya que la mayoría de las personas atrapadas por las inundaciones «estaban en diseminados de su demarcación», precisan. Las condiciones eran «horribles», con una nubosidad extremadamente baja que les obligaba a volar a poca altura, entre postes y cables del tendido eléctrico, con el peligro que eso conlleva. «Hay dos maniobras delicadas en un helicóptero, subir y bajar», explica gráficamente Luis Bardón, ayudándose de su verbo y de sus diestras manos, con más de 7.900 horas de vuelo a sus espaldas, que le sirvieron para asesorar a Daniel Monzón, el director de la película El Niño, y participar en algunas de las persecuciones que aparecen en el filme. «Pero no es lo mismo aterrizar en una superficie despejada que hacerlo ahí», continúa, señalando en su costado izquierdo el diseminado de La Peseta, donde vive la familia a la que rescataron. Cuando no se puede llegar a pie o por medios terrestres, van ellos. «Nadie te va a llamar para algo fácil», dicen.

Tras una pasada de reconocimiento por la zona, la tripulación recibió de la sala del 091 de Fuengirola las coordenadas de aquella vaguada asediada por el agua y la crecida del arroyo que la circunda. Las décimas de segundo, en el aire, son una pista clave. «Sin ellas, la diferencia es un radio de cinco kilómetros», aclara Bardón. Para dar con las víctimas, tuvieron que seguir las indicaciones que les daban desde tierra. «Les preguntábamos si veían las luces para guiarnos», añade.

Una vez que dieron con el lugar, lo más difícil fue buscar un sitio estable y despejado para posar los 11,8 metros de diámetro de las palas. Eligieron un triángulo de hierba entre las casas. Parecía seguro, «aunque nunca sabes si el suelo es firme, si hay desnivel...», relata el comandante del Ángel 30, un Eurocopter de siete plazas que cuesta unos cuatro millones y medio. Luis Gómez y Rogelio se abarloaron a los costados del helicóptero para guiar a Bardón en un aterrizaje en suelo agreste. El técnico de mantenimiento revela ahora el susto que vivió en tierra. «Al bajarme, me di cuenta de que había unos arbustos que se estaban metiendo en el rotor de cola, los doblé como pude».

Bardón destaca el papel de su tripulación para «gestionar» el rescate. Niños y mujeres primero. «La madre vino con el bebé en brazos y quería volverse a por la bolsa donde llevaba la ropa y los biberones». Rogelio la tranquilizó y le dijo que él mismo iría a buscarlos para llevárselos en el siguiente viaje. El Ángel 30 despegó con los cinco primeros evacuados y los dos pilotos, dejando al técnico en tierra para preparar el siguiente rescate: «Convencí a un hombre mayor que tenía una prótesis y al que le daban pánico los helicópteros».

La Peseta sigue siendo un barrizal, pero el arroyo discurre seco, como de costumbre, y apenas hay zonas inundadas. Cuesta imaginar que hace sólo una semana sus vecinos tuvieron que ser evacuados porque el agua entraba en sus casas. En el suelo, varias excavadoras dibujan de nuevo los taludes de tierra que la riada emborronó y restituyen la imagen de una provincia que poco a poco recupera la normalidad. El Ángel 30 vuelve a base. Sin novedad. El único rastro de la tragedia que pudo ser permanece en las retinas de los tripulantes y en la cabina, donde Rogelio encuentra una gorra negra. «Mira, se le debió de olvidar a alguno de los rescatados».

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