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Un grupo de subsaharianos pasea por la ribera de Puerto Banús con una amplia oferta de bolsos falsificados.
La venta de falsificaciones alcanza ya niveles crónicos en zonas turísticas de Málaga

La venta de falsificaciones alcanza ya niveles crónicos en zonas turísticas de Málaga

Redes y mafias internacionales controlan la piratería, que se extiende de las calles a bazares y naves de polígonos

Mónica Pérez

Domingo, 17 de abril 2016, 00:50

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Basta con darse una vuelta por Puerto Banus para comprobar las dimensiones del fenómeno. Los comerciantes llegan a hablar de «colapso». También de la sensación de impunidad que traslada la imagen de tenerlos apostados con artículos falsificados a las puertas de sus comercios, donde ellos venden los originales. Les terminan «quemando la marca», que luego el cliente no quiere porque ya está en la calle al alcance de cualquiera. Se pierde exclusividad y, con ella, ingresos.

La piratería, un lucrativo negocio que mueve una economía sumergida de dimensiones planetarias, ha echado raíces en Málaga y empieza convertirse en un problema crónico. La preocupación llega desde el pequeño comercio hasta los jefes de estado, pasando por los dueños de las marcas. De hecho, uno de los puntos del tratado de libre comercio que negocian Europa y Estados Unidos contempla armonizar las leyes internacionales para proteger la propiedad industrial.

España es uno de los países de la Unión Europea más castigados Italia está a la cabeza por el negocio de la piratería. Según un estudio del Observatorio Europeo de las Vulneraciones de los Derechos de Propiedad Intelectual para el sector de los bolsos, se estima que las empresas legítimas pierden unos 1.600 millones de euros de ingresos al año en el mercado de la UE, lo que representa el 12,7 % de las ventas. De esos, 132 millones corresponden a España, donde se calcula que la destrucción de puestos de trabajo por culpa de las falsificaciones ronda el 14%. Otro estudio similar para el sector de la joyería y los relojes sitúa las pérdidas anuales en 1.900 millones 204 en España y el empleo destruido, en el 17%.

La piratería, en palabras de Pablo López, director de grandes cuentas de Clarke, Modet & Co, compañía que se dedica a la protección integral de las marcas, tiene una estructura similar al de la droga o el tráfico de armas. El negocio lo controlan mafias o redes del crimen organizado que, en ocasiones, usan sus ingresos para financiar otras actividades delictivas. Hasta la camorra napolitana ha puesto sus ojos en el mercado de las falsificaciones. En 2011, la Guardia Civil detuvo a 64 personas la operación se denominó Leatherface de una red que se dedicaba a introducir en España e Italia grandes partidas procedentes de Asia. Uno de sus principales puertos de entrada era el de Málaga.

China y los países del Magreb son los grandes productores mundiales de una mercancía que se fabrica en talleres clandestinos y que entra en Europa del mismo modo oculta en grandes contenedores. «Las mafias venden partidas a los distribuidores locales y ellos a su vez les dan salida a través de los manteros, que funcionan como los camellos, a comisión», explica Pablo López. «Si el bolso vale 10 euros, todo lo que saquen de más es para ellos». ¿Y si la policía les quita la mercancía? «Pues responden los manteros con su margen». Por eso llevan cada vez menos artículos encima; los guardan en el maletero de un coche aparcado en las inmediaciones y van dando viajes para reponer a medida que los van vendiendo.

Manteros y mochileros son el último eslabón de la cadena, «el auténtico drama de la piratería», dice López. «No es un problema local, sino general», apostilla un mando de la Policía Local de la Costa. «Los municipios no pueden bajar la guardia; al que lo haga, se lo lleva la corriente. Pero no es una cuestión de presión policial, sino de buscar una solución a estas personas, porque al final podemos acabar derivándolas a otra clase de delincuencia». Asegura que no son violentos y califica el incidente del pasado fin de semana en Benalmádena, donde hirieron a cuatro agentes en un enfrentamiento que acabó con tres subsaharianos detenidos, como «un pico de desesperación».

Los vendedores, dice el mando policial, son en su mayoría senegaleses, posiblemente por el efecto llamada que se está produciendo en este país. «Por lo que ellos nos cuentan, en temporada alta pueden sacar 100 o 150 euros diarios, de los que envían una parte a la familia. Allí eso es una fortuna», aclara el agente, con años de experiencia en la lucha contra la piratería. «Trabajan con una imaginaria escritura de propiedad del lugar de venta. Cada uno tiene su zona, que le corresponde por el municipio en el que vive y por su antigüedad. Por eso, si la policía presiona allí, no se pueden ir al pueblo de al lado».

«Cualquier producto nuevo tiene su copia en la calle a los dos días»

  • M. PÉREZ. Sombreros, gafas, camisas, polos, pashminas, vestidos, chaquetas, bolsos. La oferta de los ambulantes ilegales parece no tener fin. Quienes manejan los hilos de este negocio son conscientes de que la renovación de la mercancía debe ser constante y adaptada a las modas. Lo consiguen. «Basta que salga un producto estrella de temporada para que ellos ya lo tengan a los dos días», explican desde una tienda multimarca de Banús. De ahí que no se hayan quedado atras a la hora de subirse al carro del boom de las zapatillas deportivas de marca (falsificadas claro). Las grandes marcas reconocen que la clientela de unos y otros es bien distinta, pero inciden en que en muchas ocasiones la masiva presencia de productos ilegales terminan por «quemar» determinadas enseñas o logos. «Ahora han empezado a falsificarnos también a nosotros», explican en una firma de ropa de baño. «Nuestro emblema es una tortuga. Hemos tenido ya clientes que han venido diciendo que no quieren el bañador con la tortuga porque está ahí (la dependienta señala a los ilegales apostados frente a su puerta), buscan otra cosa más exclusiva. «Es evidente que el que está acostumbrado a adquirir productos de marca, y se lo puede permitir, no va a recurrir a la venta ambulante ilegal. El que compra una falsificación no es el que pueda venir a comprar algo aquí», indican en una conocida boutique de renombre internacional, «el problema está en la imagen que da Puerto Banus con esta venta tan agresiva que practican. No dejan ni comer a los turistas. Eso sí nos perjudica a todos».

Pero algo ha cambiado. El responsable policial no habla de los camellos a los que se refería el directivo de Clarke, Modet & Co, sino de «autónomos» que adquieren su propia mercancía y gestionan el margen de venta. El negocio también ha ganado en sofisticación. Para bordear la ley, compran en naves de polígonos los artículos y los logotipos de la marca por separado para unirlos posteriormente, de manera que la falsificación, el delito, se produce sólo en el último eslabón de la cadena. «Incluso llegan a mostrarnos los albaranes de las compras que hacen», añade el agente.

De ello da fe el jefe del Grupo de Investigación y Protección (GIP) de la Policía Local de Málaga, Juan Ortiz, quien sostiene que, en el caso de la capital, la prsión policial ha reducido considerablemente la piratería de las calles. Las intervenciones se concentran en los mercadillos y también bazares y naves de polígonos industriales, donde no sólo han detectado la venta, sino también talleres clandestinos. Sucedió hace apenas un par de meses, cuando los agentes del GIP interceptaron 45.159 bolsos en un almacén regentado por chinos en la calle Gerald Brenan. Eran imitaciones de la marca Longchamp y se vendían a un precio de tres euros (el empresario los había adquirido a un euro), cuando el precio de los originales de esa colección oscila entre 70 y 499.

El inspector responsable del GIP aclara que el cambio del Código Penal ha supuesto un endurecimiento de las penas, ya que ahora no se tiene en cuenta el valor de la mercancía. «Antes, si el beneficio de la venta de un artículo falsificado, después de descontar su coste, era inferior a 400 euros, se consideraba una falta. Ahora, todos los casos se instruyen como delito menos grave», explica.

Las marcas, para protegerse, han estrechado la colaboración con la policía y tienen a representantes que se dedican a peinar constantemente naves y comercios en busca de sus falsificaciones. El siguiente eslabón de la cadena. Y han comprendido que, para blindar su producto, tienen que esmerarse en registrarlo. En 1996 se creó la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO, antes OAMI), que en España tiene su sede en Alicante, donde las firmas acuden para registrar los patrones, diseños y características de sus artículos con el fin de evitar el plagio y defenderse judicialmente frente a él. La agencia se creó con un centenar de empleados y con la previsión de firmar unas miles de patentes al año, explica el directivo de Clarke, Modet &Co. Ahora tiene 1.300 trabajadores y, en 2015, registró más de 100.000 marcas en la Unión Europea.

Las asociaciones de comerciantes sólo trabajan con estimaciones de pérdidas de ventas por la acción de los manteros que ni siquiera se atreven a hacer pública y alertan de una práctica que sigue creciendo al amparo de una legislacion que no consigue echar freno. El presidente de la Federación del Comercio de Málaga, Enrique Gil, incide en ese crecimiento desmedido en zonas costeras, para el que pide un mayor control, e incluso medidas coercitivas dirigidas al comprador.

«Un verano calentito»

La fotografía más llamativa y que mejor refleja el avance de la venta ambulante ilegal de productos falsificados se localiza en pleno Puerto Banús. Allí, los vendedores ilegales se mueven por la marina con tanta soltura que algunos no tienen reparos en ofrecer su mercancía apostados en la misma puerta de la firma que vende los productos originales. Su presencia masiva no es exclusiva de los fines de semana ni de la temporada alta de turistas. «Se avecina un verano calentito porque desde Semana Santa hemos observado que hay muchos más ilegales que el año pasado», explican desde una de las firmas de lujo localizadas en la zona de Benabolá. Es este uno de los puntos preferidos por los mochileros. La razón es sencilla: desde aquí parte a diario el barco para turistas que recorre el litoral. «Se lanzan sobre ellos y los avasallan para ofrecer su mercancía», aseguran.

Los comerciantes consultados por SUR coinciden en que junto a la mayor presencia y actuación policial, la concienciación al ciudadano debe ir en cabeza de las acciones para erradicar la venta ilegal. «Si existen es porque venden», sostienen, «las autoridades y también las asociaciones de consumidores deben dejar claro que se está pagando un precio muy alto por un producto de muy baja calidad». Un bañador que en la tienda cuesta 190 euros, en la calle se vende por 70, pese a ser de imitación. «Es una barbaridad. Si regateas se puede llegar hasta los 15, pero sigue siendo un abuso dadas las características del producto», indican en una de las firmas.

En Banús, el vendedor ilegal que da paseos con la mercancía a cuestas sustituye al mantero habitual de otras localidades. De esta forma les es más fácil acceder a un mayor número de potenciales clientes. Es esta instantánea del trasiego de falsificaciones andantes la que, como advierten desde el Centro de Iniciativas Turísticas (CIT)de Marbella, puede perjudicar, y mucho, a la imagen de marca de Marbella en general y de Puerto Banús en particular, como ciudad de compras de lujo. «Banús está colapsado», admite su presidente, Juan José González, quien incide en que «no es esta imagen de vendedores ilegales dando vueltas lo que un turista de alto nivel espera encontrar en Marbella. Nos estamos jugando mucho, como habernos situado en segundo lugar en ventas de lujo tras Madrid. Hay que actuar cuanto antes».

Para el presidente de la Asociación de Comerciantes de Banús, Giuseppe Russo, esa actuación debe llevar aparejada otro cambio normativo para endurecer aún más la ley. «En estos momentos las fuerzas de seguridad y los jueces se encuentran con las manos atadas, no pueden hacer más de lo que hacen. Existe un vacío leal y mientras llega ese cambio legislativo hay que actuar por otro lado», indica el empresario, que advierte igualmente de la rápida expansión de la venta ilegal de falsificaciones. «Es como un virus que se va extendido y copa cada vez más parcelas comerciales. Lo copian todo». Hasta el tabaco, que mezclan con extrementos.

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