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De izquierda a derecha, Alfonso Fiz, Juan Andrés Teno, Enrique García, Juan Cassá, Javier Noriega y Vicente Moros.
«¿Y tú, cómo te las apañas con los niños?»

«¿Y tú, cómo te las apañas con los niños?»

Seis padres con diferentes modelos de familia celebran hoy su día con un reto común: la conciliación real

Ana Pérez-Bryan

Sábado, 19 de marzo 2016, 01:18

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Existe una nueva generación de padres que sí concilian. Que hacen malabarismos para pasar el máximo tiempo posible con sus hijos, que no ayudan sino que asumen como propio ese otro 50%, que miden al detalle los tiempos de ocio, extraescolares y cumpleaños de los más pequeños para que sus casas funcionen como un reloj y que, en fin, estiran la jornada al límite hasta hacer posible ese milagro cotidiano que supone llegar a todo. Padres que incluso participan en los grupos de WhatsApp de las clases de sus hijos, que ya es mucho decir, y que responden con la misma naturalidad a ese tipo de preguntas que sorprendentemente aún se hacen casi en exclusiva a esa especie contemporánea de la madre-todoterreno.

«¿Y tú, cómo te las apañas con los niños?». Abre el fuego el empresario Alfonso Fiz, emprendedor en mil frentes y cofundador de una start-up sobre música con sede en Londres que por su condición de autónomo lo tiene más fácil para organizarse. En su caso, poder también es querer: tiene dos niñas y un niño de 7, 4 y año y medio y llega al reportaje con la ojera típica de quien tiene en casa no sólo a tres pequeños, sino a dos de ellos con varicela. «Lo hacemos entre mi pareja y yo, no tenemos ni ayudas ni abuelos ni historias porque los dos somos de fuera», comenta casi agradeciendo ese momento de complicidad con otros padres en su misma situación. Resulta curioso que la conversación discurra en exclusiva entre pañales, turnos del colegio o planes para el día del padre que se celebra hoy, aunque no debería serlo.

«La normalidad llegará cuando no tengamos que reunirnos para esto, ¿no?», reflexiona en un argumento inverso al que se plantea cuando la reivindicación viene del otro lado, es decir, del de la madre. «Absolutamente, pero la sociedad aún va más despacio de lo que lo hacemos nosotros», le contesta su compañero de mesa y refresco. Vicente Moros, periodista y director de la Casa Ronald McDonald de Málaga, sabe perfectamente de lo que habla cuando se refiere a ese ir «más despacio»: él pertenece a ese excepcional 0,3% de la población masculina que decide emprender la paternidad en solitario a través de la adopción. Mario llegó a su vida con un año y once meses y le costó lo suyo explicar que también él necesitaba las 16 semanas que se le conceden a cualquier madre para atender a un pequeño recién llegado a casa. «No hubo ningún problema, pero me lo concedieron como permiso de maternidad, no de paternidad», admite en un gesto divertido este valenciano que terminó en Málaga «por amor» pero que ahora sigue en solitario la crianza de Mario.

Él sabe bien lo que supone «entrar en los servicios de señoras a cambiar los pañales» porque aún son minoritarios los baños de caballeros que incluyen cambiador, o tener que ir con su hijo a actos relacionados con su trabajo porque en su caso conciliar no es una opción: «Yo soy el papá y la mamá», dice Moros, a quien se le ilumina la cara cuando habla de su hijo de nueve años y que resuelve con sentido del humor el hecho de que Mario tenga que ir con él «sí o sí» si le surge algún tema de trabajo por la tarde: «Le pongo su corbatita y listo».

Juan Andrés Teno comparte con Vicente no sólo su condición de periodista éste lo hace desde el Ayuntamiento de Málaga, sino la experiencia de haber disfrutado de la baja de maternidad durante 16 semanas cuando él y su marido adoptaron al pequeño Tristán, que llegó a sus vidas con seis meses y ahora tiene cinco años. En su caso, él asume el reto como doble: por una parte la imprescindible conciliación, que él se permite por las tardes y su marido haciendo malabarismos porque tiene jornada partida, y por otra la necesidad de visibilizar los nuevos modelos de familia que a estas alturas del XXI tendrían que asumirse como normales pero que de hecho se siguen viendo como algo (casi) extraordinario.

«La información que recibe el niño viene tanto de casa como de la escuela, y es ahí donde queda un largo camino por recorrer», lamenta Juan Andrés, que se ha convertido en un activista de peso en el colegio de su hijo porque está convencido de que «esa naturalidad a la que aspiramos no es cierta».

También se muestra muy crítico con la falta de unas leyes específicas que fomenten la conciliación, e insiste en que llegar a ella ha de hacerse a costa del sacrificio personal. Y pone un ejemplo: «Mi marido y yo llevamos y recogemos juntos todos los días al niño del colegio, y eso implica por una parte que el niño tenga que entrar en clase en horario de aula matinal y quedarse incluso al comedor y de otra que mi marido tenga que recorrerse Málaga de punta a punta a mediodía para verlo sólo un ratito». En la mente de todos está la referencia del modelo nórdico, la panacea al menos en el plano teórico en materia de conciliación, pero en este punto del debate Alfonso Fiz pone el dedo en la llaga: «En esos países el esfuerzo se hace a costa del estado, no de los empresarios», que de hecho funcionan más por objetivos y no por jornadas de trabajo con horarios fijos.

Le da la razón a su compañero Javier Noriega, arqueólogo, fundador de la empresa de arqueología subacuática Nerea y miembro de la junta directiva de la Confederación de Empresarios de Málaga (CEM), que cambió radicalmente su horario de nueve de la mañana a nueve de la noche en el momento en el que nació su bebé, que ahora tiene ocho meses. En su «gran familia» caben él, el bebé, su mujer Marta y los dos hijos que ella aporta de una relación anterior, de 9 y 11 años. «Son los hermanos de mi hijo y yo los quiero igual que si fueran míos», dice con el orgullo del ue ha conseguido un equilibrio casi perfecto entre todos. «El padre de los niños también participa y entre todos damos ejemplo, porque estamos convencidos de que lo importante a estas edades es la educación emocional y en el respeto». La conciliación, en su caso, también es un reto casi milagroso, y aunque por la edad de su hijo aún no forma parte (felizmente) de los grupos de WhatsApp de padres, vive pendiente del móvil cada vez que le mandan un nuevo vídeo sobre su hijo. «Es que esta mañana lo he dejado malillo», diagnostica con la seguridad del que asume también como propio el rol de padre-enfermero.

57 mensajes de chat

A su lado, el director de cine Enrique García le enseña su móvil: «Mira, en este ratillo me han entrado 57 mensajes del chat de la clase». Carcajadas generales. Él se incorporó a la disciplina de estos nuevos grupos por convencimiento, pero también para estar pendiente en primera persona de las novedades de sus tres hijas (10, 7 y 3 años) cuando se separó de su mujer. En pleno divorcio y lucha por la custodia compartida, él se enfrenta a una presión doble: la de poder pasar más tiempo con ellas a pesar del trabajo y también la de sus circunstancias personales.

«Yo siempre he estado involucrado al cien por cien, pero ahora las circunstancias son complicadas», lamenta Enrique, a quien sin embargo se le cambia la cara cuando admite que una de sus hijas quiere ser «lo que papá». «Les encanta ir a los rodajes de las películas, de hecho siempre intento traerme los proyectos a Málaga para que ellas puedan estar conmigo», explica el cineasta tras admitir entre bromas que una vez dejó «a un tío literalmente colgado de un arnés para poder recoger a mis hijas del cole».

El cole y el trayecto que cubre de ida y vuelta para dejar a tres de sus cuatro hijos en el colegio (6, 5, 4, y dos años) son «sagrados» para Juan Cassá. El portavoz municipal del grupo Ciudadanos en el Ayuntamiento vio cómo su vida daba un giro de 180 grados cuando tras la elecciones municipales de mayo se ganó un acta de concejal en la Casona. Su condición de autónomo le permitía cierto margen para la conciliación antes de dar el salto a la arena política, pero ahora el «imposible» forma parte de su vocabulario cotidiano.

La única excepción que se permite es llevar a Sol, a Juan Santino y a Xana al cole y recogerlos después. Su determinación fue tal que su grupo impulsó una moción en la que se pedía que los plenos se celebraran en dos jornadas en lugar de en una para poder organizar los tiempos de todos los concejales que sufrían sesiones interminables de cerca de doce horas y que en su caso, por ejemplo, impedían a sus hijos ir a clase los días de pleno porque su mujer, «que ahora lleva el peso de todo lo demás» dice, no conduce. «Era una locura», admite el concejal, que tras una mudanza reciente a la capital y por tanto más cercanía al cole de sus hijos y la división del pleno en dos jornadas ha conseguido al menos seguir aprovechando ese tiempo de calidad con sus pequeños camino de la escuela. En su doble condición de padre y además político, Cassá tiene una cosa clara: «El estado por un lado quiere fomentar la natalidad, pero por otro no ayuda en absoluto. Es un desastre». Todos coinciden. Y Juan Ramón añade: «Lo que tenemos que hacer es movilizarnos nosotros y empezar a exigir las cosas».

Y los seis se movilizan, pero en otro sentido: es casi la hora de recoger a los niños del cole y hay que conciliar. Fin de la charla.

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