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Miércoles, 4 de octubre 2017, 01:36
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Desde hace 200 años, esta gran ‘dama de blanco’ no sólo ha regalado cobijo a malagueños de todas las generaciones, sino que se ha convertido en el testigo único e impagable de la transformación de una ciudad que además la ha convertido en símbolo. Ahora, en pleno cumpleaños, la Farola suma un nuevo motivo para la celebración al convertirse en la protagonista de un nuevo coleccionable de SUR que desde este domingo encontrará ese cobijo a la inversa en las bibliotecas de miles de malagueños. Y todo ello con la firma del doctor en Historia y fotohistoriador Javier Ramírez, exdirector del Centro de Tecnología de la Imagen de la UMA y encargado de esta selección histórica y sentimental que reivindica el carácter de la Farola desde un punto de vista tan eficaz como potente: la imagen.
–¿Qué podrá encontrar el lector de SUR en esta entrega histórica sobre la Farola?
–Una visión de Málaga a partir de un símbolo que es absolutamente decisivo en la historia de la ciudad en los últimos 200 años. La Farola es un edificio menor, pero el malagueño tiene un aprecio especial por ella.
–¿Por qué?
–Creo que hay una serie de factores que realmente hacen que la Farola se haya convertido en lo que es, porque es el único faro del mundo que es femenino. Es un embrión de modernidad. Hay una tradición que tiene clarísimo que la Farola se llama así porque se cubre de faldas: es un edificio cilíndrico como todo faro, pero para poner la vivienda del farero se construyen dos elementos, uno en 1854 y otro en 1919, primero una planta y luego la otra, por eso se dice que la Farola tiene faldas.
–¿Cuál es la importancia de este símbolo ahora que se cumplen 200 años de su inauguración?
–El cariño de Málaga a la Farola es porque se ve desde todos lados, da igual dónde te pongas. Evidentemente la función de todos los faros es que se vea desde el mar, pero en este caso concreto también se ve desde tierra adentro. Dentro de la bocana del Puerto es lo primero que te encuentras, de hecho es probablemente el edificio más reiterado en toda la iconografía que se refiere a Málaga, incluso más que la catedral. La importancia de estos símbolos es que a la ciudad se ha llegado históricamente desde el mar: desde Motril, Gibraltar o Sevilla se venía a Málaga en barco, y la primera visión que se encontraban era la del mar y la Farola. Lo interesante de esta obra que ahora se entrega con SUR es que es un relato visual que incluye fotografías, cartografía, grabados, litografías y cartelería.
–¿Ha envejecido bien la Farola en estos 200 años?
–Yo creo que mejor que nadie, es un edificio absolutamente espléndido. La Farola tiene un momento triste para ella, que es cuando la pintan de gris durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial para camuflarla. Luego se recupera en ese blanco rotundo que tiene y ahí sigue. Además, hay una cosa que me parece muy importante, que es la proximidad de un edificio al que puedes acceder libremente. Todo el mundo, sin distinción de clases sociales, se puede cobijar bajo sus faldas. En Málaga hay una expresión que todos conocemos que es la de «a tomar viento fresco a la Farola»: es una frase de doble filo, porque con ella puedes mandar a alguien a paseo o bien dirigirte allí a protegerte del terrible terral, porque en el paseo de la Farola es el único sitio de Málaga en el que no hay terral. La Farola es un edificio amigo, refrescante y abierto que la hace familiar para todos los malagueños. Por todo eso, el discurso de este nuevo coleccionable es preguntarle a la Farola qué es lo que ha visto pasar a lo largo de estos 200 años.
–Cuando se inauguró La Farola, en 1817, aún no existía la fotografía. ¿Cuál es la documentación que se aporta de esos orígenes?
–Cuando se inaugura la Farola no existe la fotografía, que tarda aún en llegar a Málaga otros 40 años, pero sí un movimiento por parte de los pintores románticos que hacen la ruta Sevilla-Málaga-Granada, incluyendo muchas veces Córdoba; por eso hay un material muy interesante sobre Málaga en la que se incluye la Farola. También está toda la escuela de pintores de carácter regionalista, que tiene una tendencia muy importante hacia la marina: ahí están Emilio Ocón, Muñoz Degrain... todos los grandes. Todos conocen los cuadros de Simonet, pero ¿y las fotografías de Simonet?
–¿Existen?
–Sí. Y las vamos a ver aquí. Esos pintores fueron unos innovadores y trabajaron con daguerrotipos o placas fotográficas a partir de las cuales se han hecho muchos grabados que están incluidos en la selección.
–El criterio de selección habrá sido un auténtico reto...
–Es que yo llevo trabajando en la fotografía histórica casi tanto tiempo como la Farola (risas), por eso me resulta relativamente fácil la selección. Además he contado con ayuda por parte de otras colecciones públicas y privadas que enriquecen este trabajo. Tener la posibilidad de contar con los mejores archivos de Málaga ha sido muy importante.
–Como icono familiar, ¿cuál es su imagen personal de la Farola?
–Para mí la Farola es la defensa del terral y la luz cuando llegaba a tierra. Hoy en día la Farola tiene una especie de velo que hace que esa luz no llegue más que al mar. Eso es así porque hay ya muchos edificios adosados y molesta a las edificaciones nuevas, pero hubo un momento en los 60 y los 70 en el que la Farola estaba exenta e iluminaba toda la ciudad. Recuerdo perfectamente aquella iluminación: cubría toda Málaga y la carretera de los Montes por donde bajaban los coches...
–¿Quizás el hito más importante en estos 200 años haya sido la construcción del Parque?
–Claro, la Farola vio la construcción del Parque o la finalización de las obras de la Aduana: eso también está documentado, igual que la construcción del Puerto o del Palmeral de las Sorpresas, que han crecido de manera paralela a la ciudad.
–Hablamos de pasado y de presente. ¿El futuro se presenta igual de luminoso?
–Ahí es donde hay que ver cuál será el futuro, porque evidentemente llegará un momento en que deje de ser faro. Sin embargo, seguirá siendo la Farola para siempre.
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