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Javier Chapa (foto de una entrevista en ‘Las Provincias’), hoy cotizado pintor valenciano, iba en el vuelo siniestrado; derecha, el abogado Antonio de Oliver, entonces soldado en la Base Aérea SUR
Los héroes del accidente Del Spantax DC-10 en Málaga

Los héroes del accidente Del Spantax DC-10 en Málaga

Horizontes cercanos ·

La decidida actitud y valentía de unos cuantos evitó que la tragedia del avión de Spantax fuese muchísimo mayor.-Decenas de pasajeros deben sus vidas al arrojo de quienes no dudaron de poner la suya en peligro.-Dos de ellos, Javier Chapa y Antonio J. de Oliver, recuerdan el 13 de septiembre de 1982.-Javier Manuel Atencia, empleado de Iberia que embarcó aquel vuelo, recuerda al pasajero puertorriqueño que tras salvar a muchos murió abrasado

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Domingo, 17 de septiembre 2017, 01:49

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Esta semana se ha cumplido el 35 aniversario de la mayor tragedia aérea ocurrida en Málaga, el accidente de un DC10 de Spantax que cubría el trayecto Málaga-Nueva York, con casi 400 pasajeros, que acabó con un trágico balance de 50 muertos (47 pasajeros y tres tripulantes) y más de 200 heridos, muchos de ellos de grave consideración que sufrieron importantes secuelas. Fue un día terrorífico en el que decenas de malagueños dieron claras muestras de arrojo y valentía ante una catástrofe y gracias a su decidida actuación se salvaron muchas vidas. Pese al tremendo peligró que suponía estar al lado, encima del fuselaje o dentro de un avión en llamas cargado de queroseno, quienes llegaron los primeros al lugar de los hechos ni lo dudaron. Era una irresponsabilidad personal, pero «una obligación» para con los demás. Algunos eran pasajeros, otros soldados de la Base Aérea, otros policías, otros guardias civiles, otros jardineros. La mayoría de aquellos ‘ángeles de la guarda’ permanecen en el anonimato; otros tienen nombres y apellidos y han localizados por SUR. Coincidencia general en todos: ¿Cómo me ha localizado?Tampoco fue para tanto.... «No nos llame héroes...». Lo fueron. He aquí algunas historias.

Antonio José de Oliver, hoy abogado en ejercicio y el 13 de septiembre de 1982 cabo de la zona residencia de la Base Aérea de Málaga, no podrá olvidar nunca lo ocurrido y reconoce que de vez en cuando tiene pesadillas con lo que vio y vivió. Fue el primer soldado de la base que llegó al lugar del accidente, junto a un guardia civil, montados en una moto, y ayudó a un montón de gente a salir. Más tarde se unieron otros diez o doce soldados, compañeros de Antonio, quienes se jugaron, literalmente hablando, la vida. «En esos momentos no piensas más que en ayudar a la gente... Ejercer como ser humano», señala el abogado malagueño, quien recuerda tanto a Javier Chapa (hoy cotizado y prestigioso pintor valenciano, viajero en el avión accidentado, nuestro segundo protagonista de estos Horizontes) como al pasajero puertorriqueño que tras salvar a unas diez personas murió en una de las deflagraciones. «La gente no salía... Se creían que no iba a pasar nada y aquello comenzó a explotar, las llamas comenzaron a propagarse. Los tanques estaban llenos de queroseno porque el avión acababa de despegar para Nueva York, imagínense la cantidad de litros de carburante que necesita un vuelo así. Pues nada, todo el mundo en los pasillos intentando coger las maletas, sus pertenencias, sus cajas... Empujamos literalmente hablando a varios pasajeros para que salieran. Fue una irresponsabilidad que costó la vida a mucha gente», señala.

Lo mismo que esa irresponsabilidad le costó la vida a muchas personas, la actuación de Javier Chapa, Antonio José de Oliver, los soldados de la Base Aérea, los trabajadores de los viveros de la Junta cercanos al lugar, y el arrojo de policías y guardias civiles evitó que la tragedia hubiese tenido unos resultados dantescos. «No sé qué hubiera pasado, pero lo mismo que digo que si la gente no hubiera intentado recoger sus pertenencias a lo mejor los muertos hubiesen sido muy pocos, también digo, y no por mí, que si no es por el valor de muchos malagueños aquello hubiese sido una verdadera freidora humana y los muertos hubiesen sido muchísimos más».

Entre el héroe anónimo puertorriqueño fallecido, Antonio y Javier, aunque ninguno de estos dos últimos no lo quieren decir en su tono humilde, sacaron literalmente hablando a más de 20 personas de los pasillos. Era tremendo. En la entrevista realizada por este periodista a Javier Chapa hace 35 años en el hotel Guadalmar, donde fue alojado unas horas después del accidente, el entonces estudiante de Bellas Artes afirmaba lo siguiente: «Yo estaba colocado casi al final del avión. Noté cosas extrañas, saltos anormales y cosas así. Pude ver por la ventanilla que se acababa la pista y me di cuenta de que cruzábamos una autopista. Después, nuevos saltos y el avión se detuvo. Vi que había humo e intenté salir por las puertas de atrás, que eran las más cercanas a mi asiento. Pero al ver el fuego volví sobre mis pasos y me dirigí hacia adelante. Tropecé con una señora bastante gruesa que estaba en el suelo y la ayudé a levantarse. Llegué finalmente a una de las puertas centrales, que estaba cerrada, y conseguí abrirla. Me tiré fuera sin pensarlo y corrí como un desesperado por el campo. Al poco pensé que podría ayudar a alguien y regresé al avión. Con una azafata logré sacar a dos o tres personas, no recuerdo bien. La gente estaba muy excitada, había gritos y llantos y el fuego crecía. Unos americanos llegaron a golpear al comandante. Y alguien en inglés se quejaba diciendo que construyen estos aparatos tan grandes para matarnos a todos...». Javier Chapa iba en el avión siniestrado, en la penúltima fila. Estudiaba en la Universidad de Nueva York donde estaba becado, lo que ya hacía presumir su hoy brillante carrera artística.

Al recordarle a Chapa estas declaraciones recogidas en SUR el 14 de septiembre de 1982, el hoy famoso pintor restó importancia a sus actos de aquel día. «Yo no me considero un héroe, sino que hice lo que debía, ayudar a los que pude. Ahora tengo un recuerdo difuso de aquello, porque la misma noche del accidente, al ofrecer la compañía la posibilidad de volar a Nueva York, fui de los pocos que aceptó tal posibilidad y me fui con lo puesto. No recuerdo muy bien... Sé que salí corriendo, que intenté salir por detrás, que fui quien abrió una de las puertas de emergencia, y que al regresar ayudé con una azafata a personas que iban saltando para intentar escapar, pero rebaje mi heroicidad, que no me gusta», dice desde Valencia, donde reside.

Javier Chapa no ha vuelto a Málaga desde aquel día, «y eso que mi esposa me insiste, porque como artista tengo gran curiosidad por comprobar el fenómeno museístico de Málaga, del que todo el mundo habla», señala, al tiempo que resalta de nuevo «lo mío no fue para tanto», como si fuera poco mérito abrir una puerta de emergencia, ayudar a otras personas a salir y después quedarte al lado del avión para amortiguar la caída de los que escapaban... «Tuve mucha suerte, eso es indudable. Y sangre fría, también. Pero me ayudó ser joven, ir solo y ser de los primeros en darme cuenta de que las puertas traseras estaban bloqueadas. La gente estaba amontonada, había escenas de pánico, y encima muchos no pensaban más que en salvar sus equipajes de mano».

Cómo no sería aquello, que la normativa en la aviación mundial respecto a los equipajes de mano cambió radicalmente a raíz del accidente de Málaga. El abogado y entonces soldado de la Base Aérea, Antonio José de Oliva, está convencido de que «si todo el mundo tras el accidente se hubiera olvidado de sus maletas de mano, las desgracias hubieran sido mínimas».

Tanto Javier como Antonio recuerdan a un puertorriqueño que fue un verdadero héroe, porque él solo salvó al menos a 10 personas a las que literalmente empujó fuera del avión . Era pasajero, fuerte y decidido, pero nadie sabe dar su nombre, pese a un gesto y un valor que le costó la vida misma, ya que fue uno de los 50 muertos del accidente. «Aquello era un horno», recuerda Javier. Un empleado entonces de Iberia que trabajaba en el aeropuerto aquel día, es quien resalta el enorme mérito y valor de aquel puertorriqueño: «Fue un héroe sin duda», señala José Manuel Atencia (después muchos años diputado provincial), quien facturó y embarcó el vuelo siniestrado por la puerta 4 de la antigua terminal internacional (actual terminal 1 hoy no utilizada). «Tuve que esperar a los que resultaron ilesos en el aeropuerto, y me encargaron su recuento. Allí los supervivientes fueron quienes me contaron la hazaña y la heroicidad del pasajero puertorriqueño, que entró seis o siete veces en el avión muriendo al final abrasado», afirma.

Recuperar los souvenirs adquiridos (especialmente las cerámicas de Lladró, cuyo precio en Estados Unidos se multiplicaba por cinco, que había pasajeros que llevaban hasta seis cajas grandes con cerámicas) o el hecho de que aparecieran tras el accidente maletines con 2,5 millones de pesetas de las de entonces y ositos de peluche ‘repletos’ de billetes de 5.000 pesetas puede que fueran los motivos por el que muchos se la jugaran para salir con sus pertenencias...

Oliver agrega que «yo llegué con un guardia civil, que a los pocos minutos se desmayó por el fuerte olor a queroseno. Nosotros, en la Base Aérea estábamos más acostumbrados a ese olor y aguantamos. Unos diez compañeros más se sumaron a las tareas de rescate en los siguientes minutos, y poco más tarde un montón de policías y guardias civiles. Todos al lado del avión o encima de las alas como yo... Que era un riesgo enorme, que corrimos peligro, de eso te das cuenta ahora, pero en ese momento sólo piensas en ayudar».

Tras agregar que «la actitud de no pocos pasajeros por salir con sus equipajes mató a otros», el abogado malagueño recuerda que el famoso médico forense Luis Fontela fue el que hizo las autopsias, y que colaboraron con él en la Base Aérea. Como sabía perfectamente inglés, un Policía Nacional pidió al entonces soldado y hoy abogado que le dijera a la gente en ese idioma que se alejaran de avión, «porque había gente que no se iba, que quería volver»...

Ellos, como tantos otros anónimos, fueron los héroes del DC-10, personas que se arriesgaron e incluso perdieron la vida (como el caso del mencionado puertorriqueño anónimo, a decir todos el gran héroe aquel día) por salvar las de los demás.

Sean felices, disfruten de la vida y que servidor lo vea.

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