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Llevan diez años en el Cuerpo Nacional de Policía, pero nunca habían coincidido a la hora de prestar servicio los tres juntos. Aquel día compartieron por primera vez un zeta -vehículo policial rotulado- y también una experiencia que para siempre quedará grabada a fuego en sus memorias. Alejandro, Emilio y Christian evitaron que un joven se arrojara al vacío desde una decimotercera planta. Le salvaron la vida.
Poco después de que la tromba de agua cayera sobre la capital el pasado miércoles por la mañana, escucharon un aviso que sonó por radio. El reloj estaba a punto de marcar las diez, mientras desde la sala del 091 advertían de que un joven estaba en una cornisa de un edificio situado en la calle Ebro y que tenía intención de arrojarse al vacío.
En pocos minutos, los policías llegaron al lugar de los hechos. «La calle estaba llena de gente mirando al chaval, que estaba en la azotea del bloque con medio cuerpo por fuera», explica uno de los agentes.
El ascensor estaba averiado, así que los policías nacionales subieron a la carrera las trece plantas del bloque para llegar hasta la zona en la que estaba el joven. Cada peldaño les acercaba a él y, cuando llegaron arriba, sintieron un cierto alivio: «Mientras subíamos solo pensábamos en que no se tirara».
Allí estaba el joven. Con la cabeza agachada en una esquina de la azotea y repitiendo una frase que se ha quedado marcada en los agentes: «Voy a tirarme, no tengo nada que perder». Explican que estaba nervioso y que no quería que se acercaran a él.
«Empezamos a hablar con el joven, pidiéndole que se tranquilizara y empatizando con él. Le preguntábamos qué le había llevado a esa situación e insistíamos una y otra vez en que podría salir adelante», señala Emilio.
Consiguieron acercarse bastante al joven quien, con la mirada perdida, comenzó a respirar agitadamente. «Fue entonces cuando, en un momento que se despistó y miró al suelo, nos lanzamos sobre él y le sujetamos», recuerda Christian.
Luego se quedaron con él. Alejandro dice que «el chico rompió a llorar» y que le consolaron. Los agentes esperan que se le proporcione toda la ayuda que necesite y se recupere «de este bache».
«Al final nos dio su teléfono. Así que estos días le llamaré para ver qué tal se encuentra. Tendremos que tomarnos algo juntos y celebrar que tiene una segunda oportunidad en la vida», apunta Christian.
Al acabar su turno, los agentes volvieron a casa. Esta vez con una sensación distinta en el cuerpo, ya que insisten en que «los servicios humanitarios son los mejores» de su trabajo. «Salvarle la vida a una persona es lo más gratificante que hay», aseguran.
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