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Domingo, 8 de abril 2018, 00:44
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Cuando tiene tiempo libre, Bartolomé Gil Estrada descuelga el teléfono y pregunta: «¿Qué puedo hacer este sábado?». Y las opciones son muchas. En París, su ciudad de residencia desde hace cinco años, el joven malagueño ayuda a niños hospitalizados y sin familia con un voluntariado de Disney, reparte alimentos a personas sin hogar con la ONG Resto du Coeur, toca el piano para recaudar fondos para América Central con Artistas en Acción, colabora con la Cruz Roja francesa y redacta documentes en varios idiomas para la asociación Gran Premio Humanitario de Francia. Habla nueve diferentes (español, inglés, francés, italiano, portugués, chino, árabe, alemán y ruso), pero el lenguaje que más domina es el de la solidaridad. Méritos suficientes para que ayer se ganara la medalla de oro del Grand Prix Humanitaire, una condecoración que recibió en un acto solemne en el Senado de París.
El joven de Pizarra, de 28 años, se convierte así en el primer español con la distinción de esta centenaria institución -fundada en 1862- que reconoce a personas que destacan por su labor humanitaria y social. Antes que él la recogieron la princesa Gracia de Mónaco, la Princesa Diana de Orleans y el Príncipe Alberto de Mónaco, entre muchos otros. Es, además, el premiado más joven de la historia de esta asociación, en un empeño de la presidencia de motivar e implicar a las nuevas generaciones. «Ha sido muy emotivo», declara Bartolomé Gil al otro lado del teléfono tras finalizar el evento.
Licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Málaga, el joven malagueño se marchó a Francia con un contrato en Disneyland para supervisar la seguridad. Su don de lenguas le llevaría poco después a ser el encargado de comunicación institucional del parque de atracciones. Cinco años más tarde, Bartolomé Gil es hoy jefe de protocolo en una misión diplomática en París y Unesco. Pero su meta está más arriba: «Sueño con ser director del programa de derechos humanos de Naciones Unidas».
Esa rama siempre le ha atraído. Desde que se inició en el voluntariado en Málaga, Bartolomé Gil trabajó del lado del inmigrante. Sus habilidades con los idiomas le permitían ayudar en su integración, ejerciendo de intérprete en el hospital Clínico, colaborando con Cruz Roja y participando en diferentes programas en la cárcel. «Hoy les toca a ellos, pero el día de mañana me puede pasar a mí. Mi abuelo también fue inmigrante en Alemania», detalla. Él no quiere mirar hacia otro lado. «En el mundo hay muchas desigualdades y todo el mundo es culpable de lo que ocurre. Cada uno tiene que aportar su grano de arena con lo que pueda, tocando el piano o haciendo una paella, con lo que sea», defiende.
En el acto de ayer en el Senado, la presidenta del Grand Prix Humanitaire, Lucie Calderón, destacó la dedicación asociativa, social y humanitaria del malagueño a pesar de su corta edad. La institución, que durante años solo premió a franceses y a personas de una dilatada trayectoria, pone así el foco en las nuevas generaciones con el reto de que se impliquen más en el ámbito humanitario. Para Bartolomé Gil es un aliciente, una palmada en la espalda para seguir en la defensa de los derechos humanos. Pero también hay tiempo para el ocio: «Esta noche me voy con mis amigos a celebrarlo».
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