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Conductas contrarias a la convivencia y ofensas son las principales causas de expulsión.
«La próxima vez me controlaré, no quiero que me expulsen más»

«La próxima vez me controlaré, no quiero que me expulsen más»

En la Asociación Cívica para la Prevención desarrollan un proyecto para ayudar a los menores a los que se ha echado del instituto

Alvaro Frías

Domingo, 7 de mayo 2017, 00:39

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«Estoy aquí por haberle dado una patada en el pecho a un compañero de clase en el aula de convivencia». Son las contundentes palabras que brotan de la garganta de Jose un nombre ficticio para no ser reconocido con las que explica el motivo que le ha llevado a tener que cumplir una expulsión del centro de 15 días. Pero no lo hace en la calle, sino tras un pupitre de la Asociación Cívica para la Prevención (ACP), que tiene un proyecto para trabajar con estos jóvenes.

Sentado a su lado está Alberto cuyo nombre también es figurado por el mismo motivo. Los dos se miran y sonríen, a la vez que no pueden evitar bajar la vista mientras explican el por qué de su expulsión. Una timidez propia de los 15 años que gastan, pero que no le impidió a Alberto negarse a salir de la clase cuando el director del centro en el que estudia se lo dijo.

No dejan de moverse en la silla mientras cuentan que no es la primera vez que les expulsan. Jose lo ve todo muy claro: «Tengo un profesor que me tiene manía».

Sin embargo, también son conscientes de que su comportamiento no ha sido adecuado. Eso es lo que les ha hecho acabar en las instalaciones de la ACP en la barriada de García Grana, situadas en un colegio sin estudiantes desde hace años, pero con aulas para los jóvenes expulsados temporalmente.

Los miembros de esta asociación desarrollan el bautizado como Proyecto Alternativo para Menores Expulsados de los Centros Escolares (PAMEX), en colaboración con el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía, con el que se pretende ayudar a estos jóvenes a través de la reflexión sobre sus actos.

Situaciones que llevan a los menores a acabar expulsados y que responden principalmente a conductas contrarias a la convivencia un 62,3 por ciento de los jóvenes atendidos en la ACP e injurias y ofensas contra un miembro de la comunidad educativa 15,7 por ciento.

Pero esto es solo una vuelta más del nudo gordiano en el que se han convertido las vidas de estos menores. Rafael Arredonda, miembro de la ACP, explica que estos comportamientos son una llamada de atención de los niños con los que trabajan.

Por ello, cuando los jóvenes se ponen en manos de la asociación, previo consentimiento de sus padres, se trabaja para ver qué es lo que provoca que los menores tengan los comportamientos que les han llevado a acabar expulsados del centro.

Rafael apunta por una parte a un sistema educativo «que solo se basa en aprobar». «Faltan recursos sociales en los centros con los que poder abordar de otra manera este tipo de situaciones», apunta.

Los problemas familiares son uno de los principales motivos que suelen empujar a los jóvenes a tener estos comportamientos. La psicóloga Sara Olivares, que trabaja en la ACP, precisa que los chicos a los que ayuda tienen falta de normas en casa, así como una baja tolerancia a la frustración y están desmotivados.

No solo hay que pensar en familias en riesgo de exclusión social. Rafael insiste en que son de todo tipo, desde algunas con el padre en la cárcel o que están totalmente desestructuradas, a otras en las que los progenitores son universitarios y se encuentran en otra situación.

De hecho, en la primera entrevista que realizan con la familia y el menor en cuestión cuando éste llega a la asociación, este aspecto se analiza mucho. «Si lo vemos necesario trabajamos también con los familiares, algo que es muy importante en este proyecto», afirma Rafael.

Espacio para desahogarse

Al final, lo que buscan los jóvenes es un espacio en el que poder desahogarse y en este aula de un colegio sin niños pueden hacerlo. Alberto asegura que «en el instituto te castigan o te dicen que te sientes al fondo de la clase y que no hables», mientras que en la asociación le «escuchan» y «se puede hablar tranquilamente». «Eso me gusta», añade.

Rafael insiste en que este espacio para que los chicos puedan expresarse es indispensable para combatir su mala conducta: «Menores de 14 años de media, repetidores, en primero o segundo de la ESO que llaman la atención para que les escuchen».

En la asociación trabajan contrarreloj para conseguir inculcarles valores y para hacerles reflexionar sobre el comportamiento que han tenido. Y es que las expulsiones son de tres días hasta 29, por lo que la labor que desarrollan es muy intensa.

Los miembros de la asociación han luchado para conseguir ese cambio en los 500 estudiantes que han pasado por sus manos en los siete años que llevan con el proyecto. Los primeros en notarlo son los propios jóvenes. Jose comenta que la próxima vez se controlará antes de dar una patada a un compañero, ya que no quiere que le echen más. Junto a él, Rafael y Sara sonríen satisfechos.

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