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Daniel, con un pez limón de 42 kilos capturado en una jornada de pesca.
Muere un joven malagueño cuando practicaba pesca submarina en Tarifa

Muere un joven malagueño cuando practicaba pesca submarina en Tarifa

Daniel Acedo, de 25 años y vecino de la barriada de Tiro de Pichón, era instructor de socorrismo y un buceador experimentado

Juan Cano

Lunes, 23 de enero 2017, 02:03

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El mar no tenía secretos para Daniel Acedo. Llevaba toda la vida buceando y estaba acostumbrado a las traicioneras corrientes del Estrecho, donde solía practicar pesca submarina con sus amigos. El sábado, una bajada a 28 metros, una profundidad más que conocida para él, le jugó una mala pasada. El joven malagueño, que era un experto nadador e instructor de socorrismo (había sido vigilante en algunas playas de la provincia, aunque ahora trabajaba como técnico instalador para una empresa de telefonía), murió ahogado frente a la playa de Valdevaqueros, en Tarifa. Tenía 25 años y vivía en la barriada de Tiro de Pichón con sus padres y su hermana pequeña.

Apenas hacía tres semanas que se había regalado una barca para practicar su deporte favorito. Su amigo y compañero de pesca Juan Sogorb le había comprado la sonda y, juntos, enfilaron el camino hacia el Estrecho. Buscaron a un barquero para que ejerciera de patrón de la zodiac y los ayudara a izar las piezas y remontar la corriente. Los tres salieron de Málaga a las 5.50 horas del sábado y llegaron a Valdevaqueros sobre las 9.30.

Tras echar la barca al agua, pusieron rumbo al Bajo de los Cabezos, el único que hay en la carta náutica de la zona, que va desde los nueve hasta los 50 metros de profundidad. Un roquedal tan rico en pesca como peligroso para los buceadores. «Aquello es un cementerio de personas», describe Juan, sólo unas horas después de perder a su amigo en esa maldita marca. «Nosotros le teníamos respeto, pero no miedo. En esas condiciones hay que estar bastante tranquilo en el agua, aunque consciente del riesgo. Cualquier fallo se paga muy caro».

Habían empezado a ver algo de pescado y acertaron las dos primeras piezas, un dentón de unos tres kilos y un borriquete de cuatro. «Allí hacemos barridas porque la corriente te arrastra. Al subirme a la barca, me percaté de que él estaba tardando mucho en salir», relata el compañero de pesca de Daniel, al que apodaban El Largo o, con guasa, El chiquitín por su imponente corpachón y su metro noventa de estatura.

En esas, Raúl Astorga llegaba con su hermano, que es también su barquero, a la misma marca. «Nos dirigíamos a una seña y vimos que ellos estaban pescando muy cerca, así que, para no estorbarles, nos alejamos por fuera (mar adentro). Me tiré a unos 100 metros. Al subir, mi hermano me comentó: ¿qué están haciendo aquellos?. Yo pensé que estarían sondando (marcando alguna piedra en la que habían visto pescado). Me dio tiempo a bajar otra vez y, al regresar a la superficie, vi que la barca se acercaba a mí. El muchacho (era Juan) me dijo: He perdido al compañero, no lo veo», cuenta Raúl, que conoce la zona como la palma de su mano. Además de gaditano (de Jerez de la Frontera) y bombero de profesión, es miembro de la selección nacional de pesca submarina y, por tanto, un buceador experto. «Llévame hasta el punto donde lo has perdido», le respondió.

Raúl navegó tras la estela de la barca de Juan, pero se abrió a la derecha, «teniendo en cuenta la deriva de la corriente». Tardó unos 40 segundos en encontrarlo. «Casi me topé con él. Viré en seco y, por la postura, me di cuenta de que estaba inconsciente». Se tiró al agua y, con ayuda de los amigos de Daniel, lo subieron a la zodiac del malagueño.

«Le dije al barquero que llamara al 112 y le di las pautas que debía comunicarle al operador para que mandaran una ambulancia a la playa. Al otro chaval le expliqué cómo teníamos que hacerle la RCP (maniobra de reanimación cardiopulmonar), porque yo solo no podía. He visto vídeos de rescates de ahogados que salen adelante después de 10 minutos, pero no en esas condiciones, sin adrenalina, ni suero».

Raúl indicó a su hermano que pusiera rumbo hacia la orilla para que fuese abriéndoles paso y atenuar el oleaje. «No se para hasta que lo diga el médico», le dijo a Juan, con el que se turnaba para realizarle la RCP a Daniel, al que desembarcaron en el rebalaje para allí esperar a la ambulancia del 061. «Estuvimos más de media hora intentándolo», añade el pescador jerezano. «Con el bloqueo que tenían por la situación, los chavales hicieron todo lo que pudieron».

A falta del resultado definitivo de la autopsia, todo apunta a que la causa de la muerte fue un síncope, una pérdida de conocimiento provocada por la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la sangre tras un prolongado tiempo sin respirar. Se le conoce como síncope de las aguas bajas o de los 7 metros porque se produce en el último tramo del ascenso a la superficie. El joven malagueño llegó arriba sin el arpón y sin el carrete. «Supongo que había pinchado un pescado gordo, es una zona de meros», especula su amigo.

Daniel no sólo conocía los riesgos, sino que además había rescatado a más de un pescasub tras sufrir el temido síncope. Entre otros, a Juan. «A mí me salvó la vida y ayer por el sábado la perdió él», se lamentaba su compañero de pesca, que sacó fuerzas de flaqueza para hablar de su amigo, un joven «muy querido y conocido en el mundo del socorrismo era profesor de la Real Federación Española de Salvamento y de la pesca», donde incluso había patentado su propia marca (Kayuco) de fusiles artesanales de madera. «No es porque haya pasado esto, sino porque es la verdad. Era una persona muy campechana, con una bondad y un corazón muy grandes». A Juan no se le olvida la fecha, la tiene grabada a fuego. «Fue el 6 del 12 de 2014. Me acuerdo porque volví a nacer. Me quedé inconsciente. Daniel me tuvo que abrir la boca con el cuchillo de pesca (la mandíbula se le quedó bloqueada por el síncope) y me reanimó. Y no sólo a mí. Aquí en Parcemasa, donde ayer se velaban los restos del joven hemos coincidido tres personas a las que ha salvado la vida. Si te pasas por el cementerio, verás lo grande que era, el montón de gente que ha venido a despedirse de él. Con todos ha salido de pesca y a la mitad los habrá enseñado a bucear». El mar, que conoció de pequeño, cuando su padre lo llevaba para curarlo de un problema en los pies, como le recomendaron los médicos, era su obsesión. Y volvía a él, una y otra vez, casi a diario.

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