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Los preadolescentes han convertido la pornografía en su primera fuente de información a la hora de iniciarse en el sexo.
Cuando el sexo empieza en el porno

Cuando el sexo empieza en el porno

La pornografía se convierte, cada vez más, en la primera toma de contacto de los preadolescentes con las relaciones de pareja. Algunos incluso desde los 10 años

Ana Pérez-Bryan

Domingo, 5 de junio 2016, 00:38

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El sentido común, y el signo de los tiempos, hablan de un cortejo por fases en el que cada cosa llega en su momento. La atracción, la aproximación, el tonteo, el inicio de una relación y luego todo lo demás. ¿Pero qué ocurre si ese todo lo demás llega de una manera precoz y con una información sesgada que distorsiona y sólo muestra una parte de la realidad? Y más aún, ¿qué ocurre si al otro lado hay apenas un niño de diez o doce años cuya personalidad acaba de empezar a formarse?

Las respuestas son inquietantes, más aún si se tiene en cuenta que las encuestas que los especialistas manejan hoy en día sobre inicios en el sexo confirman que una gran mayoría de preadolescentes tienen sus primeros contactos con el complejo mundo de las relaciones de pareja a través de la pornografía. Es decir, que lo-normal para ellos sea un retrato robot que se ciñe exclusivamente a lo genital, con hombres que convertidos en auténticos titanes del sexo y mujeres solícitas que se limitan a dar placer. Y más allá de los roles, con relaciones-tipo que no van más allá «del sexo oral y de la penetración». El lenguaje puede parecer rudo, incómodo incluso, pero los expertos no encuentran otra manera de explicarlo. Y sobre todo de dar la voz de alarma cuando hablan de este nuevo fenómeno que ojo «los iguala a todos». Sí, a los chavales normales. Al hijo de su vecino. Al suyo o al mío.

«Imagínate el efecto que puede tener en un niño de esa edad que la primera fuente de información sea el porno. Es una auténtica barbaridad». Lo dice, subrayando con énfasis el término bar-ba-ri-dad, la psicóloga, sexóloga y jefa del Negociado de Violencia de Género del Ayuntamiento de Málaga, Angélica Cuenca, que por su amplia experiencia en esa primera línea de la pubertad y la preadolescencia confirma que el acceso universal a las nuevas tecnologías expone más que nunca a los chavales a contenidos inapropiados. Porque antes quizás había que ir a buscar una revista o una película, pero ahora el recorrido es a la inversa. Las cifras le dan la razón: un 34% de los internautas (menores incluídos) se han tropezado con la pornografía alguna vez mientras buscaban otra cosa, y un tercio del contenido global de Internet es porno. Y ahí encuentran los menores a su primer (y nefasto) maestro en el sexo.

Las chicas, por imitación

Cuenca añade una diferenciación entre ellos y ellas, y también por edades: «Los chicos suelen entrar directamente en ese mundo de fotos y vídeos y lo viven como algo que se comparte con los amigos porque su sexualidad es más abierta. No es en absoluto extraño que esto ocurra a partir de los 10 años. En el caso de las chicas, sin embargo, los primeros contactos con el porno suelen darse algo más tarde en torno a los 14 y a partir de que empiezan los juegos con su novio, cuando él le pide que hagan esas cosas». Es decir, en ellos es espontáneo y en ellas «a través del noviete o el amigo». O cuando llega «la presión del grupo», de modo que el mecanismo funciona de la misma manera que cuando se fuman «los primeros porros».

Este término de «imitación entre iguales» lo aporta al debate el psicólogo, master en Sexología y experto universitario en Género e Igualdad Fernando Gálligo, por cuya consulta del Instituto Andaluz de la Mujer de Málaga ha visto pasar de todo. Y coincide con el término que emplea su colega Angélica Cuenca cuando valora el contacto de «personalidades sin formar» con el porno: «Es un desastre» Y además termina por pesar en las relaciones posteriores, incluida la vida adulta. «El impacto en los preadolescentes es mucho mayor que si ese primer contacto se produce a una edad más normal, en torno a los 17 o 18 años», constata Gálligo, que insiste en que el escenario que se dibuja ante los ojos de un niño de once años es irreal y «nocivo»: «La sexualidad en el porno está genitalizada; se centra casi exclusivamente en la penetración y se convierte en modelo de una realidad que no es estándar: el tamaño del pene, la suma de conquistas, el aguante...».

Tras la enumeración del experto asalta una pregunta inevitable. ¿Cuál es el efecto real que este fenómeno tiene después en las relaciones que establecen los jóvenes? Pues un mosaico en el que el tamaño que sí importa es el de los problemas a los que se enfrentan, sobre todo ellas. Y ahí no existe la marcha atrás, en el sentido más amplio de la expresión. Tanto Cuenca como Gálligo se refieren a chicas que llegan a las consultas con la experiencia de que han sido forzadas. «Se dan casos de auténticas violaciones», admiten ambos, que hablan de prácticas para las que un adolescente no está preparado, como la relación completa,la que incorpora juguetes eróticos o el sexo anal y oral. «En ellos funciona mucho el mito de la pareja o el de los celos, y ellas dicen que sí a todo por miedo a ser rechazadas», reflexiona el psicólogo del IAM.

Los abusos como algo normal

A esta radiografía Cuenca incorpora otro dato igualmente preocupante sobre el que pide, explícitamente, que se hable. Es la «naturalización de la violencia». Es decir, no ya sólo que la chica haya sufrido una violación, sino que la vea como algo normal y que incluso forme parte del juego sexual. «He conocido un par de casos de chicas de trece años que han sufrido abusos por desconocidos que han conocido a través de Internet», lamenta la especialista, a quien su amplísima experiencia no la protege del asombro al confirmar que «cuando te lo cuentan lo hacen sin ninguna afectación».

Inevitablemente esta forma de entender el sexo lleva a cada vez más jóvenes a terapia y además puede ser la vía de entrada a una relación tóxica, con todo lo que eso conlleva. Ahora es Gálligo el que pone los puntos sobre las íes: «Las relaciones tóxicas entre adolescentes, por ejemplo en las que hay malos tratos, se deterioran mucho más rápido que si hablamos de adultos». Y cierra con un retrato demoledor: «Hoy me encuentro con jóvenes-viejos que ya lo han probado todo con 17 y que quedan marcados de por vida».

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