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Palacio de Trinidad Grund, en la calle de Málaga del mismo nombre.
La cadena de desgracias en la vida de Trinidad Grund

La cadena de desgracias en la vida de Trinidad Grund

Fue una de las mayores benefactoras de Málaga, pero su vida sumó una tragedia con otra: su marido se suicidó en una cacería cuando estaba embarazada, perdió a su hijo en una operación y sus dos hijas pequeñas murieron ahogadas en el Estrecho. Hasta tuvo que exiliarse a Roma

Ana Pérez-Bryan

Sábado, 14 de mayo 2016, 00:37

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Seguro que ha pasado cientos de veces por la puerta de su palacio, en la misma calle que recuerda a doña Trinidad Grund en una de las vías paralelas del Puerto de Málaga. Convertida en un nombre de referencia en la ciudad, su historia sin embargo esconde muchos detalles. Sobre todo desgracias. Precisamente su condición de benefactora de las causas sociales y de los más desfavorecidos fue el refugio que alivió la pena de doña Trinidad tras un encadenamiento de calamidades que marcaron su vida.

Sus primeros años corren ligados a los de su padre, Federico Grund, una saga originaria de Hamburgo. La familia recaló en la ciudad en 1832, cuando su progenitor, que era cónsul de Prusia en Sevilla, zanjó las diferencias con el gobierno de su país trasladándose con toda su familia a la capital de la Costa del Sol. Aquí, el cabeza de familia estableció una estrecha amistad y varios negocios con Manuel Agustín Heredia, hasta el punto de que ambos unieron sus familias y sus apellidos con las bodas de las dos hijas de don Federico (Trinidad y Julia) con los dos hijos de don Manuel, Manuel y Tomás Heredia Livermore.

Doña Trinidad contrajo matrimonio con el primogénito, Manuel, un hombre que los libros de historia retratan como depresivo y del que sólo disfrutó durante cuatro años. Las mismas crónicas de la época recogieron el suicidio de su esposo, de 34 años, durante una cacería en Motril. Ella quedó viuda con apenas 31, con dos hijos pequeños de 3 y 2 años y con el tercero en camino. Aquella fue, sin embargo, la primera piedra en su tortuoso camino.

Según recoge la historiadora Mar Rubio en el blog de su página web, doña Trinidad perdió a su pequeño hijo Manolito por las complicaciones derivadas de una operación quirúrgica apenas cuatro meses después del suicidio de su marido.

La pérdida la dejó sumida en una profunda depresión, de modo que animada por su familia decidió viajar hasta Sevilla con familiares y amigos para disfrutar de la feria y evadirse de la desgracia. Lo hizo a bordo del vapor Miño rumbo a Cádiz, pero en el Estrecho fue embestido por una fragata inglesa y el barco se hundió. La fatalidad quiso que doña Trinidad perdiera en el naufragio a sus dos hijas pequeñas, Isabel y Manolita (6 y 3 años), a dos cuñados y a una doncella. La tragedia no quedó ahí, ya que en la página web del Cementerio de San Miguel, donde está enterrada la mecenas, se explica que en un primer momento pudo retener a sus pequeñas contra su pecho, pero el remolino de la embarcación al hundirse las engulló para siempre. Ella se salvó porque su vestido quedó enganchado a uno de los bancos del barco, desde donde esperó a que la rescataran.

A causas benéficas

Devastada y con 35 años, doña Trinidad decidió entonces dedicar su vida y su fortuna a las causas benéficas. Gracias a ella, y siguiendo el deseo que su marido expresó en su testamento, se puso en marcha el asilo de San Manuel en el barrio de El Bulto y encomendó la labor docente a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Las crónicas de la época se refieren también a que fue ella la que mandó construir Cortijo Jurado y que participó en la creación del colegio La Goleta, del Asilo de los Ángeles y de la capilla del Hospital Civil. Además asistió a los daminificados de las epidemias de que asolaron Málaga en aquellos años.

Toda esta labor le valió el reconocimiento de la mismísima Isabel II, que le concedió la Banda de Damas Nobles de la orden de María Luisa. Sin embargo, doña Trinidad se enfrentó a la Reina cuando ésta creó el Reino de Italia a costa de los estados Pontificios, lo que la condenó al exilio en Roma hasta que la monarca falleció.

Un entierro multitudinario

De nuevo en Málaga, y durante la I República, consiguió interceder para que se salvaran de la piqueta muchos conventos de la capital. Su muerte, pero sobre todo el duelo, forma ya parte de la memoria de la ciudad, porque fueron miles las personas que fueron a dar su último adiós a doña Trinidad, cuyos restos reposan junto a los de su esposo Manuel en el panteón de los Heredia en el Cementerio de San Miguel. Su enterramiento fue el más multitudinario de la historia del camposanto malagueño y con él se cumplía el último deseo de la benefactora, que prefirió descansar junto a su marido en lugar de en la girola de la Catedral, como le habían ofrecido. Antes de morir, esta mujer marcada por la desgracia que sin embargo encontró alivio en la causa social manifestó otro anhelo: pidió que la enterraran con el vestido que llevaba el día el naufragio en el que perdió a sus hijas. Con aquella mortaja que la acompañó en vida y que también lo hizo, ya en sentido literal, en la muerte.

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