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Calle Cinco Bolas, al lado de la Iglesia de San Juan, donde se abrió el primer hospicio para arrepentidas
Cuando la prostitución era legal en Málaga

Cuando la prostitución era legal en Málaga

¿Sabía que los prostíbulos pagaban impuestos en la época de los Reyes Católicos? ¿Y que las rameras se llamaban así porque colgaban de las puertas de sus casas ramas verdes que avisaban de su oficio? Una ruta (re)descubre todos estos secretos de la Málaga Moderna

Ana Pérez-Bryan

Sábado, 5 de diciembre 2015, 23:54

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Hubo una época en la que la prostitución era legal en Málaga. Sí, ha leído bien. No sólo era una costumbre aceptada y hasta bien vista socialmente, sino que además reportaba periódicamente una cantidad de impuestos a la Corona de España. Más curioso resulta aún que la Corona que se beneficiaba directamente de la actividad de los prostíbulos fuera la de los Reyes Católicos, que contaban hasta con la figura de un putero oficial, es decir, con el encargado de regular el negocio en diferentes ciudades. En el caso de Málaga, el singular título lo ostentaba Alonso Yáñez Fajardo, putero del Reino de Granada por obra y gracia de Isabel y Fernando y cuyo nombramiento oficial se guarda en el Archivo de Málaga.

La historia de las prostitutas, las rameras y los puteros que las regulaban forman parte de una época lejana y casi olvidada en Málaga, pero no por ello menos interesante y digna de ser rescatada del olvido. Así lo hace de nuevo la empresa de Gestión Cultural Cultopía, que desde hace unos años lucha por sacar a la luz la historia oculta de la ciudad. Por ejemplo, ésta que se desarrolla entre el año de la conquista de Málaga por parte de los Reyes Católicos (1489) y principios del siglo XVIII, cuando Felipe V (el primer Borbón) ya empieza a ver con malos ojos que la prostitución fuera una actividad regulada por ley.

Entre ambas fechas, sin embargo, en Málaga se hablaba de putas, rameras, queridas y puteros con la misma naturalidad con la que se conocían donde estaban, puerta por puerta, los principales prostíbulos. Todos ellos dependían precisamente del putero, que se encargaba de alimentar a las prostitutas, pagarles un médico y que tuvieran un lugar adecuado para ejercer. Como en todo, también en estos asuntos había clases y estatus: las crónicas de la época, que ahora saca a la luz el historiador e investigador malagueño Jorge Jiménez, constatan que los prostíbulos más lujosos estaban en el entorno de la plaza de la Constitución, cuyas callejuelas recibían el nombre de la calle de las Doce Revueltas (a la altura del callejón que hoy comunica la plaza de las Flores con la plaza de la Constitución, y que luego recibió el nombre de las Siete Revueltas). La plaza era el centro neurálgico de la ciudad, con el Ayuntamiento y la plaza de toros, y los buenos negocios iban a cerrarse, y a celebrarse, a los prostíbulos de la zona.

Allí no entraban las llamadas putas de arrabal -las que ejercían en las afueras de la ciudad, las de la clase más baja-, sino la puta de prostíbulo o incluso la ramera. Estas últimas representaban la parte más alta de en la escala de las trabajadoras del sexo, ya que se hacían con los favores de la alta sociedad, de los que conseguían incluso viviendas e incluso los medios para vivir mantenidas y protegidas de por vida. El hecho de que estuvieran al servicio de un hombre no excluía la posibilidad de mantener relaciones con otros. Dependía del acuerdo al que llegaran, constata Jiménez. Eso sí: había una condición para las rameras, que consistía en que tenían que colgar de la puerta de sus casas una rama verde para que todo el mundo supiera a qué se dedicaban (de ahí su nombre).

Calle Camas, una zona de referencia

Más allá del entorno de la plaza de la Constitución, y bajando en el 'escalafón' de los prostíbulos, la zona de la calle Camas también era un lugar de referencia en la época; de hecho lo ha seguido siendo hasta hace no tanto. Allí estaban las casas de prostitutas más normalitas, en palabras del historiador, que en muchos casos se mezclaban con posadas y fondas de las que hacían uso los viajantes que emprendían el camino de Antequera. El nombre de calle Camas viene, de hecho, de este tipo de negocios que en muchos casos ofrecían, además de cama, servicios de sexo.

El hecho de que el negocio de la prostitución estuviera regulado vía impuestos no implicaba necesariamente buenas condiciones de vida para las mujeres. Salvo en casos excepcionales, como el de las rameras que tenían ya a sus clientes exclusivos o las 'putas viejas ricas' que habían conseguido comprarse una casa después de años de trabajo, las penurias que sufrían estas mujeres también eran conocidas. Los alquileres que debían pagar al putero no eran baratos, tenían que hacer muchos servicios para tener sueldos dignos y, en la mayoría de los casos, lo único que tenían en propiedad eran su ropa. Tampoco la legalidad permitía una excesiva visibilización del negocio, ya que los Reyes Católicos toleraban la regulación de la prostitución siempre que ésta no atentara contra la moral y la salud pública.

La ruta

La ruta de los prostíbulos (legales) de la Málaga de la época incluye lugares no menos curiosos. Es el caso de la primera casa que se abrió en la ciudad para acoger a las prostitutas arrepentidas, es decir, aquellas que querían dejar atrás ese modo de vida y que se entregaban a la religión para salvar su alma. El primer hospicio de estas características se encontraba al lado de la Iglesia de San Juan, en la Calle Cinco Bolas, y fue impulsado precisamente por una de las nueras de Alonso Yáñez, el putero oficial de la ciudad. También fueron las arrepentidas durante una época al Convento del Císter, aunque acogerse a esta posibilidad tampoco era fácil. En primer lugar porque era complicado abandonar la prostitución cuando ese modo de vida era el que garantizaba el sustento -sobre todo en caso de mujeres en apuros económicos, viudas jóvenes o mujeres abandonadas- y en segundo lugar porque para acceder a estas casas había lista de espera. Y también requisitos, como por ejemplo ser católica-apostólica-romana, pertenecer al Obispado de Málaga o demostrar que ya se había intentado abandonar el oficio en alguna otra ocasión. Aunque fuera el más antiguo del mundo.

Más información: www.cultopia.es

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