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El malagueño, en Islas Mauricio
La vuelta al mundo a pie del malagueño Ignacio Dean

La vuelta al mundo a pie del malagueño Ignacio Dean

El joven dejó un trabajo bien remunerado para empezar una aventura de 35.000 kilómetros con la que pretende concienciar sobre el medio ambiente

yolanda veiga

Lunes, 24 de agosto 2015, 00:37

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Aquel 21 de marzo de 2013 partió del kilómetro cero con un petate de 25 kilos y una armónica. Pero echó a andar mucho antes... con 4 años, cuando subía con su padre al Moncayo (2.314 metros), el techo del Sistema Ibérico. Allí arriba vio la nieve por primera vez y en las ruinas del castillo de Trasmoz imaginó historias de brujas y caballeros. Era lo más cerca que estuvo a tocar el cielo, en Zaragoza, aunque Ignacio Dean nació en Málaga hace 35 años (los cumplió el jueves).

Ahora ha descubierto que hay otro cielo, el del desierto del Atacama, en Chile. «Una noche salí de la tienda de campaña y miré arriba, vi tantísimas estrellas que me dieron hasta miedo». Un miedo distinto al que sintió en la India, el cielo oculto por el techo del cuartel del ejército o el de una casucha en medio de la jungla, con monos saltando por los tejados y telas de araña que cuelgan de las ramas hasta el suelo. «El brahmana, el sacerdote hindú, encendió una varilla de incienso y me pintó un lunar rojo en la frente para protegerme de los malos espíritus». Ha funcionado.

Ignacio, licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas y técnico de Medio Ambiente, dejó un trabajo de socorrista en Madrid y un sueldo de 1.600 euros para recorrer el mundo a pie y concienciar sobre el cuidado de la naturaleza. Lleva dos años y cinco meses caminando, 29 países visitados, y ahora está en México DF, a donde llegó el 5 de agosto tras recorrer Chiapas, Oaxaca y Puebla. En su cuaderno de bitácora anota los percances, y hay unos pocos. «En Italia, en el valle del Trebia, pinché las ruedas del carrito del equipaje porque las cubiertas estaban muy desgastadas. Se me habían acabado los parches y me cayó una tormenta... No tenía comida ni dónde comprarla porque era domingo y estaba en mitad de la montaña. Encima me quedé sin batería en el móvil y no pude pedir ayuda. Así que tuve que refugiarme bajo el alero de una iglesia en un pueblo abandonado. Lo más gracioso es que el pueblo se llamaba Loco».

Eso es una anécdota, lo de Perú ya no. «En Lima me atracaron. Estaba en los Barracones, en el peligroso barrio de Callao, y cuando me quise dar cuenta tenía cinco tíos encima. Me robaron la cámara y el móvil. Quise volver a recuperarlos, pero la Policía me hizo desistir, ni ellos entran ahí». No acabarían ahí los sustos, porque en El Salvador se topó con miembros de las maras Salvatrucha y M18. «Atracan y asesinan sin pestañear. Me encontré a dos, me dijeron que les diera lo que llevaba, les dije que no, marcando una distancia para que no me soltaran un machetazo... y se quedaron plantados, dejándome marchar. Al día siguiente caminé con escolta de la Policía hasta Zacatecoluca, una de las ciudades más peligrosas del mundo, allí está la prisión de máxima seguridad de Centroamérica. Y en la frontera entre Armenia e Irán me pararon por hacer fotos y casi no puedo pasar».

¿Cuál es el país mejor preparado para el caminante?

Francia y Eslovenia son los países más considerados. Y por supuesto, Suecia y Dinamarca.

¿Un lugar para vivir?

Dos, Australia y Costa Rica.

Pero ni allí vivió lo que vivió en las Chitaw, en la jungla de Nepal. «Por la vegetación y la humedad que hay por la tarde cae una niebla muy densa. Estaba junto al río Rapti, lleno de cocodrilos, y entre la niebla apareció una sombra. Los locales gritaron: ¡Un rinoceronte!. Y echaron a correr. Yo me quedé quieto, disfrutando de ese momento, con el animal a veinte metros. Le veía los pliegues, el movimiento de las orejillas».

Veinte ampollas y 8 kilos

El reverso de la foto son los slums, los basureros donde vive mucha gente en la India y Bangladesh. «En la India hay una atmósfera muy agresiva, ruido, contaminación, miseria. Puedes coger fácilmente la malaria, el dengue o la fiebre tifoidea. Al acabar el día no sabía si echarme a dormir en la jungla con monos, arañas, serpientes y murciélagos como balones de fútbol de grandes o en una habitación con chinches, garrapatas y cucarachas».

Encuentra acomodo en cualquier parte y viaja ligero de equipaje. Empuja un carrito de 25 kilos («13 ya los pesa solo la estructura»), con lo básico: tienda, saco, esterilla, agua, botiquín «en la India me puse la vacuna de la fiebre tifoidea y en El Salvador la de la rabia» y cuatro trapos que va renovando. «He tirado quince camisetas a la basura y nueve pares de zapatillas. Las que llevo ahora cuestan 80 dólares. Me las regalan los amigos, alguna tienda... sigo sin patrocinador oficial».

Tiene un presupuesto de 20 euros diarios y solo ha pagado por cama 224 noches. «He dormido 350 veces en la tienda de campaña y otras doscientas y pico gratis, en alguna casa donde me han acogido». Recorre una media de 45,5 kilómetros al día y le han salido más de veinte ampollas durante el viaje. Más números: ha perdido 8 kilos. «Lo que más echo de menos es ducharme a gusto y la seguridad».

Todo lo demás es sumar. Paisajes y, sobre todo, la gente. «En un pueblito de Turquía conocí a un motorista canadiense de 60 años que estaba dando la vuelta al mundo por el paralelo 45. Venía de Rusia y llvaba una garra de oso colgada al cuello. Yo llevaba un día sin comer, pero ese encuentro me insufló fuerza. En el lago Titicaca, en los Andes, en la frontera de Bolivia con Perú, conocí a un indio aymara fabricante de las famosas balsas kon-tiki, hechas de totora y pergamino, con la que ya los indios de América habían cruzado el Pacífico antes de que los españoles llegaran al Nuevo Continente. National Geographic le dedicó un reportaje junto a Thor Heyerdhal, el noruego que manejó las embarcaciones en la travesía».

Él también ha sido un descubrimiento para los locales, que en algunos sitios le han recibido con honores. «A Malasia entré procedente de Tailandia, a través del archipiélago Langkawi, un conjunto de 105 islas en el mar de Andaman. Un indio, Vijaydram, vino a recibirme con un collar de flores y cuidó de mí mientras estuve allí. Él me enseñó a comer con las manos, usando solo la yema de los dedos. Tenía una facilidad tremenda para reconocer a la nacionalidad de las personas observando solo sus gestos y facciones».

¿Qué platos de los que ha probado va a incluir en su dieta?

Los batidos y jugos de frutas que toman en América, de papaya, mamei, guayaba, banana, jamaica... El akam bakar (pescado a la plancha) de Indonesia, el ceviche y las papas a la guancaína de Perú, las baklavas turcas y el tajín de cordero iraní.

Ignacio Dean lleva recorridos unos 28.000 kilómetros y está en el ecuador de su ruta (de DF pondrá rumbo a Cancún). A la vuelta quiere escribir un libro y en el primer capítulo contará que fue monitor de campamentos de aventura, que trabajó en centros de recuperación donde curaban animales heridos, que tardó un año en decidirse a dar la vuelta al mundo a pie, que a sus padres «no les hizo gracia la idea al principio», pero que acabaron animándole: «Si hay alguien capaz de hacerlo, ese eres tú».

¿El país que soñaba conocer?

Nueva Zelanda.

¿El sitio más bonito de España para caminar?

Asturias, Pirineos, La Pedriza y el hayedo de Montejo en otoño.

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