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Rosi Jiménez enseña una foto de su hijo en su casa de Huelin.
«Mi hija quiere ser policía, como su hermano Paco»

«Mi hija quiere ser policía, como su hermano Paco»

Hoy se cumple un año de la muerte de Francisco Díaz Jiménez en Carretera de Cádiz. La madre, la hermana y el jefe de la unidad a la que pertenecía rememoran la vida del agente, apuñalado por un mendigo al que iba a detener

Juan Cano

Jueves, 21 de mayo 2015, 01:12

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En la reunión, como cada tarde, el jefe de grupo enumeró a los individuos que estaban en busca y captura. Uno de los nombres era el de Stefan Reinert, un indigente alemán de 37 años que arrastraba más de 30 antecedentes en su país y otras 23 detenciones en España. Un viejo conocido para la policía, que lo consideraba peligroso y problemático.

El turno transcurría con normalidad. El equipo Dragón 230 patrullaba por Carretera de Cádiz cuando uno de sus integrantes advirtió la presencia de Reinert en la calle Frigiliana. Acababa de entrar en una tienda de todo a un euro. El indicativo (agente) dragón 233, que conducía el furgón en el que iban los cuatro componentes del grupo que estaban de servicio aquella tarde (el quinto había pedido el día libre), pisó el freno. Había que detenerlo.

El subinspector y el oficial se bajaron del vehículo y entraron en la tienda para arrestarlo. El conductor tardó unos segundos más, el tiempo preciso para quitarse el cinturón y echar el freno de mano. El cuarto componente del equipo se quedó custodiando el furgón y, sobre todo, el armero que había en su interior. Debía haber sido un servicio más, una intervención rutinaria. Pero todo se torció.

Reinert reaccionó con violencia y se enzarzó en un forcejeo con los dos primeros agentes. Sacó de la gabardina un cuchillo de cocina, consiguió zafarse de ellos y corrió hacia la puerta de la tienda, por la que entraba, en ese preciso momento, el dragón 233. No lo vio venir, y tampoco pudo hacer nada para evitarlo. Reinert lo apuñaló en el pecho.

El hombre tras la placa, el padre de familia bajo el azul del uniforme, era Francisco Enrique Díaz Jiménez, Paco para la mayoría, aunque en casa, y para los más allegados, lo llamaban Caco. Un agente de 33 años, con más de una década de experiencia en el Cuerpo Nacional de Policía, casado con María, su novia de toda la vida, a la que conoció en el instituto, y padre de Lola, una niña de cuatro años; «se parecían como dos gotas de agua», apunta su abuela Rosi, la madre de Francisco. Hoy hace un año desde que Paco no está.

Esa tarde, sobre la siete, Rosi le envió un mensaje de WhatsApp. «¿Te puedo llamar?». Los vecinos tenían puesto reggaeton a todo volumen y a su hija, que también se llama Rosi, 10 años menor que Paco, le costaba concentrarse para estudiar. «Estaba pensando llamarles la atención para que bajaran la música, pero prefería preguntarle primero a él. No me contestó, aunque tampoco me extrañó, porque a veces, cuando estaba trabajando, tardaba en hacerlo», relata la madre. A esa hora, Paco iba conduciendo hacia la calle Frigiliana, a apenas medio kilómetro de su casa, que está en pleno corazón de Huelin.

El abuelo, al que ya le costaba moverse por los achaques de la vejez, escuchó la noticia en los informativos. «Mi padre gritó desde el cuarto: ¡Rosi, han apuñalado a un policía muy cerca de aquí!», recuerda la madre. «Por Dios, que no sea él», se dijo ella. Al poco, su hija salió de su habitación: «Mamá, es Paco. Lo han llevado a Carlos Haya». Se pusieron «lo primero que pillaron» y corrieron al hospital.

Allí las recibió el inspector jefe Faustino Pretel, que es el responsable de la sección operativa de Unidades Especiales, de la que dependían los dragones. «Rosi, está muy malito», le dijo, antes de acompañarla a una sala de espera que se iría llenando de familiares y policías. «Estuvo 45 minutos luchando por su vida», dice la madre. A Pretel le «impactó» la reacción de los compañeros, que mantuvieron la compostura y supieron contener la rabia y la impotencia cuando el detenido ingresó en urgencias, a pocos metros de la sala donde atendían a Paco, con el gesto imperturbable, la mirada fría, desafiante, y ningún atisbo de dolor pese a los orificios de bala que tenía en el cuerpo. «No quiero saber nada de ese individuo», añade el inspector jefe. «El minuto de mi vida que pueda dedicarle a él, prefiero destinarlo a recordar a Paco».

Una canción para Paco desde Cáceres

  • Meses después de la muerte de Paco, su madre recibió una llamada de una persona a la que no conocía y que quería darle el pésame en persona. Era un vigilante de seguridad de Cáceres que, desde la distancia, había seguido y «sentido con mucho dolor» el caso de su hijo. Había buscado a Rosi en Mijas, creyendo que aún vivía allí, pero no la encontró. Cuando dio con ella, se desplazó a Huelin, donde reside, y le entregó una canción que había escrito para Paco. «El corazón de un ángel en el pecho de un dragón», reza el estribillo. La letra, enmarcada e ilustrada con una foto del agente, ocupa ahora un lugar privilegiado en las paredes del salón de Rosi. Y ese hombre, su mujer y sus hijos son ya parte de su familia.

En casa nada es igual. El abuelo murió en febrero sumido en la tristeza, porque «estaba muy unido a él». Rosi ha tenido que quitar las fotos que inundaban cada rincón del piso, aunque lleva puestas sus chanclas y su esclava, y duerme cada noche abrazada a su guante de kick boxing (uno de los muchos deportes que practicaba). Su hermana estuvo durante meses sin querer oír hablar de la policía, porque todo le recordaba a Paco: «Veía un coche patrulla o una moto y me preguntaba por qué no podía ir él dentro».

Con el paso del tiempo, Rosi ha decidido retomar su sueño. «Quiere ser policía, como su hermano», confiesa la madre. «A mí no me gusta, y claro que me da miedo, pero entiendo que es su vida», añade. Lo cierto es que Paco tenía debilidad con Rosi, con la que ejercía de hermano y de padre. «Era muy protector conmigo. Como él tenía tantos amigos, siempre me decía, bromeando: Cuidaíto con lo que haces, que tengo ojos en todos lados», cuenta la joven.

Paco encontró la vocación trabajando. Nació en Huelin, aunque con cinco años se mudó con su madre y sus abuelos Enrique y María a una casa que éstos tenían en Mijas, donde la familia es muy querida. «Siempre hemos sido una piña. Estaba muy apegado a sus tíos (Fernando y Pili) y a sus primas Pili, Beatriz y Rosa, que eran como sus hermanas», explica Rosi, que enviudó con 33 años. Ya de adolescente, Paco volvió a Málaga, al instituto de Huelin, donde había dejado a sus mejores amigos; Juanjo, que era «su hermano», y Román, que le metió «el gusanillo» de la policía y le pasó incluso sus apuntes. Rosi fue con su hijo a ver a un inspecor jefe al que conocía y le preguntó qué debía hacer el chaval para entrar. «Si hincas los codos y te preparas bien, apruebas».

Y así lo hizo. Se encerraba a diario en su cuarto, del que sólo salía para desahogarse dándole patadas por el pasillo a una pelota hecha de papel y pegada con cinta adhesiva (el fútbol era otra de sus pasiones) entre las risas de su madre y su hermana. Era 2002, un año que tampoco olvidarán. El 31 de diciembre, Rosi sufrió un ictus muy grave, «de los que de cada mil se salva uno, y fui yo». Paco estaba en plenas oposiciones, «y aun así no faltó ni un día en el hospital», estudiando al pie de la cama de su madre. «Se turnaron entre todos, pero yo, cuando lo veía a él, veía a Dios. No me hacían falta ni las enfermeras».

Aprobó a la primera. Tras pasar por la academia de Ávila, fue destinado a una localidad de Gerona, Madrid, Estepona y, finalmente, Málaga. Quería ascender, pero sabía que eso implicaba dejar su ciudad y a parte de su familia. «Estaba en su mejor momento, tenía todo lo que quería. Era muy feliz», dice su hermana, una de las personas que mejor lo conocía.

«Paco interviene su madre era muy policía. Le gustaba mucho su profesión y, sobre todo, el trabajo de calle. Sabía lo que tenía que hacer en cada momento, y le preocupaba su seguridad y la de sus compañeros». Aquel día, no llevaba puesto el chaleco que compró en Madrid por más de mil euros (de su bolsillo), y que le quedaba grande. Luchó a través de los sindicatos para que les asignaran este elemento de protección como parte del equipo. Desde hace meses, todos los componentes de su grupo, y los de la Unidad de Prevención y Reacción UPR) al completo, tienen uno.

En comisaría, las cosas también han cambiado. Paradojas de la semántica, los dragones han dejado de serlo y ahora se llaman fénix. El grupo intenta superar el mazazo y, como el ave, resurgir de sus cenizas. «Nunca se está preparado para algo así, no te acostumbras a vivir con el vacío que te queda y la sensación de que te falta algo», expresa Faustino Pretel. «Ese equipo (el antiguo dragón 230) ya venía de algunos cambios y estaba recomponiéndose, consiguiendo muy buenos resultados». Paco era, según su jefe, una de las piezas clave: «Era un activo, no sólo como profesional, sino también por su actitud positiva ante la vida. No lo digo por lo que ha pasado, sino porque es la verdad: era el agente ideal para este tipo de unidades por su carácter integrador y de trabajo en equipo».

El día a día también ha sido muy duro para sus compañeros durante este año. Dos de ellos han abandonado la unidad y un tercero aún sigue de baja psicológica. «Está costando mucho levantar el equipo. Puede sonar mal, y no quiero que se malinterpreten mis palabras, pero el grupo tiene un héroe, y eso también cohesiona. Paco ha puesto el listón muy alto, nunca se quedaba atrás en una intervención». Ahora, cuando Faustino Pretel se dirige a su gente, les recuerda: «La policía no se hace a base de héroes, sino de personas comprometidas, como lo era él. Paco podíamos haber sido todos».

Hoy, justo el día en que se cumple el primer aniversario de su muerte, la Policía Nacional rinde homenaje a Francisco Díaz Jiménez y a otros 18 agentes fallecidos en acto de servicio, de los que se tiene constancia escrita, desde 1922. El acto se celebrará frente a la Comisaría Provincial, junto al monolito que desde julio del año pasado recuerda a Paco, y que su madre visita regularmente para llevarle flores. «Voy y me harto de llorar. Toco las letras con su nombre, la piedra, y salgo corriendo; sólo aguanto unos segundos», confiesa.

De camino a casa, cuando se encuentra a un policía por la calle, se le acerca y, lo conozca o no, le golpea el pecho con el índice de la mano. «¿Llevas el chaleco?», le pregunta, ante la mirada extrañada del agente. «Le digo que les voy a dar una paliza como no se lo ponga». Algunos la reconocen. Otros le responden ¿qué hace, señora?, y ella les explica. «Hace usted bien en regañarme reaccionan, sólo entonces, mi madre me dice lo mismo».

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