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Vista de las playas de Rincón y de su paseo marítimo.
El arte de pasear

El arte de pasear

El paseo marítimo de Rincón de la Victoria es un lugar muy transitado en el que se mezclan los espacios de ocio, el día y la noche

MIGUEL ÁNGEL OESTE

Viernes, 1 de agosto 2014, 00:27

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El paseo marítimo del Rincón de la Victoria es un lugar muy transitado, en el que encuentras restaurantes de diferentes nacionalidades (griegos, italianos, daneses), locales de copas, de comida rápida, quioscos, heladerías, zonas infantiles con castillos hinchables y camas elásticas, tenderetes de venta de cualquier cosa, hoteles y, claro, chiringuitos y merenderos de pescaíto frito. Elevándose sobre ellos edificios de viviendas de varias plantas, aunque no tan altos como los de la costa occidental (y menos mal). Un paseo que ahora se puede parecer a otros. Efectos de eso que llaman la globalización. Sin embargo, en un mapa homogéneo siempre emerge alguna isla, algún lugar que se sale de la conquista global. Y, al Rincón, en general, le sucede esto, se sale de los cánones estandarizados por su propio funcionamiento, más llano, familiar, ingenuo, como si fuese una pareja de jóvenes que se cogen de la mano por primera vez. Esa ocasión en la que se mira con timidez y se recuerda poderosamente, para luego, con el tiempo, confundir la mirada y el recuerdo. Y a los sitios, con el andar de los años, parece ocurrirle eso.

No hace tanto, o sí, el paseo no existía y por donde hoy caminan los transeúntes pasaba la vía del tren de la cochinita, junto al mar, viendo casas de pescadores bajas y una playa diferente a la actual. Una playa más salvaje, con rocas y arena, y barcos de pescadores varados por toda la costa, vamos, un paisaje menos edificado y con más vegetación. «Todo el paseo era una hilera de casitas de pescadores, no había ni un bloque», cuenta Lorenzo Virado, pescador, que nació en 1950 y que siempre ha vivido en el Rincón. La vía ferroviaria se clausuró a finales de los años sesenta. De aquélla época permanece la estación donde paraba la cochinita que en la actualidad es una biblioteca pública, una forma idónea de reutilizar una construcción con historia.

La parte de los acantilados, que es la zona que une La Cala del Moral y el Rincón a través de los tres túneles o grutas es la más atractiva, la más agradable de pasear, la parte sin comercios que le da la espalda a lo global. Nada más salir de los túneles o de las grutas de la Cala que nos llevan al Rincón, en el acantilado que sale al mar hay un Santuario de la Virgen del Carmen en el promontorio de El Cantal, porque la zona no olvida su origen, que es, ni más ni menos, un barrio de pescadores. «Nosotros éramos diez hermanos, y los diez dormíamos en la misma habitación y las necesidades las hacíamos en un cubo de lata y las tirábamos al mar», sigue recordando Lorenzo, la camisa abierta, una cerveza en la mano. Eso sin duda ya queda lejano, porque en un informe de AEA (Analistas Económicos de Andalucía) el Rincón es el municipio con mayor bienestar de la provincia. Quizá sea porque, independientemente de si trabajas o no, como dice con tranquilidad Francisco García, desempleado de 45 años, que se toma un polo mientras saca a su perro: «Hoy se corre para todo, y yo me pregunto, ¿para qué tanta prisa?, mira esto». «Ahora todo el mundo se queja, cuando tienen todo tipo de lujos» asevera Juan, 71 años, también pescador, ya jubilado, que ve el trasiego de la gente sentado en un banco del paseo. «Todo el mundo tiene un váter y se las arregla para tirar como puede», sentencia Lorenzo. Aunque no todos están de acuerdo. Un pescador de la zona se queja de que prohíban la pesca, y, para ilustrarme, me habla de la pesca con copo, una tradición de la pesca malagueña en la que se tiraba la red a unos 50 metros del rebalaje y luego desde la orilla se tiraba de la misma con cierta técnica. A medida que se acerca la noche el paseo se llena de deportistas que salen a correr o a montar en bicicleta, en la playa un grupo de chicos apura el día jugando al voleibol mientras los veraneantes poco a poco van abandonando la playa, e incluso ya hay gente que pasea lista para tomar una caña y cenar con la fresquita. «El arte del paseo, ese es el arte del español», suelta Juan, y los demás se echan a reír como si hubiera contado un chiste.

Si uno busca personajes célebres del Rincón en Internet el primero que citan es a El Koala, «que suele estar por aquí», informa un vecino. Pero no lo vemos. En contrapartida, nos encontramos a Jorge y a Vero, que son de Valladolid y que no hubiesen elegido el Rincón para sus vacaciones, pero como tenían casa porque unos amigos lo han traslado aquí a causa del trabajo, decidieron venir, y «nos hemos alegrado, pensábamos que era de otra forma, más como Torremolinos, pero no, es más auténtico». Les pregunto por eso de auténtico, aunque no me saben responder. A diferencia de Benalmádena, Fuengirola o Marbella, el ambiente del Rincón es claramente nacional. Aunque para corregirme me topo con una pareja de jubilados alemanes que pasean a su perro, de raza alemana, cómo no, que llevan viviendo en la zona desde hace una década y que aseguran que la tendencia se está invirtiendo porque los extranjeros cada vez prefieren viajar más a la costa oriental y no a la occidental. Las luces del paseo y el jolgorio abren la noche a un lugar donde recordar y mirar pueden llegar, sí, a confundirse.

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