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Juan Vargas fue el primer gitano que se dedicó a la escultura.
Juan Vargas

Juan Vargas

Mago de las gubias, el gitano Juan Vargas Cortés fue el primero de los de su etnia en España que abandonó el nomadismo para dedicarse a la creación escultórica. Aprendió con Paco Palma y perfeccionó su arte en los talleres de Julio Vicent y el padre Félix Granda. Su obra más llamativa en Málaga fue el Cristo de los Gitanos, pero también alcanzó celebridad, tanto en España como fuera de ella, en la realización de retratos, bustos y esculturas de notables personalidades.

SUR

Domingo, 15 de junio 2014, 00:54

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Exageradamente serio y enjuto, de inusual estatura en los españolitos de hace un siglo, estampa de mimbre, tez cetrina, dentadura blanca y perfecta, fino bigote y pobladas cejas y patillas, ojos negros de profundo mirar y diseño de almendra, Juan Vargas Cortés vino al mundo en la casa número 2 de la calle La Puente, linde del Perchel y la Trinidad. Su familia era gitana hasta donde alcanzaba la memoria de los tatarabuelos; como los Heredia, los Maya y los Cortés, los Vargas fueron varios clanes dispersos por todo el territorio andaluz. Es difícil establecer en qué proporción se extendieron por las diferentes provincias de nuestra región, pero es un hecho que Vargas gitanos ya los hubo en la Córdoba del siglo XVII, en la Granada del XVIII y en la propia Málaga del XIX.

De vocación semejante a todos los de su etnia antes y después de la unidad territorial española, los Vargas practicaron el nomadismo, si bien conocieron largos periodos sedentarios, unas veces impuestos por reales pragmáticas y otras por propia y conveniente estrategia, en Jaén, Sevilla y Huelva. Pues bien de aquellas numerosas tribus gitanas cuya existencia se constata en España durante los últimos cinco siglos, las había de ascendencia hindú, hebrea y árabe. Cupo a los Vargas pertenecer al grupo étnico más polémico, el hebreo, al proceder de tititas y gabonitas, los últimos pertenecientes al poblado de Gabaón, situado a ocho kilómetros de Jerusalén, que fueron sus más remotos ancestros.

Por si alguien pudiese dudar de los datos que ofrezco, fueron apuntes que personalmente ofreció al cronista que esto escribe Juan Vargas Jiménez, primogénito del escultor, letrado y culto pastor evangelista que tuvo larga residencia en Mijas-Costa, al asegurarme que «la rama más antigua de los gitanos Vargas, según nosotros tenemos documentado, procede de uno de los nietos de Noé, Canaán, hijo de Cam. Como se sabe, Noé maldijo a su nieto y a su propio hijo, de cuya línea directa descendemos los Vargas. Mis ances¬tros más remotos datan de unos cinco mil años; por tanto, los primeros Var¬gas hicieron con los judíos la larga travesía del desierto».

Perchelera Málaga

De la parte del Perchel hacia la Trinidad pertenecía el territorio donde en 1900 vino al mundo el escultor gitano de nuestra historia. La calle La Puente, en el diseño del plano urbano de la época, era una calle angosta y oscura a la que se accedía por el pasillo de Guimbarda y tenía salida natural por la calle Pulidero. A su lecho natal, tan pronto llegó al mundo la criatura, acudieron gitanas canasteras, trashumantes tratantes de caballos y habilidosos caldereros. Sus abuelos paternos llegaron expresamente de Córdoba; los matemos lo hicieron desde Jaén aquel 24 de junio de 1900, hace ahora un siglo.

Si bien en la Málaga de 1900 el gitanismo tenía en el Perchel y la Trinidad uno de sus asientos más tradicionales donde se entremezclaban payos y gitanos, existían pequeños y grandes guetos donde mujeres, hombres, niños y viejos de la etnia formaban poblados únicamente ocupados por ellos. Estaban situados en los alrededores de la antiquísima plaza de Santa María (zona de Mundo Nuevo), Los Tejares (Egido), calle de los Negros (Cruz Verde), Altozano (Lagunillas) y Puerto Parejo (entre Victoria y Capuchinos). Medio siglo más tarde, se caracteriza¬ron también los guetos del Arroyo del Cuarto y Mangas Verdes.

Introspectiva Chavea

Cuando, hace años y a propósito de urdir una aproximación biográfica de Juan Vargas, pregunté a su hijo cómo le recordaba la familia en su época de niño o juventud, no existían muchos datos, pero uno fundamental, relacionado con su carácter, sí había pasado de los abuelos a los nietos: «Desde muy niño era distinto de otros gitanillos entre los que se crió», me aseguró. Distinto, además, porque al contrario de sus hermanos, parientes y amigos, sí deseaba ir a la escuela «por lo que en ella debía aprender». En este sentido, su hijo Juan afirmó que fue el primer gitanillo del siglo XX malagueño que luchó contra los de su mismo clan para que le permitieran ir a la escuela pública.

No se conoce el número de escuelas que pudo frecuentar el niño Juan Vargas Cortés, pero es cierto que el chavea se hizo popular entre los alumnos payos que acudían hasta los años diez al único centro escolar existente entonces en la Acera del Campillo. Esta popularidad, además, no fue a costa de riñas ni díscolo comportamiento, sino por lo que hoy llamaría¬mos perfecta y voluntariosa integración entre los niños payos.

Como en realidad existen pocos testimonios, tomo una confesión hecha por Juan Vargas Cortés, ya adulto y famoso, a Antonio Gallardo, director del periódico «La Tarde» de Málaga [...]: «Cuando aún era yo nada más que un sencillo cerrajero, pero con espíritu soñador, pensaba que había algo más allá de la mecánica, y yo me preguntaba: ¿Qué será, Dios mío? A Dios le pedí luz y un día me la dio».

Ciudad de 1916

En aquella ya lejana ciudad malagueña, cuando Juan Vargas Cortés acaba de cumplir dieciséis años, contrae matrimonio de acuerdo con el protocolo, algazara y tradición de los de su cultura, en Málaga. Ella es Amalia Jiménez Santiago, una ecijana varios años más joven que él, guapa canastera y discreta mujer que, a partir de dicho momento, ciñe y plega su existencia a la obediencia del hombre que el azar puso en su camino y que los clanes respectivos aprobaron.

Juan Vargas es para entonces un muchacho delgado y renegrío. Baila poco; torpe y con escaso sentido de ritmo, también canta endemoniada¬mente mal, de manera que pocas eran salvo las físicas las peculiaridades que le denunciaban gitano. ¿Cómo llega Juan Vargas Cortés al oficio de escultor? Debo la información a su lijo, Juan Vargas Jiménez, que en 1988 ne relató: «Vivíamos en Puente Genil / yo era un niño entonces. Tanto mi padre como mi tío Antonio eran aficionados a tener siempre las manos ocupadas, por lo que solían muchas tardes, sentados sobre una piedra, el suelo o un escalón de la casa, distraerse haciendo cortes con sus respectivas navajas a menudos trozos de olivo. Mi padre decía que aquel ejercicio le ocupaba la mente, le ayudaba a pensar y ordenar la cabeza por dentro, pues era como estar solo en medio de la vida sin que la vida le azuzara ni exigiera de él otra cosa que su meditación».

Tal práctica le desarrolló en la mano una peligrosa callosidad de la que hubo de ser intervenido al hacerse un peligroso corte. Regresó a Málaga para que lo viera el médico del Hospital Civil Provincial, don Manuel Pérez Bryan, a quien había conocido y tratado durante alguna que otra enfermedad tanto de niño como de joven. Esto ocurría en 1925.

Descubrimiento

Cuando Juan Vargas visita al médico y éste, al comprobar el daño, le pregunta la causa, el futuro escultor le confiesa que se ha producido el corte al labrar con una navaja una cabeza de hombre en un tronco de olivo. El médico se admira de la pequeña obra de arte y remite al autor de la misma al escultor Palma, en aquella época con taller en la calle Cobertizo del Conde, donde acudían con cierta regularidad los jóvenes pintores Ramos Rosas y Luis Torreblanca. Con el primero de ellos, a partir de dicho instante, mantiene larga relación de maestro-alumno, al permitirle aprender en su taller; con los segundos inicia sincera amistad, hasta convertirse en un popularísimo trío creátivo de la Málaga de 1928.

Precisamente, y bajo la firma conjunta de José y Manuel Prados López, el día 9 de febrero del expresado año el semanario local «El Pregón», publicaba una crónica en la que, entre otras cosas, afirmaban: «Desde hace ya mucho tiempo, Juan Vargas presentía una entrañable y no definida pasión: era la inquietud del Arte, en pugna inevitable con el ambiente en que el joven se desenvolvía».

Como protector de Juan Vargas Cortés se citaba en aquella crónica específicamentea Lorenzo de Cereceda, y agregaba: «Con estas líneas se publican algunas fotografías de sus primeras obras. Bástenos advertir que Vargas lleva modelando un año. En la actualidad, se ocupa de los trabajos de ornamentación del facistol que la Escuela de Artes y Oficios prepara para la Exposición Ibero-Americana de Sevilla; y está haciendo, por encargo, un retrato de la señora de don Juan Gómez, que los técnicos señalan como lo mejor que ha producido».

Formación artística

Tres años enja Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Málaga, estudios que compatibilizó con tareas de relativa responsabilidad en el taller de Paco Palma, acabaron, premiando su aprovechamiento, con una pensión municipal en el Madrid de 1928. La pensión era de cinco pesetas diarias, mas como no cubría los mínimos necesarios para su estancia, en lugar de acudir a las clases de San Fernando, trabajó con Julio Vicent, «... que me enseñó bastante y me daba dos duros diarios», dejó escrito Juan Vargas Cortés. Luego entraría en los famosos talleres del padre Félix Granda, en los cuales alcanzaría plenitud de conocimientos técnicos. A partir de 1934, año en que acaba el pensionado municipal, el artista retoma a Málaga y sigue, como alumno concurrente, las clases en vivo del maestro Álvarez Dumont.

Frecuentes estancias en París y largas temporadas de residencia en Casablanca, no sólo le permiten dar a conocer su obra plástico-escultórica, sino realizar encargos escultóricos que, bien remunerados, facilitan la existencia al artista y a su familia. En Casablanca, casi siempre junto a José Higueros, compatriota y propietario del Teatro Español de la capital, plantea varias exposiciones en las que vende mucho y recibe no pocos encargos que le obligan a permanecer en ella. Tan larga fue su residencia en la capital colonial francesa, que por el número de obras allí vendidas y realizadas, así como por su temática, los críticos franceses defi¬nieron su obra de entonces como etapa «casablancaise».

El Cristo de los Gitanos

En la cronología de la imagen del Cristo de los Gitanos, su más conocida obra, se dan varias fechas que el autor anotó como importantes: «Llega la madera el día 16 de enero de 1942», «Se empezó a ensamblar la madera el 26 de enero de 1942», «Quedó parado el trabajo de carpintería por el embargo que hicieron al carpintero», «El sábado 31 de enero de 1942 empecé a tallar el Cristo», «Lo terminé el día 25 de marzo de 1942 a las 12 del día».

A Pepa Vargas, hija del escultor, debo una información imprescindible para entender las naturalistas singularidades de la talla: «Los pies y las manos [de Cristo] los copió mi padre de mi primo hermano Juan Jiménez, que era sobrino político suyo; la color y el cuerpo fueron del Lele, su primo hermano; y los ojos y la cara, de mi hermano Antonio, que murió al volver de la mili cuando tenía 22 años».

Y añadió esto otro: «Mi padre, cuando hizo la Materni¬dad, esa escultura que es una maravi¬lla hecha en caoba, sacó la cara de mi madre, y a mí me puso entre sus brazos cuando era bebé».

Por la escultura de Nuestro Padre Jesús de la Columna, encargo de la Agrupación de Cofradías de Semana Santa, Juan Vargas Cortés cobró la cantidad de 1.500 pesetas en varios plazos: uno, de 650 pesetas, y otros, en distintas entregas semanales, hasta totalizar 850 pesetas.

Desde finales del decenio de 1950 hasta 1966, Juan Vargas reside en la capital francesa, en la que lleva a cabo durante más de cinco años una actividad compartida escultura, pintura, poesía por muy poca gente conocida en la Málaga de entonces.

A su regreso, y tras vivir varios años en su antigua casa-taller de la Carretera de las Pedrizas, murió en la casa que su hijo Juan tenía en Mijas-Costa el viernes 21 de noviembre de 1980. Al siguiente día fue enterrado en el cementerio de San Rafael, donde los gitanos de Málaga lloraron con respeto y dolor la desaparición de su máximo símbolo, arquetipo de caballero gitano, modelo de hermano y grande artista. De su exigua producción poética, desconocida para muchos malagueños, quizá merezca la pena recordar unos versos que definían su carácter: «Vaya el viento donde vaya, a donde vaya, yo voy...». |

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