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Velas encendidas frente a la Casa Blanca, formando el símbolo de la paz, recuerdan los sucesos de Charlottesville. :: ZACH GIBSON/ afp
Trump por fin condena a los neonazis

Trump por fin condena a los neonazis

El presidente enmienda la criticada tibieza con la que repartió entre «muchas partes» la violencia de Charlottesville

MERCEDES GALLEGO

NUEVA YORK.

Martes, 15 de agosto 2017, 00:08

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Tarde, mal y nunca. Así entendieron los activistas de izquierda el mensaje de Donald Trump ayer, cuando al fin puso nombre a los autores de la violencia que el sábado costó la vida a una joven de 32 años e hirió gravemente a otras 19, arrolladas de un neonazi de 20 años que embistió intencionadamente a los manifestantes pacíficos. «El racismo es algo perverso», leyó el presidente sin apartar los ojos del teleprompter. «Los que causan violencia en su nombre son unos gamberros y unos criminales, incluyendo el KKK, los neonazis, supremacistas blancos y otros grupos de odio que son repugnantes para todo lo que amamos en EE UU».

El fundador del Ku Klux Klan en Louisiana, David Duke, que el sábado había declarado estar en Charlottesville para cumplir la promesa de Trump de recuperar la grandeza de América, consideró que el presidente había sido acosado por los medios para pronunciar estas palabras. La verdadera presión había partido de su propio partido, escandalizado con la tibia condena que repartió la culpa ecuánimemente entre «las muchas partes» que no definió hasta ayer.

Los provocadores eran los que se adentraron el viernes por la noche por centenares en el campus de la Universidad de Virginia con antorchas encendidas, como si estuvieran en el Alabama de los años cincuenta. La emprendieron a golpes con los estudiantes que preparaban pancartas para contrarrestar su mensaje en la manifestación del día siguiente, a donde los neonazis llegaron vestidos en uniforme de fatigas o con pañuelos tapándoles la cara.

LA CLAVEEl Partido Republicano ha presionado al mandatario para que emita un comunicado rotundo

Repartieron por igual entre los manifestantes de la Liga Antifa (antifascismo) y la prensa, blanco de los ataques de Trump. Un joven con una camiseta de Hitler le metió un puñetazo a un fotógrafo negro. Cuando la Policía logró disolver las reyertas, uno de los jóvenes que vestía un polo blanco y escudo neonazi quiso tener la última palabra y embistió a la multitud con su Dodge Challenger plateado.

James Field compareció ayer ante los tribunales, donde se le denegó la fianza, acusado de cuatro cargos, uno de ellos por asesinato. No mató a un negro, ni a un judío, ni a un musulmán, sino a una joven rubia de Virginia, por lo que costará probar el caso de crimen de odio y de violación de los derechos civiles que prepara el Departamento de Justicia. De lo que no hay duda es de su ideología. Sus profesores de historia constatan su fascinación con el ejército nazi y la figura de Hitler, al que «idolatraba», recordó Randall Cooper, su profesora de Guerras Modernas de EE UU en el instituto.

El dolor de las familias

«No le odio», dijo triste pero serena la madre de Heather Heyer. «Mi hija diría ¿qué ganamos con odiar? Así la eduqué, y así soy yo». Si hubiera podido escuchar a la madre del infame neonazi que mató a su hija probablemente hubiera sentido lástima por ella. Samantha Bloom, parapléjica, perdió a su marido un mes antes de dar a luz a James, su único hijo. Lo atropelló un conductor borracho. Esa no era la única tragedia de su vida, ni la peor. A los 16 años su padre mató a su madre de un disparo durante una discusión y luego se suicidó. El viernes, James le puso un mensaje para decirle que le había dejado el gato en casa para ir a una manifestación de algo que ella ni siquiera entendía, «Alt Right?», balbuceó ante los periodistas. El eufemismo creado para modernizar el término de la extrema derecha no le reveló la gravedad de lo que sería la mayor concentración de supremacistas blancos en décadas, pero su instinto de madre sí. «Ten cuidado, hijo, no te metas en problemas. Asegúrate de que son manifestaciones pacíficas», contó con lágrimas en los ojos a los periodistas que le dieron la noticia.

A Trump le ha costado dos días condenar con nombres y apellidos el «perverso ataque» que según el fiscal general Jeff Session cumple con la definición de terrorismo. Sus palabras, como las de Trump, no tranquilizaron a nadie. El fiscal de Alabama ha sido acusado por antiguos colaboradores de simpatizar con el KKK «hasta que descubrí que fumaban marihuana» y acaba de emprender acciones contra las universidades que aplican la discriminación positiva en favor de afroamericanos para defender a los estudiantes blancos que se sienten perjudicados.

Su figura es tan inquietante como la de los tres ideólogos de la Alt Right que asesoran al presidente en la Casa Blanca -Steve Bannon, Steve Miller y Sebastian Gorka-. Con sus arengas contra los inmigrantes y el movimiento de Black Lives Matter durante la campaña, los grupos de odio activos se han disparado a 970 en todo el país, la cifra más alta en más de medio siglo, según Souther Poverty Law Center. Con la muerte de Heather Heyer, muchos creen que Trump tiene las manos manchadas de sangre.

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