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MERCEDES GALLEGO CORRESPONSAL
NUEVA YORK.
Sábado, 20 de enero 2018, 00:47
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En los dieciocho años transcurridos desde que se doctoró en Derecho, el fiscal de distrito del condado de Riverside, Mike Hestrin, al sur de Los Angeles, ha tenido la oportunidad de ver muchas miserias humanas. Primero, en la Unidad de Abusos Sexuales a Menores y luego en la de Homicidios. Ninguno de esos escalofriantes casos se acerca a lo que ha descubierto en casa del matrimonio que forman David y Louise Turpin, para los que ha pedido entre 94 años de cárcel y cadena perpetua por el «severo y prolongado abuso físico y emocional» de sus trece hijos de entre dos y 29 años rescatados el domingo por la policía.
Tres de ellos estaban encadenados con grilletes a sus camas cuando tocaron a la puerta. Los castigaban rutinariamente «por cosas como lavarse las manos por encima de las muñecas, que consideraban jugar con el agua», explicó el apesadumbrado fiscal en conferencia de prensa. «Encontramos pruebas circunstanciales de que a menudo no los desencadenaban para ir al baño», añadió.
Estaban sucios, malolientes y, sobre todo, severamente desnutridos. Todos parecían menores de edad, aunque solo seis lo eran. A ninguno se le permitía bañarse más de una vez al año. La joven de 17 años que logró escapar para llamar a la Policía aparenta ser una niña de diez y pesa apenas 35 kilos. Llevaba dos años planeando la fuga a través de una ventana. Los padres aparecían «de vez en cuando y les tiraban algo de comida», pero entre tanto les torturaban emocionalmente. «Ponían sobre la mesa tarta de manzana y otros alimentos apetitosos, pero no les dejaban tocarlos». Al de dos años, por algún motivo, lo alimentaban. El padre también está acusado de actos lascivos con una de las hijas.
Las palizas eran constantes, siempre con nocturnidad y alevosía, para no llamar la atención de los vecinos. Les obligaban a dormir durante el día y los tenían en pie toda la noche hasta las cuatro o cinco de la madrugada memorizando la Biblia. Había juguetes alrededor que ni siquiera les dejaron abrir. La única actividad que les permitían era escribir en sus cuadernos. Cientos de ellos que ahora constituirán las pruebas más contundentes para reconstruir las torturas que ocurrían en esta casa de los horrores. De vez en cuando los vecinos veían inquietos los rostros ausentes de los niños, pero no se atrevían a pensar mal de los padres. Solo el mayor llegó a ir a la universidad.
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