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Donald Trump, rodeado de seguidoras en Charlotte (Carolina del Norte). :: ERIK S. LESSER / efe
Depredador en jefe

Depredador en jefe

Una de las terapeutas sexuales más famosas del mundo explica la conducta de abuso de las mujeres del candidato republicano a la presidencia de EE UU

MERCEDES GALLEGO

Domingo, 16 de octubre 2016, 00:26

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Es un juego tan antiguo como el hombre de las cavernas, aunque el romanticismo y la moral nos lo hayan hecho olvidar. Oscar Wilde lo tenía muy presente antes incluso de que Freud navegase por el subconsciente humano. «En la vida todo es sexo, salvo el sexo, que no es sexo, sino poder».

La lista de hombres que perdieron su trono como líderes morales de la camada, arrastrados por sus bajos instintos, es interminable. Es parte de un juego de poder, a menudo sin escrúpulos, para afirmar su superioridad frente a otros machos y calmar sus propias inseguridades, pero hasta en esto hay clases. La línea divisoria entre el seductor y el depredador es algo a lo que el ídolo radiofónico de la extrema derecha estadounidense Rush Limbaugh se refirió el jueves despectivamente como consentimiento. «Esa es la palabra mágica para la izquierda», sentenció con sarcasmo. «Si hay consentimiento entre los dos, los tres, los cuatro o los que haya involucrados en un acto sexual o lo que sea, para la izquierda que vela por las buenas costumbres morales de hoy en día estará perfectamente bien, hagas lo que hagas. Lo comprenderán y tolerarán cualquier cosa. Pero si la izquierda siente o huele que no hubo consentimiento en alguna parte de la ecuación, aquí llega la policía de los delitos sexuales buscando una violación».

El consentimiento no es sólo un término moral de la ética moderna, sino que define judicialmente lo que constituye una conducta delictiva, aunque ahora sirva para que la extrema derecha intente justificar lo injustificable. Hay razones poco políticas para que el consentimiento sea la línea divisoria que separe las infidelidades de John F. Kennedy de las de Donald Trump. «El verdadero seductor no le mete la mano a una mujer por debajo de la falda. Consigue que la mujer le ponga la mano debajo de su falda y le invite a subir a su habitación», explica Esther Perel, una experta en relaciones sexuales y de pareja, cuya última Ted Talk (charla) acumula casi nueve millones de visitas.

Su primer libro, 'Inteligencia erótica', partió de la curiosidad que le produjo la reacción puritana de la sociedad estadounidense ante el affaire de Bill Clinton con Monica Lewinsky. Como mujer belga y hablante de nueve idiomas, que durante décadas se especializó en las diferencias culturales de las relaciones sexuales, Perel sabe muy bien que mientras el escándalo de Clinton con una becaria casi hunde su presidencia, el de Françoise Hollande no pasa de ser una línea en su página de Wikipedia. Sin embargo, el caso de Dominique Strauss Khan en un hotel de Nueva York acabó con sus aspiraciones presidenciales, porque el consentimiento es, aunque les pese a los defensores de Trump, la última frontera de la tolerancia en una sociedad civilizada.

«La mayoría de los hombres tienen que contener sus instintos depredadores. Trump es alguien que piensa que el poder le da licencia para saltárselo todo. Cree que porque tiene poder puede salirse con la suya y no necesita contener sus impulsos». Lo admitió él mismo en la cinta de 'Access Hollywood' en la que fanfarroneaba con el presentador Billy Bush. «Las mujeres hermosas me atraen como un imán. Me pongo a besarlas, no espero. Y cuando eres una estrella te dejan hacerlo. Puedes hacer lo que te dé la gana». Su interlocutor, que en estos momentos negocia su despido con la cadena, se reía sin ocultar su envidia y admiración. «¿Lo que quieras?», le preguntó. Trump, que según Perel no necesita a las mujeres más que para probar su masculinidad frente a otros hombres, le contestó satisfecho de poder demostrar que es el macho dominante. «Lo que quieras. Les toco el coño».

Aunque él le ha quitado hierro al asunto diciendo que era sólo «charla de vestuario», una ristra de mujeres que va ya por la docena dan fe de que no se limitaba a las palabras. «Hay muchos hombres de poder que quieren saber si pueden conquistarlo todo pero él se cree con derecho a hacerlo como un depredador. Es un hombre que tiene que probar su masculinidad continuamente», determina Perel. «Si estuviera seguro de ella no tendría que conquistar cada cosa que se mueve y demostrar que está por encima de las leyes y las reglas sociales».

En este caso las «mujeres bonitas» que le atraen no son más que instrumentos para reafirmar su superioridad frente al resto de la manada. Simples trofeos. «La conquista no tiene nada que ver con la mujer, esto es una competición entre hombres. Se sirve de la mujer para demostrar su poder», analiza Perel.

Falta de empatía

Quienes no han llegado hasta la cumbre para permitirse tales excesos puede que intenten demostrar su superioridad acumulando más dinero o conduciendo el coche más rápido, «pero la mayoría de los hombres tienen que contener sus instintos depredadores y prefieren que las mujeres les deseen a forzarlas». Trump cree que su dinero («Soy rico, muy rico») le permite hacer lo que quiera, pero sigue manifestando sus inseguridades poniendo su apellido en letras cada vez más grandes en lo alto de rascacielos y casinos, cubriendo de oro la grifería del baño y los cinturones de su avión privado y rodeándose siempre de modelos de las que lo que más le importa, ha dicho, son los pechos. Ese fetichismo merecería un capítulo aparte.

Es cierto que también estas mujeres participan a menudo de su juego, atraídas por su riqueza y poderío, víctimas de su propia inseguridad. «Si un hombre tan poderoso como Trump se fija en mí es que valgo», ilustra Perel, que avisa de que también estas mujeres presumirán luego de que Trump las besó. Pero todo indica que hace mucho que el atorrante multimillonario no distingue entre cuáles le ven tan «irresistible» como él se cree y cuáles se sienten agredidas. «Eso es lo peor, están tan metidos en sí mismos que ya no ven la diferencia, no les importa saber si ellas están interesadas en ellos o no. El narcisista cree en su propia grandiosidad».

Por definición, el narcisista sufre un trastorno psicológico que le hace tener una idea «desproporcionadamente positiva de sus habilidades y sus éxitos», dice el Manual para el Diagnósticos de Trastornos Mentales de la American Psychiatric Association. «Es alguien que necesita admiración constante de los demás, hacia los que muestra escasa o nula empatía».

Son muchos los casos de esta campaña que han demostrado esta falta de empatía en el magnate que busca la presidencia por el Partido Republicano. Trump no mostró la menor consideración hacia el dolor del matrimonio musulmán que había perdido a un hijo en Irak. Sólo sintió la necesidad de contraatacar y quedar por encima. «Yo he hecho muchos sacrificios, he trabajado muy duro, he creado miles de empleos». Tampoco esta semana ha transmitido el menor arrepentimiento por la humillación que les produjo a las mujeres con las que se propasó. Su reacción siempre es el desprecio y aclamar su propia grandeza.

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