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Barack Obama.
El club de los 'patos cojos'

El club de los 'patos cojos'

Tras el fuerte varapalo recibido en las legislativas del martes, Barack Obama encara la recta final de su segundo mandato maniatado, como le ocurrió a la mayoría de sus predecesores

Óscar Bellot

Sábado, 8 de noviembre 2014, 07:31

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Enfrentado a un Congreso hostil, con los niveles de popularidad por los suelos y 'cuasi olvidado' por los miembros de su propio partido, que solo tienen ojos ya para lo que está por venir, Barack Obama encara los dos años más amargos para un presidente de Estados Unidos, aquellos en los que tiene que soportar que continuamente se le recuerde que es ya un 'pato cojo', denominación que se aplica a los mandatarios que comienzan a preparar sus maletas para el día en que tengan que abandonar la Casa Blanca.

El margen de maniobra con que cuenta es muy escaso. Sus iniciativas en política interior, torpedeadas continuamente por los republicanos desde que estos se hicieron con el control de la Cámara de Representantes en 2010, se verán bloqueadas aún con mayor insistencia en cuanto el nuevo Congreso, en el que el 'Grand Old Party' dispondrá también de mayoría en el Senado, inicie sus sesiones. Su única opción es recurrir a las prerrogativas presidenciales y gobernar a golpe de decreto, pero se arriesgaría a ser acusado de abuso de poder y haría un magro favor a quien tome su testigo al frente del Partido Demócrata. Algo más amplio es su campo de actuación en política exterior. Ahí la crítica que con mayor insistencia le hacen los republicanos es su reacción timorata a la amenaza del Estado Islámico o al desafío planteado por el presidente ruso, Vladímir Putin, en Ucrania. Si Obama apuesta por una actitud más belicosa, es probable que halle eco entre algunos de sus adversarios políticos.

El campo internacional es la mejor opción que tiene Obama a la hora de completar su legado, pues su mayor anhelo, una amplia reforma migratoria que se añada a las del sistema de salud y del sector financiero, se antoja prácticamente imposible con una derecha que ha visto reforzadas sus actitudes en la materia. Y es precisamente en ese ámbito en el que han focalizado tradicionalmente sus esfuerzos los otros miembros del exclusivo club de los patos cojos.

De crisis en crisis

Así ocurrió con George W. Bush, que consagró buena parte de sus dos últimos años como titular del 1600 de Pennsylvania Avenue a intentar dar un golpe de mano a las dos aventuras bélicas que emprendió tras los ataques del 11 de septiembre. Pero la 'guerra contra el terrorismo', librada en los teatros de operaciones de Irak y Afganistán, pervivió al hombre que la desencadenó, siendo recibida como indeseable legado por su sucesor. Sería este quien se cobrase la pieza que tanto ansiaba cazar el cuadragésimo tercer presidente de Estados Unidos: Osama bin Laden. También le pasó a Obama otra incómoda herencia, la crisis financiera desencadenada tras el desplome de Lehman Brothers y que precipitó al mundo al mayor abismo económico conocido desde la Gran Depresión. Eso, y su nefasta respuesta al desastre del huracán 'Katrina', acabaron por arruinar definitivamente la imagen de un político que acabó su segundo mandato como el presidente más impopular de la historia moderna.

También Bill Clinton concentró sus esfuerzos fuera de las fronteras de Estados Unidos mientras preparaba su salida de la Casa Blanca. Espoleado por la buena marcha de la economía, el demócrata tuvo la fortuna de que su partido avanzase en las legislativas de 1998, escapando del castigo que los votantes suelen propinar a la formación del presidente en las 'midterm'. Contó, por tanto, con un Congreso benevolente con sus políticas. El problema para Clinton fue el 'caso Lewinsky', que le hizo afrontar un proceso de impeachment sin precedentes desde los tiempos de Andrew Johnson. El juicio político se saldó a favor del cuadragésimo segundo presidente de EE UU. Pero el escarnio público empañaría su imagen durante los meses siguientes. Clinton se había anotado poco antes algún importante tanto diplomático, como el proceso de paz en Irlanda del Norte, en el que operó como mediador y que concluyó con el 'Acuerdo de Viernes Santo' firmado el 10 de abril de 1998. El 20 de enero de 2001, abandonó la Casa Blanca con una popularidad del 76%, el nivel más alto para un mandatario estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial.

Como a Clinton, los dos últimos años en el 1600 de Pennsylvania Avenue le dejaron un sabor de boca agridulce a Ronald Reagan. El presidente republicano más idolatrado de las últimas décadas centró casi todas sus energías en la confrontación con el comunismo. El impulso de la carrera armamentística dado por su Administración resultó decisivo en el desmoronamiento del Telón de Acero. El muro de Berlín caería pocos meses después de su salida de la Casa Blanca. Era la victoria definitiva de Estados Unidos sobre la URSS y el fin de la Guerra Fría. Pero el aire insuflado por Reagan y Gorbachov a unas sociedades que llevaban décadas respirando el opresivo aire del comunismo no fue suficiente para ocultar el escándalo que le restaría crédito al actor reconvertido en político. La venta de armas a Irán y la financiación de la Contra nicaragüense emborronaría para siempre el lugar de Reagan en los libros de Historia.

Una orden muy selecta

El 'caso Watergate' impediría a Nixon ingresar en el club de los patos cojos. Los electores ni siquiera le darían la opción de soñar con él a Jimmy Carter y George H. W. Bush. Vietnam cercenaría los anhelos de Lyndon B. Johnson. Y unas balas mortales segarían en Dallas la vida de John F. Kennedy cuando comenzaba a preparar su reelección. Dwight D. Eisenhower y Harry Truman son, por tanto, los únicos otros miembros con que cuenta esta selecta orden desde que acabase la Segunda Guerra Mundial.

Al general que comandó las tropas aliadas en su lucha contra las potencias del Eje le dio tiempo en sus últimos años en la Casa Blanca para crear la NASA y sumar dos nuevos Estados -Alaska y Hawái- al territorio estadounidense. Pero justo cuando se disponía a poner todos sus recursos al servicio de su vicepresidente y candidato republicano a las elecciones de 1960, Richard Nixon, le estalló en la cara el derribo del avión espía U-2 pilotado por Francis Gary Powers mientras sobrevolaba la Unión Soviética. Un incidente que agudizaría aún más la tensión entre las dos grandes potencias. Ello, sumado a la decepción de ver cómo su 'chico' perdía ante JFK, marcaría el ocaso de Eisenhower, quien diría adiós con el célebre discurso en el que alertaba de los peligros del complejo militar-industrial.

A Truman, su despedida del cargo se la amargó la Guerra de Corea enfrentamiento con el general Douglas MacArthur mediante- y la carrera armamentística con la Unión Soviética, que detonó su primera bomba atómica en agosto de 1949, a lo que Estados Unidos respondió con el desarrollo de la bomba de hidrógeno, probada por primera vez unos días antes de que Truman cediese el testigo a Eisenhower.

Fue el último relevo de un 'pato cojo' a otro que acabaría por serlo hasta el que le dio Bill Clinton a George W. Bush. De unos y otros habrá de extraer lecciones un Obama cuyo poder declina a cada día que pasa si quiere escapar de la particular maldicón que persigue a los 'lame ducks'.

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