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CAROLINE CONEJERO
NUEVA YORK.
Martes, 5 de septiembre 2017, 00:42
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La última prueba nuclear norcoreana, la detonación de una bomba de hidrógeno el domingo, ha puesto más presión sobre el Gobierno de Estados Unidos, cuya retórica ha oscilado entre la abierta amenaza bélica de Trump y otras voces más moderadas que aún dejan un hueco a la diplomacia. El mismo domingo, Jim Mattis, jefe del Pentágono, prometía una «respuesta militar masiva» en caso de «amenaza» a Estados Unidos o sus aliados en la zona (Japón y Corea del Sur). Horas antes, el propio presidente Trump dijo que se estaba planteando suspender el comercio con cualquier país que haga negocios con Corea del Norte, algo imposible de cumplir dada la enorme dependencia de los estadounidenses de las importaciones chinas. El mandatario criticó duramente a China y Corea del Sur por no hacer lo suficiente para acabar con la crisis.
En la reunión de emergencia que celebró ayer el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la embajadora de EE UU, Nikki Haley, afirmó que Corea del Norte «está pidiendo una guerra» y que sólo las sanciones más duras posibles contra el régimen serán efectivas para resolver la escalada nuclear de forma diplomática.
Mattis, por su parte, se reunió ayer con el presidente e insistió en que Washington estudia diferentes opciones militares contra Pyongyang, aunque aclaró, como ya ha hecho en otras ocasiones, que no se trataría de un ataque masivo a Corea del Norte. Todo hace pensar que se estudia la destrucción de importantes instalaciones militares norcoreanas.
En una nueva demostración de poder militar a su vecino del norte, Corea del Sur respondió a la provocación con un ataque de misiles simulado contra la base norcoreana de Punggye-ri, origen de la prueba nuclear. Seúl, que mantiene la puerta abierta al diálogo con el régimen comunista, advirtió de que Pyongyang prepara una nueva prueba de misiles.
La explosión bajo tierra de una bomba al menos diez veces más potente que cualquiera de las anteriores causó temblores que se sintieron en Corea del Sur y China. Y lo preocupante es que, según Pyongyang, puede ser montada en un misil intercontinental.
EE UU, Japón, Corea del Sur, Gran Bretaña y Francia pidieron al Consejo de Seguridad que actúe con rapidez mediante sanciones drásticas, pero China y Rusia no aclararon si apoyarán nuevos castigos.
Haley calificó de «insultante» la propuesta de China -apoyada por Rusia- de que Corea del Norte congele su programa nuclear a cambio de suspender las pruebas militares anuales conjuntas de Estados Unidos y Corea del Sur. Mientras Moscú planteaba una inconcreta llamada al diálogo, el embajador chino, Liu Jieyi, señaló que la situación en la península coreana se encuentra en constante deterioro y cayendo en un círculo vicioso y que Pekín nunca permitirá el caos y la guerra en la región.
La actitud de Kim Jong-un añade también una enorme presión y sitúa en una delicada situación a China, aliado tradicional de Corea del Norte, que según algunos analistas no tiene demasiado margen de maniobra entre forzar a Pyongyang y ofrecer propuestas de mediación aceptables para Estados Unidos y Corea del Sur. Trump se complació una vez más en subrayar que las acciones de Corea del Norte se han convertido en una amenaza y una vergüenza para Pekín.
El Consejo de Seguridad ha impuesto ya siete paquetes de sanciones contra Pyongyang, el más reciente hace apenas un mes, desde que los norcoreanos llevaron a cabo su primera prueba nuclear en 2006. No puede decirse que hayan resultado efectivas. Las más duras se dirigieron a dañar exportaciones como el carbón, de donde el régimen de Kim obtiene gran parte de sus ingresos vitales.
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