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Fidel Castro, encandilador y egocéntrico

Ex director adjunto de ‘The Washington Post’ y catedrático de la Universidad de Duke

Philip Bennett

Martes, 29 de noviembre 2016, 13:16

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De haber vivido dos meses más, Fidel Castro habría sobrevivido a otro presidente estadounidense. Este habría sido el decimoprimero desde la revolución cubana, en total, una cuarta parte de los presidentes que ha tenido Estados Unidos en toda su historia. La magnitud del récord desafía cualquier comparación y también la lógica. Y eso ha contribuido a la imagen de Cuba como un lugar en el que, de alguna manera, el tiempo nunca pasa.

Por supuesto que se trata de una ilusión. El tiempo ha demostrado ser el más poderoso enemigo de Cuba, más incluso que Estados Unidos. Y más implacable. Fidel Castro vivió lo suficiente para ver al último presidente estadounidense, Barack Obama (nacido dos años después de que Castro llegara al poder), decidido a terminar con más de cinco décadas de una política fallida y a provocar la apertura entre ambos países.

Durante muchos años, entre la revolución en 1959 y la visita de Obama a la isla la pasada primavera, la hostilidad entre Estados Unidos y Cuba desencadenó numerosas crisis: el fracaso de la invasión de Bahía Cochinos; la crisis de los misiles que llevó al borde de una guerra nuclear; décadas de apoyo ciego de los Estados Unidos a los anticomunistas de América Latina, no importa cuán despreciables pudieran ser; mareas de migraciones a través del Estrecho del Florida.

Una cierta codependencia ha sido siempre parte de la relación entre ambos países. Cuba proporcionaba a Estados Unidos un adversario en la Guerra Fría a solo 90 millas de distancia, un marco para ejercer el poder estadounidense en América Latina y un bloque fiable de electorado conservador de exiliados en Florida. Los Estados Unidos proporcionaban a Cuba un Goliat frente a su David, una justificación externa para el control del Estado y una razón para permanecer en guerra mucho después de que la historia se hubiera marchado a otros campos de batalla.

Al final, las relaciones entre Estados Unidos y Cuba se convirtieron en una prisión, aislando a ambos países en una competición extraña y caduca cada vez más difícil de explicar, incluso a nosotros mismos. Resulta paradójico que la más extraña cárcel del mundo esté hoy en suelo cubano ocupado por los Estados Unidos desde hace más de un siglo, en la base militar de la Bahía de Guantánamo.

Después de que acabara la Guerra Fría hubo varios intentos de escapar de este patrón o al menos de reescribir las reglas del desencuentro. En una hazaña quijotesca, Castro envió a su amigo Gabriel García Márquez a una misión secreta para iniciar un acercamiento al presidente Bill Clinton, viaje que acabó con Clinton recitando pasajes de Cien años de soledad, pero sin resultados diplomáticos de calado.

Cuando conocí a Fidel Castro en La Habana en 1998, también parecía animado a cambiar el tono. Como en incontables entrevistas con periodistas, apareció ante mí como una figura seria, seductora y compleja; encandilador y egocéntrico. «No nos pueden acusar de ser vecinos voluntarios», dijo, bien pasada la medianoche. «Fue la naturaleza la que nos puso aquí. Fue Dios quien decidió que fuéramos vecinos. No nos podemos mudar. Tenemos que estar aquí y acostumbrarnos a ello. Tenemos que ser amigos». (Pocas semanas más tarde, Cuba derribó un avión lleno de exiliados, con lo que estalló una nueva crisis).

Hace ya mucho tiempo de aquello. El paso del tiempo permitió a la Administración Obama y al Gobierno de Raúl Castro alcanzar un acuerdo histórico para restaurar las relaciones diplomáticas. Fidel Castro, oficialmente fuera del poder desde hacía una década, criticó a Obama. Pero ya parecía solo una vieja voz de tiempo atrás. Los vecinos habían pasado página y están moviéndose, al menos de momento, en una nueva dirección.

Probablemente Fidel se habría sentido más en casa con el presidente Donald Trump, que tiene el aire bombástico y camorrista de un villano de Hollywood. Trump ya ha anunciado que revertirá la apertura con Cuba impulsada por Obama, aunque está por ver cuáles de sus promesas electorales cumple. El presidente electo se apresuró a mandar a primera hora de la mañana un mensaje a sus 16 millones de seguidores en Twitter: «¡Fidel Castro ha muerto!».

Cómo reaccionaras a la muerte de Castro es una señal no sólo del lugar en el que vives sino de lo viejo que eres. En La Habana, la bloguera y activista Yaoni Sánchez escribió sobre la división generacional con un mensaje en Twitter: «Unos lo despiden con dolor, otros con alivio la gran mayoría con cierto toque de indiferencia».

Fuera lo que fuera lo que sintieras por Fidel Castro, ese cierto toque de indiferencia parecería sorprendente para una figura tan enorme, histórica y controvertida. Pero es también un signo de esperanza y cambio. El tiempo pasa para todos.

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