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A Zahra Buhari, super ‘it girl’, se le achacan gastos académicos astronómicos y su predilección por los bolsos de Givenchy.
Los niños mimados de África

Los niños mimados de África

La hija del presidente de Angola es la mujer más rica del continente negro y el vástago del dirigente de Guinea Ecuatorial compra fincas por todo el mundo. Hay muchos más

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 2 de agosto 2015, 00:19

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Detrás de un gran estadista suele haber una primera dama y, habitualmente, guardando los flancos, también encontramos a orgullosos vástagos que parecen respaldar públicamente a sus importantes progenitores con arrobadas miradas y generosas sonrisas. En demasiados países de África la foto no suele estar completa sin mencionar el fantasma que ronda a la prole de los políticos. La sombra de la corrupción, la sospecha del abuso o, incluso, la denuncia de ONG internacionales con pruebas sustanciosas constituyen usuales espadas de Damocles que penden sobre las testas bien cuidadas de los hijos de papá presidente.

La prolongada permanencia de los jerarcas en el poder no ayuda a la hora de transmitir valores democráticos en casa. Pero ni siquiera los recién llegados con aval electoral se despojan de esta lacra. Al nigeriano Muhammadu Buhari se le atribuye un pasado como golpista, escasa formación académica y una agenda oculta para islamizar el país. Pero en modo alguno se le suponía una hija tan bella y cool como Zahra Buhari, recién llegada de Londres. Los comentarios laudatorios ya hablan del muslim chic, interpretación rejuvenecida del estilo que difundió la jequesa de Qatar, mientras que los menos favorables se preguntan cómo esta estudiante de Microbiología en la Universidad de Surrey ha mantenido su elevado nivel de vida en la siempre onerosa Gran Bretaña si su padre, un militar retirado, aduce poseer no más de 150 reses.

La controversia se ha agudizado tras un comentario en su cuenta de twitter en el que llamaba child fucker (folla niños) al presidente de Gambia, conocido por su acoso a los homosexuales. La hermosa primogénita ha achacado el insulto a la maliciosa intromisión de un hacker y ha seguido regalándonos a través de las redes sociales toda una exquisita selección de coloridos turbantes.

Las pizpiretas aventuras de Zahra contrastan con la profesionalidad de Isabel, la hija del presidente angoleño, José Eduardo Dos Santos. Según Forbes, es la mujer más rica de África. Las firmas de esta empresaria gozan de una situación privilegiada en el ámbito de las telecomunicaciones en todo el mundo lusófono, pero también se hallan bien posicionadas en la minería, la industria del cemento o el petróleo, áreas estratégicas de la antigua colonia portuguesa, hoy convertida en potencia emergente. Desgraciadamente, las acusaciones supeditan sus valores como mujer de negocios a los disimulados intereses de papá, un líder guerrillero que se hizo con el control del Ejecutivo hace 36 años para implantar un régimen socialista y que ha convertido a la capital Luanda en la ciudad más cara del mundo.

Los padres transmiten caracteres, tics involuntarios y también querellas que pretenden sustanciar esos rumores malintencionados sobre privilegios familiares. Es la maldición de los delfines, jóvenes cercanos al poder y a las arcas estatales, tan tentadoras como desprotegidas. Hace seis años, las ONG Sherpa y Transparencia Internacional (TI) interpusieron demandas por malversación de fondos públicos contra Denis Sassou Nguesso, Paul Biya y Teodoro Obiang, respectivos presidentes de Congo-Brazzaville, Camerún y Guinea Ecuatorial. Las pesquisas judiciales han llegado hasta el primogénito del dictador guineano, que es segundo vicepresidente de su país y un inversor de talento excepcional. Según las investigaciones del caso Bienes mal adquiridos, impulsadas por TI, Teodoro Nguema Obiang Mangue, más conocido como Teodorín, gastó entre 2000 y 2011 unos 274 millones de euros en adquisiciones a lo largo del mundo cuando su sueldo como ministro de Agricultura y Bosques no excedía los 92.000 euros anuales.

El camerunés Franck Emmanuel Biya y el congoleño Denis Christel Sassou presentan un perfil público más bajo, pero no menos eficaz. Al primero se le atribuye un notable facultad intermediadora para las inversiones importantes en sectores claves como la minería o el energético. El segundo aparece relacionado, según la ONG suiza Declaración de Berna, con una sociedad radicada en Ginebra que goza del derecho exclusivo de explotación del petróleo congoleño. Este afán por el negocio del crudo le ha valido en su país el sobrenombre de Kiki le petrolier.

Apenas quedan monarquías en el continente africano, más allá de la marroquí, con Mohammed VI, o el rey Mswati III de Suazilandia, ambos poseedores de considerables fortunas. Pero la transmisión del poder a través de los correspondientes aparatos políticos no resulta extraña. Tal es el caso de Uhuru Kenyatta, anfitrión estos días de Barack Obama. Jomo Kenyatta, el padre de la patria keniana, legó a su hijo una fortuna estimada en más de 500 millones de dólares, a la que se relaciona, subrepticiamente, con el sistema de compensaciones que Gran Bretaña concedió a la antigua colonia por sus años de dominio y rapacidad. El aliado de Washington es un gran terrateniente, como otras familias kikuyu, etnia a la que pertenece, y que fueron privilegiadas por un reparto realizado desde las más altas instancias.

A Gabón lo ha puesto de actualidad la semana pasada Lionel Messi con su desenfadada vestimenta para colocar la primera piedra del estadio que albergará la Copa de África de 2017. No, no se puede desairar de esa manera al presidente gabonés, Alí Bongo. Sobre todo si, como se aduce, pagó 3,5 millones de euros al astro del Barça para el evento y el delantero se presentó con una camiseta arrugada y unas bermudas rotas. Bongo está acostumbrado a que le traten bien. Es hijo de Omar, otro autócrata que decidió la sucesión del país, uno de los grandes exportadores de petróleo, sin salir de casa.

Pero el drama también ronda a los hijos del poder. El caso del togolés Faure Gnassingbé resulta apasionante por su trasfondo dramático. Tras la repentina muerte de su progenitor, hubo que alterar rápidamente los mecanismos sucesorios establecidos en la Constitución para que el hijo sucediera a su padre. La comunidad internacional tachó de golpe de Estado una conspiración con tintes shakesperianos que ha permitido que Faure, como un Hamlet bienaventurado, prosiga al mando de la pequeña república del Golfo de Guinea a pesar de la oposición de cartas magnas, elecciones aparentemente amañadas y el consabido boicot de los rivales políticos.

La fortuna de unos cuantos no puede, si embargo, deducir el destino feliz de todos los hijos de papá con vara de mando. El senegalés Karim Wade parecía el candidato perfecto para sustituir a sus padres, gracias a su mestizaje, la formación europea y un currículum amasado en varios ministerios. Pero ni siquiera su perfecta imagen, tanto portando la túnica tradicional o boubou como el traje de raya diplomática, han impedido su condena a seis años de prisión por corrupción, el mismo mal que llevó a la cárcel a Gamal y Alaa Mubarak, los hijos del rais egipcio Hosni Mubarak.

Los vaivenes políticos suelen ser fatales para los delfines. La caída en desgracia paterna viene a preludiar un exilio más o menos dorado, aunque también hay otras circunstancias que provocan destinos menos afortunados. Russel Goreraza, hijastro de Robert Mugabe, fue condenado el pasado mes por la comisión de un homicidio al pago de unos 730 euros, aunque la desolación del veterano líder de Zimbabue es mayor con sus vástagos Robert y Chatunga. Ambos parecen más interesados por disfrutar de la fiesta que por hacerse con los engranajes económicos propios de su estatus. El propio dirigente ha lamentado públicamente su desidia. Su caso demuestra que, a veces, incluso en las mejores familias, se encuentran delfines desorientados, perros verdes u ovejas negras que no asumen su trascendental responsabilidad.

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