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ÍÑIGO GURRUCHAGA
Domingo, 28 de mayo 2017, 00:11
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El líder laborista Jeremy Corbyn ha aceptado que un improbable Gobierno presidido por él mantendría los submarinos armados con misiles nucleares, cuando ha pasado toda su vida pidiendo el desarme unilateral. Ha aceptado también que un Reino Unido dirigido por él permanecería en la OTAN, una organización cuya disolución pedía hace unos años por ser «un peligro para la paz» en el mundo.
Si Theresa May pasó el año pasado en cuestión de días de defender que la permanencia de los británicos en la UE era la mejor opción para el país a amenazar a Bruselas con una marcha unilateral, la conversión de Corbyn es más lenta pero menos convincente. Sus seguidores saben que, a pesar de someterse a la decisión de la mayoría del partido y a las necesidades electorales, el camarada Jeremy quiere como ellos renunciar a las armas nucleares y poner fin a los bloques militares.
En la campaña para las elecciones del 8 de junio se peleaba sobre fiscalidad o el futuro de la asistencia social a los ancianos cuando se produjo el atentado de Manchester. Se cancelaron los actos de campaña y Corbyn reanudó la suya con buenos signos en los sondeos y un discurso sobre terrorismo y seguridad. Dijo Corbyn que «la guerra contra el terror no está funcionando» y se armó la marimorena.
Los conservadores hacen cola para denunciarlo. Theresa May lo hizo, mintiendo, desde la cumbre del G7: «Jeremy Corbyn ha dicho que los ataques en Reino Unido son por nuestra propia culpa». No había dicho Corbyn tal cosa, sino que «hay conexiones entre las guerras en las que nuestros gobiernos han combatido o apoyado en países, como Libia, y el terrorismo en nuestro país», pero que la política exterior no puede sola resolver el problema.
Corbyn dijo que esto ya ha sido señalado por responsables de servicios británicos de inteligencia. May debe recordar sus propias conexiones. Como ministra de Interior, levantó los toques de queda que pesaban sobre algunos militantes del Grupo Libio de Lucha Islámica, cuando en 2011 comenzó la revolución contra Muamar Gadafi y al Gobierno de David Cameron le interesaba que regresaran a su país para derrocarlo.
Irlanda, el flanco débil
Antes, los gobiernos británicos albergaron a miembros de ese grupo libio como Ramadán Abedi, padre del terrorista suicida de Mánchester -para conspirar con ellos en el asesinato de Gadafi- y los sometieron al toque de queda cuando el líder libio se convirtió en interlocutor aceptado por Tony Blair. Este ir y venir se dio con un grupo vinculado a Al-Qaida y en un país en el que Francia, Reino Unido y Estados Unidos con apoyo de sus aliados iniciaron una guerra que desembocó en el caos.
La escena cómica la ha deparado el ministro de Defensa, Michael Fallon, cuando le leyeron en Channel 4 un párrafo que expresaba ideas parecidas y se lanzó a la condena de Corbyn, hasta que le explicaron que era una cita del actual ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johnson. Los conservadores tienen dificultades porque el grupo parlamentario votó en favor de la guerra de Irak y sus líderes se han declarado posteriormente engañados.
Lo más interesante del discurso de Corbyn, por nuevo, fue su promesa de que el Ejército «sólo será desplegado en el extranjero cuando haya una clara necesidad y haya un plan, y tenga los recursos para asegurar un resultado que produzca la paz duradera». Difícilmente se pueden dar en la política internacional circunstancias tan nítidas. Y cuando se dieron en la vida británica e irlandesa, el error de Corbyn parece estrepitoso.
Dijo ayer, ya quejoso por tanta acusación de haber simpatizado con el IRA, que condena sus bombas, «porque causaron víctimas civiles». ¿Y los policías y militares asesinados en un país que no era Disneylandia pero en el que el partido asociado al IRA era legal y podía imprimir sus periódicos?
Los tropas de May se desplazaron ayer a este frente irlandés, flanco débil de Corbyn, para confirmar una vez más que todos los partidos hacen política con el terrorismo.
Por otro lado, el Gobierno británico ha reducido el grado de alerta antiterrorista de crítico a severo siguiendo el consejo de los jefes de los servicios de seguridad.
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