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DAVID GUADILLA
Miércoles, 24 de mayo 2017, 00:52
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En la delirante e irracional dinámica del terrorismo, todo tiene un porqué. Un argumento con el que se intenta justificar el dolor causado. La estrategia es la misma en todos los lugares del mundo. No hay diferencias. Cuando ETA atentaba contra las casas cuartel de la Guardia Civil y asesinaba a los familiares de los agentes, incluidos sus hijos, también tenía respuesta: la de que la culpa era del Ministerio del Interior por permitir que los niños estuviesen en el cuartel sabiendo que eran un potencial objetivo de sus ataques. Lo hizo, por ejemplo, cuando en diciembre de 1987 voló la casa cuartel de Zaragoza y asesinó a once personas, incluidas cinco niñas, la mayor de doce años. El terrorismo yihadista, en sus múltiples derivadas, va más allá porque «no tiene límites morales», explica el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en estos fenómenos Luis de la Corte.
Se demostró el 16 de diciembre de 2014 en la localidad paquistaní de Peshawar. Un comando talibán entraba en una escuela vinculada a los militares y asesinaba a cerca de 130 menores. En un país acostumbrado al dolor extremo, aquello superó todos los umbrales. Los autores del asalto explicaron su estrategia sin cuestionar lo sucedido. A los terroristas se les ordenó disparar a los estudiantes «más mayores» para «vengar» la ofensiva que el Ejército paquistaní había lanzado contra los talibanes. «Queremos que sientan nuestro dolor y por eso hemos seleccionado esta escuela, porque el Gobierno también ataca a nuestras familias». El ojo por ojo llevado al extremo y ahora exportado a Europa.
«Buscan una proporcionalidad en sus acciones. Bajo su prisma, cualquier tipo de víctima es justa y culpable», explica Manuel Torres Soriano, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Pablo Olavide y experto en yihadismo.
La delirante Rumiyah
La muestra es Rumiyah, la revista oficial del Ejército Islámico. Una enloquecida publicación en la que se incita de forma clara a la violencia contra Occidente. Anima a degollar y explica cómo hacerlo, a utilizar gas sarín, a matar gente en cualquier parte y como sea, a los «ancianos haciendo cola para comprarse un bocadillo» y a los jóvenes que hacen deporte o están en un parque. Todo vale.
Por eso, a Torres Soriano el atentado de Manchester no le ha sorprendido. Hacía años que los especialistas aventuraban que causar dolor a los niños occidentales era uno de los objetivos de los yihadistas, fuese Al-Qaida, Ejército Islámico o lobos solitarios sin una adscripción clara. De hecho, al menos hay cuantificados dos intentos de atacar Eurodisney en París que fueron frustrados por la Policía francesa. «Y quienes habían diseñado los atentados sabían que iban a matar niños». No hubo tanta suerte el 11 de marzo de 2012, cuando un simpatizante de la red montada por Osama Bin Laden entraba en una escuela judía de Toulousse y acababa con la vida de tres niños y su profesora o cuando 186 menores morían en septiembre de 2004 tras el asalto a una escuela en la localidad chechena de Beslán.
«En su victimización vienen a decir: Me habéis obligado. Si nuestros hijos mueren por vuestras bombas, vosotros también lloraréis, padeceréis y experimentaréis la pérdida de vuestros hijos en vuestras casas», explica Torres Soriano. A su juicio, hay una «intencionalidad clara» al atentar en un concierto de una estrella juvenil como el que Ariana Grande celebró la noche del lunes en Manchester. «Es su propaganda y su retórica», señala el también director del Diploma de Especialización en Análisis del Terrorismo Yihadista, Insurgencias y Movimientos Radicales de la Pablo Olavide.
Una tesis en la que coincide Manuel González, teniente coronel destinado en la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra y experto en movimientos yihadistas. «Casualidades en este tipo de cuestiones hay muy pocas. Los terroristas siempre buscan objetivos para causar impacto. Y aquí confluyen todos los elementos que quieren: jóvenes británicos, una cantante norteamericana...». A González tampoco le ha cogido por sorpresa que se haya intentado atentar contra adolescentes occidentales. «Era algo que se esperaba».
«No se trata de ejercer la violencia porque sí. Siempre buscan un impacto psicológico. Y aquí sabían el nivel de pánico que se iba a desatar, cómo se iba a difundir», reconoce el profesor de la UAM Luis de la Corte, quien no tiene tan claro que buscasen una concentración de jóvenes. Más bien un objetivo fácil. «La experiencia nos dice que en Europa lo que buscan son atentados de oportunidad, donde lo vean factible y puedan atacar con garantías de éxito». Y en Europa hay muchos objetivos. El teniente coronel González tampoco es muy optimista: «Esto no es más que el comienzo».
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