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Un hombre lleva a hombros a una niña que se tapa con una manta, cerca de la estación Victoria y el lugar del atentado. :: O. S. / AFP
«Todo eran críos llorando y corriendo»

«Todo eran críos llorando y corriendo»

El atentado desató el caos en el Manchester Arena y sembró el ‘hall’ de cadáveres y heridos. «Ninguna niña debería ver esto»

CARLOS BENITO

Miércoles, 24 de mayo 2017, 00:51

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El público del concierto de Ariana Grande, compuesto en su mayor parte de niños y adolescentes, todavía no había aterrizado cuando se produjo la explosión: la cantante acababa de retirarse del escenario con un alegre «bye bye Manchester» y sus seguidores emprendían el regreso gradual a la realidad, después de vivir la actuación con esa intensidad y esa entrega tan propias de los fans muy jóvenes. Los espectadores menos remolones -y los que eran arrastrados por padres previsores que querían ahorrarse el atasco en el parking- empezaban a salir al vestíbulo, donde había ya un buen número de adultos llegados de la calle, esperando a sus hijos para llevarlos a casa. Ese fue el momento elegido por el terrorista para hacer estallar su artefacto.

«Ha sonado una explosión enorme y he visto humo. Alguien ha gritado ¡una bomba! y entonces todo el mundo ha echado a correr. Ha sido una carnicería, una absoluta carnicería», resumía al Manchester Evening News un joven de 19 años, Ryan Morrison. La escena cotidiana del hall, con sus sonrisas y sus reencuentros, quedó transformada en un terrible panorama de cadáveres y heridos, mientras en el interior del Manchester Arena se desataba el pánico: jóvenes despavoridos saltaban las vallas para precipitarse hacia las salidas, sin saber muy bien dónde se encontraba el peligro, y muchos niños se extraviaban en mitad del caos y chillaban llamando a sus madres. Según algunos testigos, también había encargados de seguridad que huían.

«He sentido el ruido en el pecho. He mirado alrededor y he visto cómo todo el mundo echaba a correr escaleras abajo», explicaba a la CNN Andy James, que había llevado a su hermano pequeño como regalo por su décimo cumpleaños: era el primer concierto al que asistía el pequeño. Tuvo que sacarlo en brazos, «con el corazón latiéndole como si se le fuese a salir». En la estampida, muchos perdían zapatos, abrigos y teléfonos, pero seguían corriendo; algunas niñas, en cambio, seguían portando las orejas de conejo que habían lucido durante el concierto y se aferraban a sus globos rosas, tan incongruentes en medio de la confusión. A medida que alcanzaban la salida, se iban encontrando con una imagen que superaba sus peores miedos. «Había cuerpos por todas partes, veinte o treinta personas en el suelo, y en algunos casos no quedaba ninguna duda de que estaban muertos», recordaba Kiera Dawber. El suelo estaba salpicado de tuercas y tornillos, metralla casera como la que penetró en los cuerpos de las víctimas. «Algunos eran niños, también personas discapacitadas», se horrorizaba Andy Holey, que estaba esperando a su mujer y a su hija y salió proyectado a diez metros de distancia por la explosión.

Entre quienes socorrieron a los heridos estaba Chris Parker, un indigente de 33 años que suele mendigar a la salida de los conciertos del Manchester Arena. «Todo el mundo empezaba a salir, todos felices. He oído una explosión, he visto un fogonazo blanco y humo, he escuchado gritos. A mí me ha tirado al suelo. Al levantarme, en vez de escapar, he sentido el impulso de entrar a ayudar», declaró a The Independent. «He visto a una niña pequeña... No tenía piernas. La he envuelto en una de las camisetas del merchandising y le he preguntado dónde estaban su papá y su mamá». Parker, que cree que la madre de la pequeña murió en el atentado, asistió después a una mujer: «Ha fallecido en mis brazos. Tenía sesenta y tantos años y dijo que había estado con su familia. No he podido parar de llorar. Lo peor es que era un concierto para chavales».

También John Endsor, un albañil jubilado que vendía camisetas a la salida, corrió a echar una mano: «Supe desde el principio que se trataba de una bomba. Podías olerlo. Olía como la pirotecnia, pero más fuerte», describió, en conversación con el Mail Online. Endsor atendió a un hombre con graves lesiones en las extremidades, sirviéndose de las camisetas para taponar las hemorragias: «Su hija estaba histérica. Yo le pasaba el brazo por los hombros y le decía todo irá bien, cariño. Había tantos niños... Todo eran críos llorando y corriendo».

Las hijas de Guardiola

El periodista vallisoletano Ivo Delgado destacó, como muestra de la juventud del público, que él estaba sentado «junto a dos niñas de 5 y 6 años y una familia con tres niñas». También se encontraba en el Manchester Arena la esposa de Pep Guardiola, Cristina Serra, con sus hijas Valentina y María. No sufrieron ningún daño, pero salieron conmocionadas por lo ocurrido: «En shock. No puedo creer lo que ha pasado esta noche», tuiteó el entrenador del Manchester City. El atentado hizo florecer la solidaridad espontánea en la ciudad: los taxistas llevaron gratis a los jóvenes y muchas personas pusieron sus casas a disposición de los afectados.

Los fans de Ariana Grande no regresaron a la realidad de siempre, que solo obliga a un leve reajuste tras las emociones desbordadas del concierto, sino a una de las peores realidades posibles. «Ninguna niña de nueve años debería ver algo así -se lamentaba en Sky News un padre, John Young, que eludió por segundos el desastre-. Este debería haber sido el mejor día de su vida y se ha convertido en el peor».

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