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ÍÑIGO GURRUCHAGA CORRESPONSAL
Miércoles, 29 de marzo 2017, 01:09
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¿Será una notificación verbal o esbirros del Gobierno lanzarán a Boris Johnson con una catapulta desde Dover sobre el Canal de la Mancha para que abra la brecha de avance del 'Brexit' desde Calais a Bruselas? No se sabe. Es el de Theresa May un Gobierno que solo exhibe sus zapatos. Lo demás es sigilo. Pero se espera que hoy entregue una carta en la que notifique la intención británica de abandonar la UE.
El Artículo 50 no dice nada sobre la manera de invocarlo y por eso han proliferado especulaciones y chistes. El primer contraste entre la posición británica y la adoptada por el principal negociador comunitario, Michel Barnier, es precisamente el de la transparencia. El Gobierno de Londres ha insistido en no revelar sus cartas. En su anuncio del 17 de enero, la primera ministra ofreció una prueba de su manera de pensar sobre la negociación: «Cada palabra extraviada, cada informe bombeado por los medios hará que sea más difícil para nosotros lograr el acuerdo adecuado para Reino Unido. Nuestros homólogos en la Comisión Europea lo saben y por eso mantienen su disciplina».
Barnier, en su discurso al Comité Europeo de las Regiones hace una semana, se expresó de manera diferente: «La primera condición para tener éxito en el acuerdo -éxito con los británicos, no contra ellos- es la unidad de los 27, que va de la mano de la transparencia y del debate público. Estas negociaciones no pueden hacerse en secreto. Negociaremos de manera transparente y abierta, explicando a todos qué estamos haciendo».
Hoy se calibrará en primer lugar si Londres suaviza su idea de la negociación como una partida con cartas ocultas. El segundo aspecto se deriva de la redacción del Artículo 50, que dice que la negociación debe concluir «estableciendo los acuerdos para su retirada, teniendo en cuenta la estructura de su futura relación con la UE». Londres ha insistido en que ambas negociaciones deben solaparse. Barnier dice que hay que acordar primero los principios generales sobre una «retirada ordenada», para discutir después, «con confianza», la futura relación. En esa divergencia se esconde la cuestión de los pagos que Reino Unido habría comprometido con la UE y que, según Londres, no tiene obligación legal de desembolsar.
Relajo ante el caos
No hay aparente contradicción y existe convergencia sobre dos puntos en la primera fase de la negociación: la garantía de permanencia de los derechos de los ciudadanos británicos que residen en la UE y de los europeos en Reino Unido y el acuerdo sobre las fronteras, en Irlanda y Gibraltar. Ambos son problemas más complejos en el detalle legal y práctico que los principios que se comparten.
¿Insistirá la carta de hoy en el solapamiento de las dos áreas de negociación? Sin duda lo exigirá el negociador británico, David Davis, con argumentos prácticos y su retrovisor apuntando a la gestión de la política conservadora. No puede acordar el pago de una factura, que dirigentes europeos han sugerido que será de 60.000 millones de euros, sin saber qué nivel de acceso al mercado común tendrá en el futuro. Las huestes eurófobas no lo aceptarían.
La carta reflejará el nuevo tono de May. En enero provocó asombro al declarar que «no llegar a ningún acuerdo sería mejor que un mal acuerdo». La afirmación es tan genérica que no dice nada, salvo que la primera ministra contemplaba con relajo un abandono de la UE de un día para otro, que causaría algo parecido al caos.
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