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Un agente dispara balas de fogueo para detener los choques entre sudafricanos e inmigrantes de origen somalí en Pretoria. :: phill magak / afp
Odio al final del arco iris

Odio al final del arco iris

Los crímenes rurales y la xenofobia urbana cuestionan el modelo de convivencia interracial de Sudáfrica, único en el continente

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 26 de febrero 2017, 01:24

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Los asesinos de Susan Howarth no buscaban sólo su dinero. No la habrían torturado con un soplete si únicamente hubieran querido los ahorros guardados en aquella granja solitaria del pueblo de Dullstroom. La víctima fue agredida repetidamente y el cadáver, arrojado a una zanja, la misma a la que los agresores enmascarados tiraron el cuerpo de su marido, que sobrevivió al ataque. El suceso tuvo lugar el pasado fin de semana en la provincia sudafricana de Mpumalanga.

Mientras tanto, en la cercana capital, Pretoria, 20 tiendas propiedad de inmigrantes eran saqueadas y hace 48 horas los cuerpos de seguridad se esforzaban por impedir una batalla campal entre nativos y foráneos en los suburbios más pobres de la ciudad. La potencia austral, la Nación Arco Iris, según expresión acuñada por su presidente Nelson Mandela, sufre una aguda crisis social, política y económica, que cuestiona su futuro como potencia global.

El paisaje vasto y feraz que inspiró a J. R. R. Tolkien el escenario de 'El señor de los anillos' se ha convertido en un territorio más cercano al horror de 'A sangre fría' de Truman Capote. Cuatro días antes del incidente en Dullstroom, la Policía había hallado, a unos 250 kilómetros, los restos de Louis Smuts; su mujer, Belinda, y los padres de ésta. Todos habían sido ejecutados mediante disparos en la cabeza en el interior de su explotación familiar.

Los cuerpos de seguridad no suelen informar de estos crímenes rurales y su eco no llega a los grandes medios de comunicación, más interesados en los conflictos urbanos que movilizan masas o implican a la elite gobernante. Sin embargo, las cifras procedentes del campo son una espiral de sangre. A lo largo del presente mes se han producido 30 asaltos y 11 muertos, mientras que el año pasado fueron 245 y perecieron 70 personas. Pero es que desde 1990 cerca de 1.200 propietarios y trabajadores han fallecido en acciones similares. Más de 1.000 eran blancos.

Ocaso afrikáner

Los llamamientos a la ocupación de fincas y minas realizados por Julius Malema, el líder de una formación con ínfulas paramilitares denominada Luchadores por la Libertad Económica, ha concitado, de nuevo, el interés por el sino de esa población, generalmente de origen afrikáner, que cultiva grandes latifundios dedicados a la agricultura comercial. Teóricamente, fueron los grandes perjudicados por el fin de un 'apartheid' conveniente para sus intereses, pero la realidad se antoja mucho más compleja y desoladora. Su número ha decrecido rápidamente y el acoso que sufren recuerda al padecido por sus vecinos de Zimbabue, la antigua Rhodesia. En 2014 eran unas 100.000 explotaciones y, apenas tres años después, su número no supera los 36.000. Ahora bien, la comunidad negra, presuntamente favorecida por la justicia redistributiva, no ha corrido mejor suerte. Las autoridades reconocen que entre el 70% y el 90% de los nuevos propietarios ha fracasado en vivir de la tierra.

La corrupción, a menudo, explica la razón del fracaso. Detrás de grandes y dispares eventos, como la liberalización económica de la antigua URSS, la independencia de Sudán del Sur o la democratización de Sudáfrica, suele hallarse una clase política que, después de hacerse con los resortes del poder, pretende cobrarse ese esfuerzo sin ningún tipo de pudor. En el caso del país africano, los dirigentes del partido Congreso Nacional Africano han mostrado un nivel de codicia similar a su incapacidad gestora. Cyril Ramaphosa, promotor de la mayor central sindical, se ha convertido en el próspero empresario minero que criticó duramente a los trabajadores de Marikana, aquellos que fueron abatidos por la Policía en una carga brutal.

La reforma agraria ha sido un desastre sin paliativos. Las medidas demagógicas han propiciado resultados contrarios. La venta de las fincas ha fomentado la concentración de la propiedad y la seguridad alimentaria resulta hoy aún más precaria ya que el 3% de las explotaciones proporciona el 95% de los alimentos.

La última intervención en el Congreso del presidente, Jacob Zuma, para dar cuenta del estado de la nación, hubo de ser respaldada por el propio Ejército ante el ambiente de hostilidad hacia el Ejecutivo. Tanto las gradas parlamentarias como la calle reflejan la insatisfacción de quienes creyeron que Sudáfrica era el modelo de desarrollo para un continente mísero y convulso. La percepción generalizada es que existe una minoría de piel oscura que se ha favorecido del nuevo régimen y que comparte estatus con la antigua clase opulenta de origen europeo, ese 10% que ostenta el 60% de la riqueza. Sus privilegios quizás le permitan suplantarla, pero no van a beneficiar a la mayoría desfavorecida.

'Boom' demográfico

La xenofobia, expresada en virulentos estallidos contra los forasteros de menos recursos, también aparece vinculada a la insatisfacción por las promesas incumplidas. Sudáfrica ha experimentado un 'boom' demográfico parejo a la llegada de cinco millones de inmigrantes. La marcha hacia el norte con el horizonte en Europa cuenta con otro flujo similar hacia el sur, que pretende alcanzar el territorio de las oportunidades.

El Gobierno condena estos actos, pero no se adentra en sus causas ni en la responsabilidad de las autoridades en el clima de frustración, atizado por episodios como el de los hermanos Gupta, millonarios indios constituidos en todo un poder paralelo. Los políticos apelan a la convivencia, pero no parecen reparar en su degradación ante la ciudadanía o en el hecho de que no hay trabajo ni futuro para sus habitantes con menos recursos y que han de competir en el marco de la economía informal con los recién llegados de Nigeria, Somalia o Zimbabue.

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