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El presidente de EE UU, Donald Trump, dedicó gran parte de la jornada a su cuenta personal de Twitter. :: joshua roberts/ reuters
La 'trama rusa' estrecha el cerco a Trump

La 'trama rusa' estrecha el cerco a Trump

La conducta de Flynn plantea la mítica pregunta del caso Watergate: «¿Qué sabía el presidente y cuándo lo supo?»

MERCEDES GALLEGO

Jueves, 16 de febrero 2017, 00:47

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nueva york. ¿Será el escándalo ruso el Watergate de Trump? Eso depende de una pregunta que en 1972 hizo famoso al senador de Tennessee Howard Baker: «¿Qué sabía el presidente y cuándo lo supo?». El lunes la cuestión actual se refería a las llamadas con el embajador ruso que sostuvo en diciembre su dimitido asesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, pero ayer el escándalo se remontaba a un año antes de que ganara las elecciones, cuando sus colaboradores de campaña mantenían «repetidos contactos» con miembros de los servicios secretos de Moscú.

Con esa información filtrada a 'The New York Times' por cuatro altos y ex altos miembros de la Inteligencia estadounidense, la profecía que lanzó el martes el senador Chuck Schumer empieza a cumplirse: «La dimisión de Flynn no es el final de esta historia, sino el principio», sentenció el líder de los demócratas.

Trump considera que Flynn es «un buen hombre» al que la prensa ha tratado «¡tan mal!», dijo ayer, pero Flynn ya no importa a nadie salvo en la medida en que sirve para aclarar hasta dónde llegaron los tentáculos de Rusia en la campaña del actual presidente. Nadie cree que el general de tres estrellas actuase por su cuenta al ofrecer al embajador Serguéi Kisliak la suspensión de las sanciones que ahogan la economía rusa desde 2014. A medida que se estrecha el cerco sobre algo que podría poner en cuestión la legitimidad del presidente, los republicanos se centran cada vez más en el fulminado consejero de Seguridad Nacional, que ha batido el récord de brevedad en el cargo con 24 días de servicio. Los demócratas, sin embargo, quieren llegar mucho más lejos. Esto es «una batalla por el alma de nuestra democracia», advirtió el congresista Elija Cummings, que se sienta en el Comité de Supervisión de Reforma de Gobierno.

Comparación de escalofrío

Por eso pide que la investigación no quede en manos ni del Departamento de Justicia ni del Congreso (de mayoría republicana), sino que se forme una comisión independiente al estilo de la del 11-S. Algo a la altura de lo que transformó la vida del país en 2001 y que provocó la dimisión de Nixon en 1972. Por la medida del Watergate, las mentiras de Flynn para cubrir sus negociaciones con el Gobierno ruso son «un 5 o un 6 en una escala de 10», opinó el legendario periodista Dan Rather, que cubrió aquel escándalo. «Pero con la intensidad con que se está precipitando a cada hora puede acabar siendo al menos tan grande como el Watergate. Y el simple hecho de que tenga todos los ingredientes para compararlo es escalofriante».

Lo que incomoda a republicanos y a demócratas no es que Flynn se excediese en sus atribuciones al negociar en nombre de un gobierno al que aún le faltaban tres semanas para empezar a existir. Eso en sí mismo podría ser susceptible de violar la ley Logan de 1799, que nunca se ha utilizado para juzgar a nadie. Flynn también podría acabar en los tribunales por mentir al FBI, como hizo uno de los que llegó a barajarse para sucederle, el también ex general David Petraeus. Todo ello dependería de las palabras exactas que haya utilizado en la conversación, cuya transcripción no se ha hecho pública y cuya filtración tiene furioso a Trump.

«El verdadero escándalo aquí es que la 'Inteligencia' esté dando por ahí información clasificada ilegal como si fueran caramelos», protestó ayer en un tuit el hombre que celebró durante la campaña las filtraciones cuando perjudicaban a su rival. «¡Eso no es americano!», protesta ahora.

¿Quién lleva la seguridad?

Lo que Trump teme es que por el hilo de Flynn acabe saltando toda su presidencia, convencido como está desde antes de ganar de que el 'establishment' político intentaría robarle el poder que ganó en las urnas y que, presuntamente, empezó a utilizar antes de que le correspondiera. Ese 29 de diciembre, después de que el Gobierno de Obama anunciase sanciones contra Rusia por interferir en las elecciones estadounidenses, Flynn, un general curtido en Afganistán, sin ninguna experiencia diplomática, llamó cinco veces a la Embajada rusa. Es fácil suponer que no repetía las llamadas porque se hubiera dejado asuntos en el tintero, sino porque consultaba con sus superiores.

A la hora de presentar su dimisión el martes a petición del presidente, Flynn ni siquiera había formado gabinete en la Casa Blanca. Toda la información más secreta de EE UU pasaba por sus manos y era él quién le daba una versión digerida de ella al presidente. Como consecuencia de ese eslabón comprometido, los agentes de Inteligencia habían dejado de informar de hallazgos clave que pudieran perjudicar su seguridad o sus fuentes, al no saber en manos de quién acabarían.

«En el Gobierno de Trump hay una significativa disfunción en el aparato de Seguridad Nacional», admitió el senador John McCain. «Nadie sabe quién está a cargo». La vulnerabilidad también tiene en vilo a los aliados de EE UU en el mundo que comparten con la Casa Blanca su información. A ellos tendrá que dar explicaciones el nuevo secretario de Estado, Rex Tillerson, que asiste a la cumbre del G-20, entre cuyas reuniones mantendrá una con su homólogo ruso, Serguéi Lavrov.

Flynn, por su parte, probablemente tenga que hacerlo ante el comité de Inteligencia del Senado, según anticipó ayer Roy Blunt, miembro de ese órgano. A él también serían convocados el antiguo director de la Agencia de Inteligencia Nacional James Clapper y el ex director de la CIA John Brennan. Los mismos que informaron al presidente del flujo de contactos con la Inteligencia rusa que habían detectado en su campaña y que ayudarán a contestar esa pregunta crítica que acabó con Nixon. «¿Qué sabía el presidente y cuándo lo supo?».

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