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Participantes en la manifestación del sábado se dirigen a seguidores de Trump. :: Joshua LOTT / AFP
Facebook se redime en la calle

Facebook se redime en la calle

La Marcha de las Mujeres que eclipsó el día después de la investidura nació de la conmoción de una usuaria de la red social

MERCEDES GALLEGO

Lunes, 23 de enero 2017, 00:32

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El 8 de noviembre un millonario de reality show se alzó presidente de Estados Unidos con la ayuda de Facebook y Twitter. Horas después las mismas redes sociales alumbraron la resistencia que el sábado eclipsó su investidura. Detrás estaba Teresa Shook, una abogada de Indiana con cuatro nietos que se retiró en la isla Mahoui (Hawai). Antes de acostarse esa noche de conmoción flotó la idea de una gran marcha de mujeres en el grupo de Facebook 'Pantsuit Nation'.

Al levantarse sólo tenía una respuesta, pero fue suficiente para animarla a crear una página de Facebook para la manifestación que, poco podía imaginar, prendería como la pólvora y acabaría siendo la más importante en décadas. Al día siguiente 'Pantsuit Nation' había compartido el evento, y de ahí cientos de grupos de todo el país. «Cuando me levanté se había disparado», contó a varios medios. «Pronto había 30.000, 100.000, 200.000 personas interesadas en ir». Según las cuentas que hicieron ayer los expertos en recuento de masas con fotografías aéreas que consultó 'The New York Times', tres veces más que las que acudieron el viernes a la investidura de Donald Trump. Más de medio millón solo en Washington DC, millones en todo el mundo, desde Barcelona hasta Sidney.

A las 2 de la tarde, cuando los asistentes a la investidura de Trump ya se disipaban pero los que acudieron el día después a la gran Marcha de Mujeres seguían llegado, los expertos calculaban 160.000 personas frente a 470.000. Algo que ocasionó la habitual pataleta del hombre al que han convertido en el presidente más protestado desde Nixon y la Guerra de Vietnam.

La fraternidad femenina fue contagiosa. Cientos de miles de hombres acabaron encasquetándose los gorritos de crochet con orejas de gato que diseñaron en Pussyhat Project para inundar de rosa las calles de la capital. Con ello pretendían hacer una declaración de principios que resultara imposible ignorar. Las nietas empujaron las sillas de rueda de sus abuelas, las hermanas repartidas por todos los rincones del país se unieron para llegar juntas a Washington en la aventura de sus vidas y esa noche, mientras los 'trumpistas' habían desaparecido de las calles de la capital, la algarabía de mujeres ruidosas y entusiasmadas por la emoción llenaba todos los bares que la investidura de Trump había dejado insatisfechos.

Fue un acto de liberación de quienes han oído al nuevo presidente hablar desconsideramente de cómo les «coge el coño» cuando le da la gana, cómo pretende castigarlas por tener abortos, reducir el acceso a los anticonceptivos, eliminar fondos para las clínicas que se ocupan de sus derechos reproductivos, separarlas de sus hijos si son indocumentadas y tantas aberraciones más que superan con creces la órbita de los derechos femeninos para incrustarse como una daga en los derechos humanos. «¡Mi coño, mi cuerpo!», gritaban a todo pulmón las jóvenes en el metro hasta bien entrada la noche. Si Trump puede decirlo en voz alta para humillarlas, también ellas pueden gritarlo para recuperar lo que les pertenece, concluyeron.

Algunos medios que no dudaron en emitir las groserías de Trump evitaron reproducir el obsceno grito de guerra, pero el «Fuck you!» de Madonna se coló en la emisión de CNN, que tuvo que pedir disculpas en su nombre. Dicen que también se oía en los alrededores de la Casa Blanca, cuando Steve Bannon le abría la puerta a Donald Trump para ir juntos a la CIA para «autoengrandecerse», dijo entristecido el hombre que hasta la víspera había dirigido la agencia, John Brennan.

Realidad paralela

En su delirio a lo Nixon, Trump seguía creando su propia realidad paralela donde él siempre «¡GANA A LO GRANDE!», tuiteó. Esa en la que las masas que celebraron su proclamación eran «las más grandes de la historia. Punto», le encargó decir a su portavoz. Y las «14 o 15 veces» que ha aparecido en la portada de 'Times', «el récord de todos los tiempos», tuiteó, aunque Nixon se llevara 55 portadas e incluso Hillary Clinton 19 antes de empezar su campaña.

La realidad que se vivía en las calles tenía más ecos de la magia de Obama en 2009 que de la era posverdad que ha inaugurado Trump. Los desconocidos se abrazaban como si se conocieran de toda la vida, intercambiaban teléfonos y exorcizaban juntos sus demonios en la barra de un bar. Le guste o no a Trump y a su círculo de animadores, la resistencia que eclipsó su inauguración no había desaparecido ayer cuando amaneció el segundo día de su presidencia. Ni lo hará en los próximos cuatro años.

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